Columnistas
Cambalache
Alguien cuestionará por avaros a deportistas multimillonarios que quieren engordar aún más sus cuentas sin miramiento ni moralismo alguno; otro celebrará la importancia de unos ídolos deportivos que promueven un deporte...
“Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé. En el 510 y en el 2000 también. Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos. Contentos y amargaos, valores y doblé”.
Messi recibe 25 millones de dólares durante tres años por aparecer en algunos comerciales, ‘postear’ en redes sociales y pasear en el reino de Arabia Saudita, obviamente publicando fotos de su placentera estadía a todos sus seguidores. Cristiano Ronaldo firma con Al-Nassr por cientos de millones de dólares. A su vez, Neymar firma por 300 millones de dólares al año con el club Al-Hilal. Benzema (musulmán) se une a este grupo de futbolistas millonarios. Un número importante de jugadores musulmanes de equipos europeos hacen parte de esta diáspora.
Todas estas transferencias son posibles, pues Mohammed bin Salman, el rey de Arabia Saudita, promueve la creación de un proyecto y un fondo soberano con activos por 800 billones de dólares que toma el control y apalanca a cuatro equipos y al mismo tiempo otros cuatro quedan en manos del Estado (me pregunto cuán abierta será la competencia deportiva entre estos ocho equipos).
El 2024 lo abrimos con otra vinculación millonaria de la cual desconozco el monto, pero sin duda cuantiosa si consideramos lo rutilante del afortunado. Se trata de Nadal, a quien la Federación Saudí de Tenis lo nombra embajador con el fin de consolidar “un compromiso a largo plazo para ayudar al crecimiento del deporte e inspirar a una nueva generación de tenistas en Arabia Saudí”.
En ese país de ‘fantasía’, las mujeres sufren una fuerte discriminación y están sujetas a un sistema de ‘hombres guardianes’, escogidos sin su consentimiento que ‘responden legalmente’ por ellas (solo hasta 2017 se les permitió participar en gimnasios exclusivamente femeninos y en el 2018 conducir vehículos). Es el segundo país del mundo con mayor ejecución en penas de muerte, sin pluralismo político ni derecho al libre pensamiento, inexistente democracia y nulos derechos a las minorías sexuales. En resumen, un país con un registro difícil de alcanzar en cuanto a derechos humanos conculcados.
El Cambalache introductorio nos viene bien para explicar los cambalaches entre los deportistas y el reino saudí: alguien cuestionará por avaros a deportistas multimillonarios que quieren engordar aún más sus cuentas sin miramiento ni moralismo alguno; otro celebrará la importancia de unos ídolos deportivos que promueven un deporte, ciertamente creciente, en esa monarquía; alguien más coincidirá con el gobierno saudí en que nos encontramos en una fase de ‘refolución’ (revolución y reformas) que mitiga las brechas sociales, especialmente las que se suscitan entre generaciones; también considerará está como una estrategia geopolítica, a través de la cual se tratan de ocultar los pecados del régimen para cautivar (¿estafar?) a millones de desprevenidos aficionados deportivos.
De mi parte, a los deportistas los seguiré admirando exclusivamente por sus destrezas físicas, sin mitificarlos, y permaneceré consciente de que como simples mortales acertarán y se equivocarán en sus decisiones. Y en cuanto a la falta de ética de Arabia Saudita, estoy convencido de que son tantos otros los países que cabrían en ese listado, que es mejor evitar ser exhaustivo.