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Modo nostálgico: canciones que le harán sentir ese inconfundible 'nudo en la garganta'
“La nostalgia es un cubo de hielo que va cayendo hasta el fondo del corazón o un silencio que se quiebra”, nos dice en este bello relato el escritor Junior Adilson Pantoja, quien evoca el legado de grandes voces que se nos fueron como Paquito Guzmán, a inicios de diciembre, o Junior Jein, en el mes de junio.
La nostalgia es un golpe de ausencia en pleno pecho; un suspiro prolongado. Y de todos los posibles detonantes la música es quizás el más certero, al menos en mi caso. Basta con un acorde exacto en el momento o con un verso que se fuga de la canción para que la melancolía haga mella justo en el lugar donde se revela la fragilidad de la existencia. En la salsa –para reducir la brecha- sucede con frecuencia: cuando no atiende a un desamor se atrinchera en alguna tragedia familiar.
Ambas instancias igual de desgarradoras. Hay algunos casos particulares en los que la pérdida atiende a un abandono de las fuerzas más íntimas y la canción se convierte en un himno a la tristeza; sentimiento al que por lo demás los oyentes pareciéramos aferrarnos con devoción, como si en estas canciones descubriéramos el dolor que nos acecha y que tememos expresarlo con palabras propias.
“Miro una estrella y deja de brilla / toco una flor y se ha de marchitar” recita Ismael Rivera y cerramos los ojos ante el destinito fatal. “Nostalgia de sentirme abandonado/ y pensar que otro a su lado/ pronto pronto le hablará de amor” canta Ángel Canales con una voz que se parte a pedazos –al igual que la nuestra- y que vamos recogiendo en cada nota. “Y no hago más que rebuscar/ paisajes conocidos/ en lugares tan extraños/ que no puedo dar contigo” exclama Celia Cruz y todos asentimos con un rictus lúgubre, al tiempo que la lágrima se asoma.
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Podríamos –y deberíamos- armar una playlist con esos temas que son agujas hirientes; una playlist no para cicatrizar sino para doler y que ese golpe de ausencia, por extraño que parezca, nos recuerde que con lágrimas no se curan heridas, pero se siente más liviano el cuerpo.
Mientras pienso en ese compilado –que a lo mejor ya reposa en alguna cuenta de Spotify o YouTube- trato de recordar alguna composición que pueda condensar el peso de ese vacío que acarrea la nostalgia. Llegan varias; se amontonan. Pero entonces se atraviesa una voz a la que siempre vuelvo cuando estoy en salsa: la de Paquito Guzmán, el cantante puertorriqueño que falleció el pasado 9 de diciembre, después de luchar contra un cáncer que lo tuvo por fuera del escenario en los últimos años.
Esa voz, grave y pesarosa que desde hace un tiempo empecé a perseguir en los coros de muchas otras canciones y se convirtió en una búsqueda insistente. Ese sonido torrencial que me llega como un lamento sin importar si es a través de coros o como solista; si se refiere a la fugacidad de los amantes o al sentimiento de amor más pleno.
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Desde entonces Paquito ha sido para mí el quebranto de su voz. Una voz que me obsesiona, más allá del artista y así me lo digo cada vez que me arrepiento de no haber ido a uno de sus conciertos en vivo. Las últimas imágenes que se viralizaban de él, postrado en la cama, con un cuerpo débil y una voz casi imposible, eran angustiantes.
Sumado a los altibajos de salud, pensaba en el Covid-19 acechando todo como una mala pasada. Ante las frecuentes noticias de salseros que se mudaron al otro barrio durante los picos de la pandemia, siempre temí leer el titular sobre el día señalado. Pese a todo, su luz permanecía titilante.
Mientras escribo estas líneas se cuela otra nostalgia que no pienso eludir: la del recuerdo de Junior Jein, “El Caballo”; el cantante bonaverense pionero de la salsa choke, asesinado en el mes de junio de este mismo año. Sobre lo repentino también recae el peso de la tristeza; por la ausencia de quienes nos brindaron en vida un poco de su brillo.
En adelante, cada que suene una canción de Paquito o una de El Caballo, sentiré que algo en mí se congela y a lo mejor no pueda más que repasar las letras en la mente. Así es como suena la nostalgia: un cubo de hielo que va cayendo hasta el fondo del corazón o un silencio que se quiebra.
En mitad de esa caída y ese silencio, rescato un par de estrofas entonadas por Paquito Guzmán:
El eco de tu voz y tus palabras
Aún sigue aquí
Las huellas de tus pasos por la casa
Las llevo en mí
Y el aire tan sublime y tu perfume
Vive entre los pliegues de mi cara
Me embriaga amor
Me arrastra, amor me mata
…Y luego el eco de su voz insiste en recordar que Esa mujer se fue y que nada consuela la pérdida.
Me alimenté de ti por mucho tiempo
Nos devoramos vivos como fieras
Jamás pensamos nunca en el invierno
Pero el invierno llega aunque
no quiera
…Y el amor se va quebrando mientras Paquito sentencia que jamás dura una flor dos primaveras.
Escuchando de nuevo sus canciones y revisando algunos videos en la red volví a toparme con uno del 2018 en el que el artista interpreta Qué voy a ser sin ti con una voz lánguida y convaleciente, sentado en algún bar de Puerto Rico. En ocasiones se alcanza a percibir al cantante Mel Martínez –quien siempre estuvo ahí, pendiente de su estado- haciéndole el coro.
Paquito busca su aprobación, sonríe a la cámara del celular, toma un trago de cerveza y pide a la gente que haga una bulla (y lo hacen). ¿Qué voy a hacer sin Paquito ahora que ya se ha ido? La respuesta es simple: escuchar su música mientras pienso cómo desatar el nudo que se me hace en la garganta.
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