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“Ya no es necesario amañar el resultado de un partido para ganar apuestas”: Fernando Paneso, la intimidad de un árbitro en tiempos de la mafia
Fernando Paneso, uno de los árbitros más reconocidos de Colombia en la década del 90, cuando el narcotráfico puso su dinero sucio en los equipos, lanzó un libro junto al periodista Felipe Valderrama en el que cuentan cómo era ser réferi en un deporte manejado por los carteles.
Por Santiago Cruz Hoyos - Editor de Crónicas y Reportajes
En la noche del jueves 4 de noviembre de 1993, el árbitro de fútbol Fernando Paneso debió salir del estadio Hernán Ramírez Villegas de Pereira vestido como policía para evitar que la hinchada local lo linchara, después de un partido contra Atlético Nacional. El mismo día, en la mañana, supuestos emisarios del Deportivo Pereira se le acercaron para ofrecerle un soborno de diez millones de pesos para que los ayudara a ganar.
– Me negué, pero entré a dirigir ese partido muy nervioso.
Aquella noche, en la que Paneso debió expulsar a varios jugadores del Pereira, Atlético Nacional ganó 3 – 2.
Un mes después, en diciembre de 1993, la historia se repitió. Un conocido de su región – Paneso nació en Samaná, Caldas, pero ha vivido en Armenia, Quindío – le dijo: “aquí le mandan 30 millones para que gane América”.
El 19 de diciembre de 1993, América de Cali disputaba contra Junior de Barranquilla la que es considerada una de las mejores finales de la historia del fútbol colombiano. Fernando Paneso se negó a recibir el soborno y a los 22 minutos del primer tiempo pitó un penal claro a favor del Junior, que atajó Óscar Córdoba. Pero lo jugada más polémica sucedió al minuto 40 del segundo tiempo, cuando el partido iba 2 – 2 y en el estadio Atanasio Girardot el Deportivo Independiente Medellín le ganaba al Atlético Nacional, lo que le daba el título.
Hubo un gol de Junior que Paneso anuló por falta previa. Fuad Char, el dueño del equipo, bajó de la tribuna a gritarle: “desgraciado, nos vas a robar en nuestro estadio”. El narrador Édgar Perea le pedía al público que cantara “el corito celestial”: ¡Hijueputa, hijueputa!
Fue cuando sucedió lo inesperado: un pase milimétrico del ‘Pibe’ Valderrama en la última jugada del partido, y Oswaldo ‘el nene’ Mackenzie marcó el definitivo 3-2 a favor del Junior, que le dio el campeonato.
Juan José Bellini, muy cercano al América de Cali – fue su presidente – le dijo a Paneso días después de ese partido: “mientras yo está al frente de la Federación Colombiana de Fútbol, usted no volverá a dirigir”.
La Oficina de Envigado también lo amenazó después de que no pitara un penal claro a favor del equipo antioqueño en un partido contra Santa Fe. “Ese Paneso no sabemos cómo es que está vivo”, dijo alguna vez Juan Carlos Sierra, alias el Tuso, un narcotraficante que se entregó a las autoridades. Paneso sufría de lo que se conoce coloquialmente como ‘ojo perezoso’ o ‘vago’. Los médicos le llaman ambliopía, un tipo de visión deficiente en un solo ojo.
– Tenía esa dificultad que suplía con un muy buen entrenamiento y condición física. Debía estar muy cerca de la jugada para ver claramente, sobre todo esas acciones rápidas, de manos en el área – cuenta Fernando en su oficina en el Instituto Municipal del Deporte de Armenia, donde trabaja desde hace 28 años.
En su escritorio está el libro que acaba de lanzar junto al periodista Felipe Valderrama, (quien se encuentra al teléfono) en el que cuentan estas y un montón de historias más: ‘Paneso, la historia de un árbitro en medio de las mafias’.
Hay un aparte del libro muy revelador: había árbitros en los 90 que recibían sobornos de los dos equipos que se enfrentaban en un partido. Eso dice mucho del estado del fútbol y del país en ese momento.
Paneso: Yo no fui testigo presencial de esa situación, pero era lo que se comentaba. Fueron unos años, entre 1990 y el 2000, complejos, con equipos que tenían vínculos con el narcotráfico. Y era lo que se decía: que había árbitros que recibían sobornos incluso de los dos equipos se enfrentaban en un partido.
Valderrama: Por lo regular los que llegaban al soborno eran los ‘cuarto árbitros’ de la región. En ese tiempo el árbitro de la ciudad no pitaba el partido, pero recibía a los árbitros que venían de otra ciudad, los llevaba al hotel. Y muchas veces a ese cuarto árbitro le habían dado el dinero para que sobornara al juez central del partido y a los jueces de línea. A veces el cuarto arbitro se quedaba con el dinero. Ellos ya sabían a quién podían sobornar y a quién no.
