Columnista
Diferir correctamente en democracia
Como demócratas debemos honrar a nuestros oponentes y partir de la base de que los contendores tienen tanta convicción sobre sus ideas como nosotros.
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6 de oct de 2025, 01:18 a. m.
Actualizado el 6 de oct de 2025, 01:18 a. m.
Desde que llegó al poder en Colombia, hay una pregunta que siempre he querido plantearle al presidente Petro. Dadas sus arremetidas viscerales sin la menor gota de consideración, es cada día más urgente preguntarle si hay algún opositor de su proyecto a quien él considere acertado en sus argumentos.
Lo pregunto porque no hay un solo crítico por el que Petro haya mostrado el menor respeto y esto deja muchas inquietudes sobre su noción de democracia. Este es uno de los rasgos más preocupantes del liderazgo de Petro, quien desde el inicio de su mandato ha demostrado que para él no existen contrincantes políticos que debe vencer desde la destreza de los argumentos, sino enemigos a título personal que tiene que destruir desde las más graves calumnias.
Esto además muestra una contradicción aterradora de la realidad de nuestro país: mientras el gobierno abre diálogos con algunos de los peores criminales y les ofrece gestos de benevolencia como compartir tarimas con ministros, el tratamiento como gestores de paz y la suspensión de órdenes de extradición, con los líderes que desde la legalidad y la democracia se oponen al gobierno la furia es definitiva y sin la menor consideración. Para el presidente todos los críticos son extremistas, fascistas y ‘nazis’, sin ningún punto medio. Esa no puede ser la lógica de un demócrata.
Esta semana, por ejemplo, el presidente Petro acusaba a la senadora Paloma Valencia de ser “cómplice del asesinato de 6402 jóvenes asesinados por las armas oficiales”. Es posible estar o no de acuerdo con los planteamientos de la senadora, y precisamente de eso se trata la democracia, pero otra cosa es acusarla de algo tan grave e imposible de sostener. Tal vez por eso el presidente Petro casi todas las semanas se ve obligado a retractarse de sus calumnias contra oponentes por órdenes judiciales. Al presidente de la Andi, por citar otro ejemplo, lo acusó de “literal odio étnico” por su postura crítica frente a la reforma laboral. ¿En qué momento el debate permitió tantas bajezas y ataques que solo buscan destruir moralmente a cualquiera que critique la lectura de la realidad de Petro?
Como demócratas debemos honrar a nuestros oponentes y partir de la base de que los contendores tienen tanta convicción sobre sus ideas como nosotros. Si un dirigente parte de la base de que todos sus contrincantes son ladrones, extremistas o han sido comprados por intereses indebidos y que, por ende, solo la suya es la única agenda con verdadera legitimidad, no estamos ante un demócrata. Lo suyo no es otra cosa que una vocación de tiranía e imposición disfrazada de democracia.
De fondo, este pésimo ejemplo del presidente Petro rompe una de las bases del debate, que debe funcionar sobre el principio de que en todas las orillas nos encontramos con buenos contrincantes, con argumentos y motivos legítimos. Así lo explica la profesora y escritora Jen Birks, quien sostiene que el objetivo de las democracias en tiempos de polarización debe ser “formar ciudadanos capaces de diferir correctamente, desde la creencia de que sus oponentes son razonables y bien intencionados”. Cuánta diferencia con lo que vive hoy nuestro país.
Posdata: debemos preguntar con indignación por la manera en que el presidente ha buscado convertir la bandera de la ‘guerra a muerte’ de Bolívar en un ícono del patriotismo. Ese llamado de violencia y tiranía de la guerra a muerte de ninguna manera es coherente con los valores de la democracia, y debe decirnos mucho sobre la forma autoritaria y agresiva en que el presidente entiende el debate.
Politólogo de la Universidad de los Andes con maestría en Política Latinoamericana de University College London. Es analista político para varias publicaciones nacionales e internacionales, y consultor en temas de política pública, paz y sostenibilidad.