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Una cosa es que la mayoría de productos agrícolas tengan derivados del petróleo y gas y otra que para Ecopetrol tenga un sentido estratégico incursionar también en ese sector.

30 de abril de 2023 Por: Francisco José Lloreda Mera
Francisco José Lloreda Mera

El Gobierno de Colombia insiste en realizar algún negocio con el Gobierno de Venezuela, cualquiera, siempre y cuando reúna ciertas condiciones a precisar más adelante. Uno, de particular interés, es la compra de gas natural al país vecino. Otro, la adquisición de Monómeros, una importante empresa de fertilizantes y productos agrícolas. Prospectos que, debido a su insistencia, han llamado la atención de la opinión con justificada razón.

El primero consistiría en traer el hidrocarburo a través del gasoducto Antonio Ricaurte, dado que Venezuela no cuenta con una planta de licuefacción de gas para transportarlo licuado por barco hasta la planta de regasificación en Cartagena, que se usa de respaldo para la generación térmica en la Costa Caribe, en especial en épocas de sequía cuando el nivel de los embalses disminuye y la producción nacional puede resultar insuficiente.

Uno de los problemas de ese negocio es que el gasoducto está en mal estado y requiere de una inversión alta. Ecopetrol dice, además, que ese gas podría llegar a ser tres veces más costoso que el nacional, sin perjuicio de que el impacto ambiental del gas natural, que es mínimo, es el mismo independiente del país de procedencia. Con una diferencia: el hidrocarburo hecho en casa genera impuestos, regalías, empleo y contratación local.

No es clara, entonces, la ventaja de importar gas de Venezuela. Como no lo es, apostarle a marchitar la producción de gas nacional para terminar dependiendo del venezolano. Consciente quizá del tiempo que tomaría ese proyecto y lo forzado, el Gobierno ha dicho que por ahora no se va a materializar, enfilando baterías a la compra de Monómeros, al punto de que el Embajador de Colombia en Venezuela dijo que Ecopetrol la adquiriría.

No demoró la empresa en desmentir al funcionario, quien había aseverado incluso que se habían llevado a cabo reuniones con ese objetivo. Pero Ecopetrol fue más allá, su presidente saliente advirtió de manera enfática que no hay razón para esa compra. Una cosa es que la mayoría de productos agrícolas tengan derivados del petróleo y gas y otra que para la compañía tenga un sentido estratégico incursionar también en ese sector.

Señala el embajador Benedetti, que Monómeros es vital para Colombia, por la seguridad alimentaria. Claramente no piensa igual de la seguridad energética. Le angustia que el país dependa de Venezuela en fertilizantes, mas no en gas natural. Es tan absurdo todo, y tan contradictorio, que obliga preguntarse a qué se deben semejantes despropósitos, por qué la obsesión. Quizá ayude recordar qué tienen en común los dos negocios.

En ambos se trata de recursos públicos, recursos de Ecopetrol, recursos que pasan de un gobierno a otro (del de Petro al de Maduro, con el Embajador de por medio). Con un detalle: en los dos negocios, en el de gas y el de Monómeros, una vez ingrese el dinero a Venezuela se le pierde el rastro. Se diluye en un triangulo de las Bermudas que no se caracteriza por su honestidad, donde los entes de control de Colombia no tienen cabida.

Venezuela es el octavo país con mayores reservas probadas de gas natural y Colombia difícilmente figura, y Monómeros es, sin duda, una empresa importante. Pero esas no son razones para invertir en un proyecto que apunta a dejar enterrado el gas nacional para depender del de Venezuela o para torcerle el cuello a Ecopetrol y que compre una compañía de insumos agrícolas. Los recursos públicos son sagrados y es deber de todos protegerlos. Como lo es, que nuestros embajadores defiendan los intereses nacionales.

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