Lo más revelador es que había señas de los árbitros que aceptaban el soborno. Por ejemplo, si había aceptado la plata, cogía el balón con la mano derecha, de cierta forma, o cuando llegaban al aeropuerto el cuarto arbitro le ponía la mano en el hombro derecho para indicarle que había una oferta, era una serie de códigos increíbles. Sabemos de la corrupción en el fútbol colombiano, que se compraban árbitros, pero no la intimidad de cómo funcionaba el sistema, como se detalla en este libro.
No solo eran sobornos, sino amenazas y presiones, como le pasó a usted con Envigado en el ascenso a la primera categoría.
Paneso: Para mí era muy complicado arbitrar en Colombia en esos años porque ya había fijado condiciones frente al tema, tenía principios muy marcados. Pero la presión, las amenazas, todo esto molestaba mucho, en especial a mi familia. Tuvimos días muy pesados en torno a esta profesión tan compleja que escogimos. En una ocasión denuncié lo que venía pasando y me costó. Denunciar al narcotráfico daba mucho miedo. Pero lo hice. Tenía en ese entonces 32 años. No dimensioné lo que era estar metido en un trama tan compleja como la mafia, y además en un tema tan pasional como el fútbol. Esas denuncias me causaron muchos inconvenientes, incluso a nivel familiar y personal.
¿En qué sentido?
Paneso: A nivel personal me afectó en mi manera de ser, mi entorno. Me volví una persona muy solitaria, poco hablaba, no le expresaba las cosas a mi familia o a personas cercanas. Me quedó como una secuela de lo que viví en esos años como árbitro. Incluso todavía difícilmente me relaciono. Yo tenía una familia que no aguantó esa presión tan difícil que vivía y se fueron de mi lado, me quedé solo un tiempo porque no querían vivir esas situaciones tan tensionantes.
¿En algún momento hubo un atentado directo, una amenaza en su contra, por el fútbol?
Paneso: Sí. Me tocó esconderme un buen tiempo debido a una situación compleja que se había vivido en un partido. Yo fui avisado oportunamente. Fue por un partido complejo entre el América y el Nacional.
¿Cómo es la historia que emisarios de América y el Pereira le ofrecieron sobornos?
Paneso: Yo no puedo decir que era como tal el América o el Pereira. No conocí personalmente a la gente del América en esos años, a sus dueños. No tuve un acercamiento directo. Lo que pasaba era que se le acercaba a uno gente que decía que iba de parte de América o de otros equipos. Supuestos emisarios que ofrecían plata para favorecer a un determinado club. Pero a uno le queda muy difícil decir con seguridad que eran personas como tal del equipo. Podían ser apostadores; o hinchas. En ese partido de América con Junior de 1993 me ofrecieron 30 millones de pesos. Pero nunca acepté sobornos, era atentar contra los principios de un buen árbitro.
Valderrama: Siempre es muy difícil saber quién está detrás de un intento de soborno. Puede estar el equipo porque necesita ganar, o apostadores, o un directivo en especial y los otros no saben. A veces mandaban falsos emisarios para ver quién era el árbitro que se vendía.
Eran años en los que mataban árbitros, como Álvaro Ortega, o los secuestraban, como a Armando Pérez. ¿Cómo fue su relación con ellos?
Paneso: Tuve la oportunidad de compartir con Álvaro torneos de fútbol aficionado. Se proyectaba para ser uno de los mejores árbitros del país. Tenía porte, biotipo, una manera de arbitrar muy técnica. Con Armando Pérez también compartí, fue una figura muy importante del arbitraje en Colombia, estuvo en la final de la Copa del Mundo de 1990, como asistente. De ellos tengo los mejores recuerdos.
Cuando matan a Álvaro, quedé frio. Yo estaba ingresando al arbitraje superior, a la categoría B, y el frenazo fue tremendo. Aunque no dimensionaba lo que significaba ser árbitro en ese momento. Mi familia me lo decía, ‘mire que acaban de matar a este árbitro, le puede pasar’, pero pudo más el interés de seguir adelante, de sobresalir, de sembrar unos principios en torno a lo que debería ser el arbitraje.
Usted dice que ser réferi es sobre todo saber gestionar presiones externas. ¿Cómo se lidia con un estadio lleno en contra?
Paneso: En mí época las presiones externas se sumaban a la pasión de la gente, y gestionar eso era una gran prueba de categoría, de carácter. Muchas veces salí de los estadios en una tanqueta como si fuera un delincuente, o disfrazado, porque mi vida peligraba. Poner la vida en riesgo por dirigir un partido es algo que necesita temple. Como se dice en el libro: ser árbitro es un oficio de gente que se hace detestar.
