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Messi besa la Copa del Mundo luego de recibir el trofeo a mejor jugador del Mundial Qatar 2022. | Foto: Foto: Fifa

MESSI

Qatar, el Mundial donde Lionel Messi se rebeló

En Qatar, Messi se puso la camiseta de Maradona…

20 de diciembre de 2022 Por: César Polanía - Editor de Afición

Tenía que ser así. Y bien lo entendió el propio Messi. Era necesario que se saliera del molde del pibe noble, prudente, correcto y silencioso. En Qatar, Messi se puso la camiseta de Maradona…

La ‘Pulga’, a los 35 años, tenía todavía un espacio para seguir creciendo y tocar el techo. Ya había dado muestras de ello venciendo a Brasil y su amigo Neymar en el mismísimo Maracaná, en la final de la Copa América. También había ganado la Finalissima contra el campeón de Europa. Faltaba la cereza del pastel. Qatar aguardaba por Leo.

Todos lo vimos. Parecía el muchachito aquel que irrumpió con una desmedida categoría, propia de un crack curtido de mil batallas, en el Barcelona más grande que haya tenido la historia. Corrió, gambeteó, asistió y anotó. Y celebró. Y fue feliz. Pero, sobre todas las cosas, fue irreverente. Jugó con el cuchillo entre los dientes. Y reclamó. Y puteó a los que tenía que putear. Y entonces, Argentina, toda Argentina, lo amó. ¿Qué se le podía reclamar ahora a este Leo, que durante 17 años cargó con las críticas inclementes de los que siempre lo vieron con el espejo retrovisor de Maradona?

Messi no es Maradona. Pero tenía que invocarlo. Con consciencia o sin ella, tenía que apelar al Diego. Porque a veces, en el fútbol, el talento y los goles no son suficientes. Se necesita una dosis adicional de soberbia, porque los rivales también la tienen. ¿Cierto, Mbappé? Y en ese escenario, el de la ‘boquilla’, la provocación y la rebeldía, los argentinos han sido siempre los campeones. Pero faltaba que apareciera el genio que supiera interpretar en su justa medida el juego, dentro y fuera de la cancha, como lo había hecho Maradona en el 86.

Qatar fue el Mundial en el que Messi se rebeló. Había asistido ya a cuatro citas siendo Messi. Esta vez se puso la 10, la 10 suya y la 10 del Diego. Le contestó a Van Gaal con un gesto ‘Riquelmiano’ sus boludeces. Identificó a los bobos y los mandó “pa’ ashá”. Se dejó arropar por chicos que lo idolatran como Alexis Mac Allister, Nahuel Molina, Enzo Fernández y Julián Álvarez para llevarlo a punta de corazón a la cima. Hizo tres asistencias y siete goles. Fue el mejor del Mundial. Fue el líder natural y absoluto de la Albiceleste. Abrazó en solitario al ‘Dibu’ erigiéndolo como héroe cuando los demás festejaban en una montaña humana. Buscó a los hinchas en la tribuna y cantó con ellos el himno que ahora se ha inmortalizado, ‘Muchachos’. Llamó a la cancha a su esposa y sus nenes para exhibirse como una familia feliz en la pasarela del triunfo. Y así como lo hizo Maradona en el 86, alzó después de siete partidos el trofeo que todos los futbolistas quieren tener en su mano. La mano de Dios. La mano de Diego. La mano de Messi.

La historia no podía permitir ese autogol. Leo no podía irse sin la Copa del Mundo. Hacía rato tenía un sitio en el Olimpo del fútbol, pero le faltaba la corona. Ahora está sentado en el trono. Y no diré si es el más grande o no de todos los tiempos, porque para mí resulta una necedad comparar a Pelé, Maradona y Messi —aunque haya números y trofeos que te dejen hacer una lectura y fijar una posición—, cuando jugaron en épocas y contextos tan diferentes. La reflexión es más simple, pero no menos profunda: Gracias, Messi; has completado la redondez de tu genialidad.

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