Columnistas
A cuatro manos
De todos los ‘genios’ que se concentraron en el Nueva York de los 80, quizás Jean-Michel Basquiat sea el más joven, el más precoz, el más desaforado, el que más refleja la crueldad de su entorno, el más exitoso, aún después de muerto, y el más difícil de entender y de querer.
Fueron dos seres totalmente opuestos. Ambos norteamericanos producto de la emigración. El uno de origen eslovaco, casi albino, educado en su oficio, puntilloso en la ejecución de su trabajo. El otro, negro de origen haitiano, creador improvisado, sin mayor educación estética, vagabundo. Se juntan en una extraña asociación artística entre 1984 y 1985, en Nueva York, que tenía la pretensión de ser el centro del mundo, y producen entre ambos una serie de obras que son el más claro testimonio de que por esos tiempos y desde entonces, arte puede ser cualquier cosa.
Andy Warhol crea el Pop Art, o arte popular, basado en su formación como diseñador gráfico y convierte lo que antes era material de la publicidad, las sopas Campbell, las botellas de Cocacola, las fotos de los famosos, en obras de arte. En el fondo una estética que nace de la sociedad de consumo, aplaudida a rabiar por esa misma sociedad. Un arte que surge de los supermercados.
Jean-Michel Basquiat se arrastra desde su primera juventud por las calles más lóbregas de Nueva York, es un drogadicto y un pandillero, pinta grafitis. Cuando se encuentran Warhol tiene casi 60 años y Basquiat 24, ambos ya famosos y a punto de morir, de complicaciones postoperatorias el uno, de una sobredosis de cocaína el otro. Pero atraídos como imanes se vuelven inseparables y pintan más de 100 cuadros juntos.
Warhol pinta algún logo industrial y sobre él Basquiat dibuja torpemente sus figuras patéticas, su mundo en ruinas, que son como las creaciones de un niño perverso. Dos mundos ajenos que se encuentran. El Museo Louis Vuitton, que es como un velero varado en el corazón de París, en medio del Jardín de Aclimatación del Bosque de Bolonia, diseñado por Frank Ghery, ha reunido esos cuadros más algunas fotografías en una exposición abierta de abril a agosto de 2023. Cuadros pintados a cuatro manos, (A Quatre Mains es el nombre de la muestra), hace casi 40 años por esos dos personajes, que los críticos de arte siguen calificando de genios, pero que en su conjunto no hacen sino añadir más a la confusión de lo que es valioso en el arte moderno y si el montaje de mercadeo que eleva su costo por las nubes, le garantizará su permanencia. (Sotherby’s acaba de vender un Basquiat por US$80 millones y un Warhol por US$195 millones).
Basquiat es un alma oscura. Algún crítico dijo de su estilo que era una mezcla del expresionismo abstracto de William de Kooning y los grafitis del metro de Nueva York. Son cuadros enormes llenos de figuras de un diseño primitivo que recuerdan su origen racial. Quizás una denuncia al racismo soterrado de la sociedad norteamericana: una mezcla de la ingenuidad del trazo con la violencia de su entorno. Monigotes callejeros. No es nunca abstracto, a la manera de esos emplastos coloridos de Kooning de donde parece emerger una figura humana, sino plano, duramente realista y caricaturesco; pero es siempre expresionista en el sentido de que parece dibujar en medio de un trance.
De todos los ‘genios’ que se concentraron en el Nueva York de los 80, quizás Jean-Michel Basquiat sea el más joven, el más precoz, el más desaforado, el que más refleja la crueldad de su entorno, el más exitoso, aún después de muerto, y el más difícil de entender y de querer. Un victimario de su mundo. Mientras Warhol, que sobrevivió a un atentado, es su víctima. Ambos un dúo imposible, que pinta a cuatro manos.
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