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El poder y sus deberes
Por lo tanto, toca aplaudir la toma de consciencia del peligro de tanta tensión y la responsabilidad demostrada para hablar cara a cara y entenderse.
“Hablando se entiende la gente” reza la sabiduría popular; significa generar cierta confianza y poder entablar una conversación o explicar los detalles de algo. Con esto en mente se reunieron en San Francisco, Estados Unidos, el miércoles pasado los dos líderes más poderosos del mundo, el norteamericano Joe Biden y el chino Xi Jinping, para limar asperezas, apaciguar tensiones y restablecer los canales indispensables de cooperación con un respeto mutuo. Y dejando de lado la política y sus golpes bajos para recurrir a la civilizada diplomacia, cuyo primer objetivo es precisamente evitar las guerras y sus miserias.
Fue una reunión por lo alto, responsable y consecuente que nos viene bien en estos momentos de caos y violencias en todo el planeta. Las relaciones entre Estados Unidos y China se habían degradado de manera inquietante en los últimos tiempos y hacía más de un año que los líderes mencionados no se hablaban cara a cara. Un año de una crisis que -como se recuerda- se exacerbó con la controvertida visita de la congresista Nancy Pelosi a Taiwán en agosto de 2022. También cuando en febrero pasado el encargado de los asuntos internacionales norteamericanos, Antony Blinken, anuló una visita a Pekín al descubrir que un globo espía chino se paseaba por los cielos de Estados Unidos, o cuando Joe Biden llamó “dictador” al chino Xi Jinping en junio y tantos otros incidentes belicosos que por fortuna no llegaron a mayores. Por lo tanto, toca aplaudir la toma de consciencia del peligro de tanta tensión y la responsabilidad demostrada para hablar cara a cara y entenderse. Se dice que el poder confiere deberes y responsabilidades en su ejercicio, y los dos gigantes rivales que nos manejan lo asumieron con aparente humildad. Les deseamos éxito.
Más aún porque la reunión en San Francisco entre Biden y Xi sirvió otros intereses vitales y permitió que se ventilaran molestias mutuas. En Washington vemos a un país comprometido financieramente y políticamente en dos guerras masivas en Ucrania y en Gaza que pueden degenerar en guerra mundial y no quisiera asumir los riesgos de una tercera guerra en Taiwán que lo enfrentaría a China. Por otra parte, la administración Biden también se prepara a celebrar elecciones presidenciales en un futuro próximo, en las que no confía mucho salir victorioso y teme dejar en manos ajenas la compleja tarea de relacionarse con los chinos
Biden entiende que China se ha convertido en superpotencia mayor, la única capaz de competir con Estados Unidos en todos los campos posibles. Y que mejor tenerla de amiga que enemiga. Además, encuentra el momento propicio para ganar su amistad. En efecto, China pasa por una crisis económica seria y registra su más baja tasa de crecimiento desde 1976, cuando murió Mao Tse Tung. Y todavía depende de sus exportaciones. De allí su afán de recuperar el apodo de “fábrica del mundo” que se ganó en los años 1980 y de volver a atraer a los inversionistas norteamericanos y europeos que se le alejaron.
Otros temas de interés que sin duda salieron a relucir durante la reunión en San Francisco serían el restablecimiento de la comunicación entre las cúpulas militares de ambos países; el boicot norteamericano de tecnologías que China interpreta como “agresión estratégica”; la producción china de componentes químicos de la mortífera droga Fentanyl que los chinos suministran a los carteles mexicanos e inundan a Estados Unidos, causando estragos entre los jóvenes, el espacio, la demografía, el clima, las medallas olímpicas, el comercio, etc.
Según el New York Times, la reunión no consiguió todos sus propósitos, pero resulto altamente esperanzadora. Un buen comienzo que necesitamos.