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Deshielo

La agenda no era fácil, pero a pesar de las tensiones, ambos mandatarios se enfocaron en buscar oportunidades de acercamiento.

18 de noviembre de 2023 Por: Muni Jensen
Muni Jensen

Esta semana se llevó a cabo una cumbre de gran calado en las afueras de San Francisco, entre el presidente chino Xi Jinping y Joe Biden. Ya era hora. La última vez que el mandatario chino visitó Estados Unidos fue en 2017, cuando la relación estaba tensa, pero no llegaba a los extremos de conflicto constante, guerra comercial y desconfianza absoluta de hoy. El objetivo de este encuentro bilateral era para ambos, aunque por diferentes razones, una oportunidad para buscar puntos de concordia y espacios de diálogo. Al parecer, al menos superficialmente, la reunión fue un éxito.

La relación entre Estados Unidos y China se encuentra hoy en el peor momento de tensión en cincuenta años. A pesar del errático manejo de las relaciones internacionales de Donald Trump, que se ufanaba de tener gran química con Xi, los dos países mantienen una pavorosa competencia económica, carga de acusaciones mutuas de espionaje, disputas militares y posiciones opuestas en los múltiples conflictos geopolíticos. Para Estados Unidos, la lista de agravios es larga, e incluye la preocupación por el futuro de Taiwán y el creciente dominio estratégico del mar de China.

Sobre la mesa estaba también la posición china en la guerra de Rusia con Ucrania, recalcada tras la reciente, y muy cordial visita de Xi a Moscú, que Putin y el mundo tomó como una muestra de apoyo a la incursión. Más recientemente, aunque China se ha declarado neutral en el conflicto Israel-Hamás, la relación de Beijing con Irán genera nerviosismo. La agenda no era fácil, pero a pesar de las tensiones, ambos mandatarios se enfocaron en buscar oportunidades de acercamiento.

Al final la reunión fue positiva, un diálogo productivo salpicado con reuniones empresariales y cenas exquisitas. El deshielo parcial se notó en las sonrisas y apretones de mano entre Biden y Xi y los informes de noticias en ambos países. Está claro que ambos son conscientes de los retos al interior de sus países, donde el primero está en una reñida campaña electoral, y el otro está enfrentando una economía frágil y fracturas políticas. Era importante que saliera bien.

Joe Biden hizo uso de su capacidad de conciliación y su interés en la concordia internacional, sin enojar a la franja más dura de sus votantes, mientras Xi invitó a una coexistencia que nadie cree viable, pero que sirvió sus propósitos en casa. Eso fue lo cosmético. Lo que sí mostró avances fueron las conversaciones sobre asuntos de seguridad, donde ambos prometieron un diálogo mejor y un plan concreto para evitar incidentes militares que puedan resultar en un escalamiento de fuerzas. También acordaron juntar fuerzas para combatir la proliferación del mercado de fentanilo, que está arrasando en el mundo entero. Pequeños pero significativos pasos.

La relación no va a cambiar de la noche a la mañana, y quizás la rivalidad continúe por otros cincuenta años. Para la muestra, las declaraciones de Biden, atento a las reacciones del público en plena campaña, que horas después del apretón de manos le recordó al mundo que Xi no es más que un dictador. China seguirá espiando a Washington y avanzará con sus intenciones de conquistar el mundo. Pero la capacidad de encontrar espacios de colaboración, especialmente en temas como la seguridad militar, la batalla contra las drogas o el cambio climático, por oportunistas que resulten, son pequeños logros con grandes y positivas repercusiones.

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