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Baño de mujeres

Se refirieron a mis congéneres con términos como ‘culiplanchos’, grasientos, con alientos de mortecina, pedigüeños y fatuos...

Mario Fernando Prado
Mario Fernando Prado. | Foto: El País.

9 de may de 2025, 02:10 a. m.

Actualizado el 9 de may de 2025, 02:10 a. m.

Despistado que soy y ante una inaplazable urgencia urinaria, me entré a uno de los baños de un reputadísimo hotel de la ciudad y me dirigí a un inodoro, cerrando la puerta para proceder a miccionar como Dios manda.

Pero ni bien había terminado, cuando ingresó un tropel de mujeres en medio de comentarios y carcajadas, lo cual, y para no delatarme, me obligó a pararme encima de la tasa sin soltar el agua, guardando entonces sepulcral silencio.

El momento fue peor cuando una de las damas trató de abrir la puerta del cubículo en el que yo estaba escondido y menos mal que la cerradura no abrió y entonces se desvío a un baño de al lado.

Comencé a sudar frío en un acuclillamiento fetal y fue allí cuando se inició la sesión de los comentarios más procaces que habían escuchado mis castas orejas.

Concretamente, se refirieron a mis congéneres con términos como ‘culiplanchos’, grasientos, con alientos de mortecina, pedigüeños y fatuos, salvándose algunos a quienes tildaron de ‘huevones’ y ni para qué sigo.

Vino después lo que yo intuí fue la remaquillada y el embadurne con desodorantes y acomodo de las fajas de las colas y los pectorales. Incluso escuché alguna que dijo: “donde el jefe me vea los gordos, mañana me echa”.

Pero la algarabía siguió algunos minutos que parecieron horas, mientras yo continuaba parapetado en una posición peor que la de cubito supino, desesperado porque desocuparan el lugar y así yo poder salir de semejante embrollo.

Pues no: siguieron los comentarios y las risotadas y entró un nuevo grupo de féminas que las acallaron, e hicieron salir a la primera tanda. Pero presumo que no fueron más de cuatro quienes no se demoraron mucho y evacuaron rápidamente el lugar, dándome la oportunidad de volarme sin que nadie me viera.

Así que, aprovechando esos valiosos instantes, salí de ese infierno donde saludé incluso a algunas amigas que reconocí por sus tonos de voz.

Una de ellas me preguntó qué me pasaba porque me veía muy pánfilo y nervioso, contestándole que de ninguna manera y que, por el contrario, estaba muy contento de haber conocido la otra cara de la belleza. Ella no entendió y se quedó pensativa mientras yo, demacrado y pálido, opté por aposentarme en un sofá.

La cereza del postre fue que se apareció el personal de seguridad del hotel porque seguramente vieron en las cámaras de la entrada al baño una figura masculina que había entrado o salido del susodicho lugar. No pude más: para no ser descubierto, me quité el saco y salí veloz pero discretamente de miedo de a ser detenido y acusado de cualquier aberración.

***

Posdata: Decidí ponerle un poco de humor a mi columna de hoy porque las noticias no pueden ser peores: el país se nos está desmoronando y mientras la violencia y la corrupción cada vez son más intensas, el Presidente dice que aquí no pasa nada, que todo es un invento de los medios y de los grupos económicos, que lo van a matar y que él va a tener que sacar el pueblo a la calle. Lo digo y lo repito: Nos unimos o nos hundimos.

***

Posdata 2: Yo hablo bien de Cali. ¡Hazlo tú también!

Administrador de Empresas, Abogado y periodista por vocación. Director y fundador de MF Publicidad Mercadeo Limitada, al igual que de los programas Mario Fernando Piano y Oye Cali. Galardonado en dos oportunidades con el premio Simón Bolívar de periodismo. Escribe para El País hace más de 40 años.

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