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Juana Jiménez

Si me he decidido a escribir sobre ella, es porque en estos meses han coincidido en la pantalla sus más recientes logros profesionales...

Carlos Jiménez.
Carlos Jiménez. | Foto: El País.

6 de jun de 2025, 02:35 a. m.

Actualizado el 6 de jun de 2025, 02:36 a. m.

Yo creo que las muchas columnas que he dedicado a personajes de la vida pública de nuestra ciudad me da derecho a hablar de mi hija. Se llama Juana, es directora de fotografía cinematográfica, tiene dos hijas y vive y trabaja en Madrid, donde se ha hecho un sólido prestigio entre los profesionales del mundo del cine.

Y si me he decidido a escribir sobre ella, es porque en estos meses han coincidido en la pantalla sus más recientes logros profesionales: la serie Legado, disponible en Netflix. Y el largometraje Hamburgo. Dos productos audiovisuales muy distintos entre sí, que comparten sin embargo la calidad de su fotografía.

Legado es una versión apenas enmascarada de todo lo que de sórdido tiene el mundo del periodismo, tanto de España como de otros muchos países. Habla de todo lo que se sucede detrás de la impecable fachada de periódicos llamados de referencia y de lo que poco o nada saben sus lectores más fieles. Y que cabe resumir en estos simples términos: lucha despiadada por el poder entre sus dueños por un lado y por el otro de complicidad por decir lo menos, de todos ellos con el poder.

El poder de verdad, el poder económico que en definitiva domina al poder político. El escenario, o si se prefiere, el ruedo donde se dirimen estos juegos entrelazados de poder que narra la película, es el diario El Báltico, joya de la corona de un todopoderoso grupo mediático, propiedad de una familia. Los Seligman, que son el equivalente de los Polanco, la dueña del diario El País de Madrid o de los Santos, los legendarios dueños de El Tiempo de Bogotá.

En Hamburgo los escenarios, los personajes y el drama son muy distintos de los que aparecen en Legado. Aquí ya no estamos ante la impecable redacción de un diario prestigioso, ni ante residencias refinadas y despachos ministeriales ídem, sino ante un puti club, un club de alterne, como también se les llama, situado en el arrabal de una ciudad andaluza.

Pero este desplazamiento no anula el hecho de que comparta con los de la serie, el ser escenario de luchas encarnizadas por el poder. Mas sórdidos, más siniestros si cabe, pero juegos de poder, al fin y al cabo. Aquí los asesinatos se cometen abiertamente, a bocajarro, sin veladuras ni enmascaramientos, sin que una retórica sublime venga a enaltecernos.

Lo sorprendente es que en este sangriento fangal florezcan de repente la amistad, la solidaridad y hasta la nobleza. Así es la vida.

Historiador y crítico de arte. Profesor de la Unviersidad Europea de Madrid y corresponsal de la revista ArtNexus en España. Es columnista del diario El Pais de Cali desde 1994.

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