Valderrama: El árbitro es un personaje al que todo el mundo le echa la culpa de un mal resultado, los hinchas, los técnicos, los jugadores, nadie lo quiere, nadie lo apoya, no toca el balón, es invisible pero a la vez muy visible, y lo que vive en la intimidad un árbitro son episodios muy difíciles. Lo deshumanizamos, además: el hincha, la prensa, crítica con vehemencia. Y los siguen amenazando. Hoy por redes sociales, antes buscaban su teléfono en el directorio.
¿Qué hizo que no cediera a los intentos de sobornos?
Paneso: Es una formación de casa, de cuna, de principios, de ideales. Me crie en una familia de clase media baja, éramos muchos hermanos, siete, mi papá era un docente de un colegio, y la crianza no era fácil, porque éramos muchos, cinco mujeres, dos hombres, pero ese entorno vivido en la casa, un entorno sano, limpio, puro, con la corrección que debía tener, fue limando mi carácter, en el sentido de que las cosas hay que hacerlas bien, llevar la vida con honorabilidad.
¿Cómo era pitar en Cali?
Paneso: Muy fuerte. Uno estar en un partido América Cali, Cali - Nacional, Cali - Millonarios, era difícil. Los grandes jugadores estaban en Colombia, la Selección estaba conformada por jugadores de los equipos profesionales, el mejor fútbol se vivió en esa época. Difícilmente Colombia podrá volver a vivir ese fútbol, con toda la exportación que se dio después del 94. Tener a esos grandes jugadores al lado lo iba puliendo a uno en el tema arbitral, para convivir a la altura de esos talentos.
¿Quién fue el jugador más complejo?
Paneso: Víctor Hugo Aristizábal era bien complejo de dirigir, terminé con una muy buena amistad con él. También ‘Chicho’ Serna, ‘Eduardo’ Pimentel, ‘Chicho’ Pérez, ‘Carepa’ Gaviria, eran jugadores bien difíciles para arbitrar. Pero eso le afinaba el carácter a uno.
¿A qué jugadores admiró?
Paneso: Ver jugar al ‘Pibe’, al ‘Tino’, a Freddy Rincón, a René Higuita, ser testigo directo de su liderazgo, fue un lujo que nos dimos muy poquitos.
¿Cómo le fue con la prensa?
Paneso: El tema con la prensa es complejo porque el arbitraje, como el fútbol, es un deporte que no es perfecto, el arbitraje también es imperfecto por más tecnología que haya, siempre hay jugadas polémicas, controversiales. En esa época no había intercomunicadores, con los asistentes nos comunicábamos de manera visual, con una bandera, entonces poca ayuda tecnológica tuvimos, era lo que uno definía en el campo de juego, pero siempre había controversia con los periodistas de Cali, de Medellín, de Bogotá, uno estaba en boca de todos por situaciones controversiales. Por eso no escuchaba programas deportivos. Eso lo molestaba a uno mucho. Y la gente le decían cosas. Yo por eso tampoco salía a ningún lado, a un restaurante o a algún centro comercial porque la gente se acercaba a preguntarle cosas que molestaban, que porque no pitó tal jugada, entonces prefería estar aislado de esa pasión con la que la gente en Colombia vive el fútbol.
¿Le gusta el VAR?
Paneso: Es una ayuda tecnológica que hay que aprovechar.
¿Cambió el fútbol? Aún siguen pasando cosas extrañas, sobre todo en la B, supuestos amaños de partidos…
Paneso: Sí, uno nota ciertas situaciones de partidos que no son como deberían, pero hemos mejorado mucho, hoy el fútbol colombiano es mucho más tranquilo, más abierto. En nuestra época se sentía mucho miedo, ya no.
Valderrama: Hoy lo que ocurre, y lo tratamos en el libro, es que con las apuestas ya no es necesario sobornar al árbitro o a un equipo. Ya no se necesita amañar el resultado de un partido para ganar plata apostando. A veces el marcador es lo de menos. Se puede ganar mucho dinero si se soborna a un jugador para que se haga expulsar antes del minuto 30, por ejemplo. O a un árbitro para que pite dos penales en los primeros 45 minutos, uno para cada equipo, y se apuesta a eso. No solo pasa en Colombia, pasa en las ligas de ascenso de muchos países, con partidos donde el foco mediático no está en ellos. Por decir algo, un partido Orsomarso - Atlético, si se pita un penal que no es, no se va a armar un escándalo porque pocos se dan cuenta y además esos equipos no tienen hinchas. La B de Colombia se presta mucho para eso, a los jugadores los contactan por redes sociales, a los árbitros también, les dicen hay tanta plata, porque un jugador en la B gana muy poco, a veces el salario mínimo, y por amañar un penal, una tarjeta, que no tiene que ser un resultado como tal, le pueden estar pagando lo que se gana en seis meses. Es algo muy preocupante. Algún día esto va a estallar. Y hay ciertos pactos en el sentido de que nadie puede hablar del tema. El que hable, lo borran.