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Dormir bien

Quien duerme mal no solo rinde menos en el trabajo: también pierde capacidad de escuchar, cooperar y leer el estado emocional de los demás.

Daniel López
Daniel López, gerente de sostenibilidad del Banco de Occidente. Foto suministrada por la empresa. | Foto: El país

10 de jun de 2025, 02:35 a. m.

Actualizado el 10 de jun de 2025, 02:35 a. m.

Vivimos en una época que aplaude al que se queda hasta tarde trabajando, al que responde correos a medianoche, al que duerme poco y ‘rinde mucho’. Pero ese aplauso viene con una factura silenciosa.

Dormir no es una pausa. Es una de las funciones más activas y complejas del cuerpo humano. Durante esas horas en apariencia inactivas, el cerebro organiza lo aprendido, el sistema inmune se fortalece, el corazón se estabiliza y las emociones encuentran equilibrio. Es ahí donde ocurre el verdadero mantenimiento de nuestros cuerpos.

Desde el punto de vista cognitivo, una investigación de la Universidad de California, Berkeley, liderada por el neurocientífico Matthew Walker, ha demostrado que dormir potencia el aprendizaje y consolida la memoria. No dormir bien no solo nos hace olvidar, también nos vuelve menos creativos y más propensos a tomar malas decisiones.

Y si el sueño mejora cómo pensamos, también impacta cómo sentimos. Investigaciones muestran que el insomnio crónico duplica el riesgo de sufrir depresión. Dormir mal nos hace más irritables, menos empáticos y más vulnerables al estrés.

El cuerpo también lo resiente. Un estudio publicado en el European Heart Journal en 2011, basado en más de 470.000 personas, encontró que quienes duermen menos de seis horas por noche tienen un riesgo hasta 48 % mayor de desarrollar enfermedades cardiovasculares y 15 % más de sufrir accidentes cerebrovasculares, así como otras enfermedades como la diabetes. El equilibrio está entre 7 y 9 horas por noche: ese rango protege, regenera y prolonga la vida.

Incluso el sistema inmunológico depende del descanso. Dormir poco disminuye la capacidad del cuerpo para defenderse de virus comunes. Durante el sueño profundo el cerebro activa un sistema de limpieza —el sistema glinfático— que elimina toxinas vinculadas al Alzheimer.

El sueño también es un regulador hormonal silencioso. Dormir poco altera la producción de leptina y grelina, dos hormonas clave en la regulación del apetito. Esto explica por qué la privación de sueño se asocia con mayor riesgo de sobrepeso, desórdenes metabólicos y decisiones alimenticias impulsivas.

Además, el déficit de sueño tiene efectos directos sobre la seguridad y la capacidad de respuesta. Está demostrado que conducir tras una noche de mal sueño puede ser tan riesgoso como hacerlo bajo los efectos del alcohol. En sectores como el transporte, la salud o la industria, no dormir bien deja de ser un problema personal y se convierte en un riesgo colectivo.

El impacto del sueño también se extiende a nuestras relaciones y desempeño social. Quien duerme mal no solo rinde menos en el trabajo: también pierde capacidad de escuchar, cooperar y leer el estado emocional de los demás. En equipos de alto desempeño, la falta de descanso puede erosionar la empatía y alimentar tensiones. Por eso, líderes conscientes están empezando a hablar de sueño no como un asunto privado, sino como una responsabilidad organizacional.

Dormir, entonces, no es desconectarse de la vida, es reconectar con la posibilidad de vivirla bien. Es el espacio en que cuerpo, mente y emociones se restauran para poder sostenernos con claridad, salud y energía.

La pregunta no es si tenemos tiempo para dormir; es si podemos seguir ignorando lo que ocurre cuando no lo hacemos. Dormir bien no es rendirse al cansancio, sino escuchar su propio cuerpo. Porque a veces, la forma más poderosa de avanzar… es detenerse.

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