Columnistas
Frente al continuismo petrista
Para detener el desmadre e iniciar la reconstrucción es fundamental gestar cuanto antes la unión de fuerzas políticas y ciudadanos demócratas...

La Constitución de Rionegro aprobada en 1863 impuso una federación basada en la existencia de nueve ‘estados soberanos’, los cuales recibieron la facultad de conformar y mantener sus propios ejércitos. Entramos así al reino de la anarquía, porque al quitar el monopolio de las armas al estado central, este quedó con una capacidad reducida para hacer cumplir las leyes.
Pasó entonces lo que tenía que pasar. Al tiempo, aquellos entes territoriales comenzaron a guerrear entre sí y hasta atacaron al gobierno central. El despelote fue mayor con otras medidas como la eliminación de requisitos para el servicio público, así ignorantes amiguetes de los gobernantes llegaron a ser jueces. También se incurrió en la manía de estar reformando las constituciones estatales, lo que acabó la seguridad jurídica. En 22 años los ‘estados soberanos’ cambiaron 31 veces sus cartas.
El desbarajuste propiciado por el radicalismo recalcitrante llevaría a las guerras civiles de 1876 y 1885. La situación fue finalmente resuelta con la expedición en 1886 de una nueva Constitución inspirada por Rafael Núñez. Para poner orden, el personaje tuvo la valentía de convocar un proceso de cambio estructural bajo el lema ‘regeneración o desastre’. La novedosa carta daría origen a un nuevo país permitiendo períodos de progreso material, aunque su corte autoritario y centralista propició el retorno de hegemonías odiosas, como la que aplicara el radicalismo, pero de contrario signo político.
A pesar de los avances representados por la Constitución de 1991, la situación ahora es similar a la de 1885. Las obsesiones de quienes gobiernan están arrasando lo que construimos por décadas. De esta manera se ha neutralizado la Fuerza Pública y se perdió el control territorial; se atacan las Cortes buscando demoler la separación de poderes; se da mermelada al legislativo; se destruyen los avances en materia de la salud, autosuficiencia energética, régimen pensional; y la carrera administrativa se plagó de ineptos. El desastre humanitario de los territorios es permanente, mientras la corrupción y la incapacidad de ejecutar son manifiestas.
Lo mencionado habla de que Colombia necesita la oportunidad de renacer y para eso es necesario un proyecto político convergente que, al acceder a la dirección del Estado, repare los daños causados por las dinámicas de odio, destrucción y decrecimiento que nos han impuesto. También es indispensable una agenda que reconstruya la institucionalidad y la capacidad de materializar reformas sociales sensatas y viables, ajenas a la demagogia y el delirio. Parodiando a Núñez, el dilema ahora es reconstrucción o desastre.
Pero el tiempo apremia, ya Benedetti anunció la formación de un frente amplio hacia la continuidad petrista el cual no tendrá talanqueras éticas ni dificultades de financiación. Para detener el desmadre e iniciar la reconstrucción es fundamental gestar cuanto antes la unión de fuerzas políticas y ciudadanos demócratas sin importar su militancia previa en la izquierda, el centro o la derecha. ¿Será que los colombianos comprometidos, empresarios y candidatos se dan a la tarea de concretar esta iniciativa que podría salvarnos?
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In memoriam: Con Samir Camilo Daccach perdimos un buen amigo, un gran ser humano y un extraordinario ciudadano. Paz en su tumba. Va un abrazo solidario para su esposa y familia.
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