Columnistas
En defensa de la ansiedad
Una dosis mínima de ansiedad, o al menos una dosis ajustada y no prolongada en el tiempo, nos permitiría tomar decisiones trascendentales con eficacia, y avanzar a lo siguiente.
La ansiedad es uno de los nuevos personajes de la película Intensamente, que muestra (en forma de criaturas mentales) las emociones en la mente cada día más compleja de una niña.
El gran aporte de la película a la pedagogía sobre las emociones, que seguro servirá a educadores y familias, es que sentimientos como la ira, la tristeza, el asco o la envidia no son mostrados como negativos. Sino como realidades humanas (química cerebral y configuración evolutiva) que es necesario reconocer, validar, gestionar y administrar para una vida más equilibrada.
Mención aparte merece esa emoción naranja y despeinada llamada Ansiedad, que al tomar control de las decisiones de una joven deportista causa un desastre de grandes proporciones.
No obstante, la Ansiedad (usaré el nombre del personaje de la película) advierte oportunidades de mejora, afina el enfoque al logro, centra la mirada hacia la meta, evita la dispersión en otras materias y nos enfoca a la obtención del resultado.
Ella (Ansiedad) lee el salón como si tuviera un poder de radar o fuese un sofisticado sonar marino, para advertir el riesgo potencial de tomar una ruta facilista, descuidada, dejada. Ella ayuda a alinear situación e intención.
Sin un poco de Ansiedad, es decir, si un poco de sana presión, ni el goleador se tomaría la molestia de ir tras la pelota perdida, ni el empresario se preocuparía por la plata de la nómina a final de mes, ni el estudiante se esforzaría por obtener más que una nota mediocre.
La ansiedad, así vista, sería condición de posibilidad de la excelencia y del logro alcanzado. Una sana ambición no dirigida a competir contra otros sino, sobre todo, a competir con uno mismo es, creo yo, la disciplina más justa y más noble.
El problema, como casi todo en la vida, es la dosis. Una dosis mínima de ansiedad, o al menos una dosis ajustada y no prolongada en el tiempo, nos permitiría tomar decisiones trascendentales con eficacia, y avanzar a lo siguiente.
Pero una sobredosis de ansiedad, por un tiempo tan prolongado que ya no parece tener principio ni final, hará mella en la estructura cerebral y nos habituará a vivir en un eterno modo de alerta, con las respectivas consecuencias para la salud física y mental.
Conozco personas desprovistas de ansiedad. Son especímenes raros, pero existen. Y aunque viven muy en paz consigo mismos algo les falta en el centro del pecho: un ardor, un furor, una ambición, un listón alto, un principio del deseo, una conexión de alto voltaje; son como un tigre sin garras, un tiburón vegetariano.
Recomiendo, a propósito del interesante tema, leer a Mauricio García Villegas, autor entre otros de El país de las emociones tristes, a quien le oí decir en una conferencia que Colombia necesita crear una cátedra del manejo de las emociones, de kinder a grado undécimo, pues si un analfabetismo tenemos los colombianos es el de las emociones.
No en vano regeneramos las violencias que se creen desterradas, y gestionamos de forma pésima emociones necesarias y humanamente útiles como el odio, la ira, la envidia, los celos y el asco.
Recomiendo también leer a la filósofa estadounidense Martha Nussbaum, quien dice en ‘La Monarquía del miedo’ que para ser buenos ciudadanos es necesario conocer las emociones propias, entender qué las activa, qué mecanismos las detona, de tal manera que uno gobierne con madurez y estatura sus propias emociones y no puedan ser manipuladas desde afuera por, por ejemplo, los políticos tóxicos que ganan votos agitando bajas pasiones y oscuras mareas.
Por último, si no lo han leído, el británico Richard Firth-Godbehere tiene un libro muy interesante sobre la historia de las emociones titulado Homo Emoticus, que explora cómo lo que hoy llamamos “emociones” no es algo trivial o etéreo como parece, sino la fuerza poderosa que ha moldeado ideas políticas, Estados, guerras, cruzadas, y los conceptos filosóficos en los que todos vivimos sin ser del todo conscientes.
Una “emoción triste” que necesitaría ser más estudiada es el resentimiento. Protagónica en la actualidad nacional, pero tan vieja como Caín y Abel. Sería buen tema para un próximo libro. A ver quién gestiona la ansiedad y se atreve...