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Inundaciones caleñas
Es imperativo que el Municipio se deshaga de por lo menos parte de los parásitos que carga e invierta lo necesario en mantener bien lo ya construido.
Lo único sorprendente de las recientes inundaciones que sufrió el norte de Cali es que hubieran transcurrido veinte años desde que ocurrió algo similar. Es tal el abandono en que está el sistema de drenajes y manejo de aguas lluvias de la ciudad, que lo de esperar es que estos eventos se presenten con mucha mayor frecuencia.
Hace ya más de medio siglo, al finalizar los años sesenta, se planearon y ejecutaron la mayoría de las obras que permitieron el acelerado desarrollo de Cali en las décadas subsiguientes. Entre estas, las más visibles fueron las avenidas y autopistas que aún hoy en buena medida constituyen la infraestructura vial de la ciudad, pero hubo otras que, aunque menos evidentes, también fueron de gran importancia.
En 1969 se dio a servicio un robusto sistema para la regulación de las aguas lluvias y prevención de las inundaciones. Con una capacidad de 650 mil metros cúbicos, las lagunas de El Pondaje y Charco Azul jugaban en él un papel de gran importancia, pues actuaban como amortiguadores para recoger las aguas mientras se iban trasvasando al río Cauca. Además de su importante función hidráulica, estas lagunas y los humedales aledaños eran también un factor determinante en el buen manejo del ecosistema vecino, y las cuidaba la CVC.
La dicha fue corta. Al inicio de los años 80, cuando se dio rienda suelta a las urbanizaciones piratas en el distrito de Aguablanca, donde ellas se encuentran, el Municipio asumió su manejo y muy pronto permitió la invasión de sus riberas. Como resultado, fueron perdiendo su capacidad de almacenamiento, la cual fue recuperada en alguna medida hace unos quince años, gracias a la intervención de la CVC. Lamentablemente, esa intervención no llegó a las laderas de la ciudad.
De Estambul a San Francisco, pasando por Roma, Barcelona o Los Ángeles, las grandes urbes del mundo civilizado situadas en o al lado de colinas utilizan sus laderas para desarrollos urbanísticos que aportan a la belleza de la ciudad y preservan el medio ambiente. Aquí no. En Cali, con los más torpes argumentos ideológicos, desde hace décadas se bloqueó el desarrollo ordenado de nuestras laderas para, de hecho, propiciar su destrucción mediante el continuo establecimiento de invasiones, bajo la mirada tolerante, cuando no cómplice, de las autoridades de turno.
La continua degradación de las laderas de nuestros cerros causada por esta obtusa política incrementa las avenidas que generan las lluvias, las cuales, a su vez, son recibidas por canales y quebradas en total estado de abandono. En el evento reciente, a la colmatación de los canales y obstrucción de las tuberías se unió el derrumbe de parte del canal Centenario. Tuvimos suerte de que los daños no fueran mayores.
Cuando se construyeron todas esas obras, el Municipio contaba con fondos para inversión porque operaba con solo mil empleados. Hoy carece de ellos porque, con apenas el triple de habitantes, suma entre empleados y contratistas un número posiblemente superior a los veinte mil. Es imperativo que el Municipio se deshaga de por lo menos parte de los parásitos que carga e invierta lo necesario en mantener bien lo ya construido.
Y, obviamente, es deseable que la revisión del POT que debe hacerse introduzca normas que permitan darles a las laderas de Cali un uso racional, como el que les dan a las suyas las urbes civilizadas, que una su desarrollo a su protección.