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INDIGENCIA GRANADA

Exclusivo: el 'boom' del microtráfico inunda a Cali de indigencia

¿Por qué el número de habitantes de calle ha crecido en la ciudad hasta llegar casi a seis mil? En el mercado de la droga está gran parte de la explicación.

2 de septiembre de 2018 Por: Alda Livey Mera, reportera de El País 
La facilidad para conseguir las drogas a bajo precio en Cali, es la causa del 80 % de los habitantes de calle que deambulan en la ciudad. El microtráfico, su principal motor. | Foto: Oswaldo Páez / El País

El problema con los habitantes de la calle es que nadie los quiere ver ni asumir. Todos quieren que se los quiten del andén de su casa, de la puerta de su negocio, de la esquina del barrio. Incluso, piden que los ‘desaparezcan’.

Eso les dice la ciudadanía a las autoridades y a los colaboradores de la Fundación Samaritanos de la Calle, el operador a través del cual la Alcaldía atiende a esta población y busca restablecerle su dignidad.

Pero no son de ahora. Aparecieron en el país en el siglo XVIII como mendicidad, aumentaron en el XIX con la guerra y con la violencia del XX se agudizó el fenómeno. Ni son exclusivos de Colombia. Existen en las grandes capitales: en Londres son los ‘homeless’ o Nueva York; en España y en Brasil, Los Sin Techo. Los hay hasta en Alemania.

Dicen los entendidos que tampoco van a desaparecer. Y no es que haya más en los últimos años, sino que el fenómeno es más visible, con el agravante de que está atravesado por la problemática de las drogas.

¿Por qué terminan en la calle? El término multicausal es el tecnicismo genérico que usan los expertos, pero pareciera insuficiente cuando cada uno llega al Hogar de Paso Sembrando Esperanza, de la Fundación Samaritanos de la Calle, dejan la bolsa o morral en la que cabe todo lo que tienen y sueltan su historia ante el psicólogo o trabajador social de la entidad.

Un amor mal correspondido, una traición de su pareja, una relación conflictiva, una pérdida repentina de sus padres y no contar con más familia, menciona Beatriz Consuegra, coordinadora técnica de la Fundación, puede arrojar a una persona a deambular por la calle. O la pérdida de su empleo en una edad en la que no es fácil volverse a ubicar laboralmente. O si empezó a consumir droga a temprana edad, tuvo una ruptura con su familia y lleva muchos años en la calle, a veces 30 y hasta 40 años, o creció allí, son detonantes de la situación, explica la funcionaria.

Pero si todo ser humano ha pasado por al menos una dificultad de esas, ¿por qué todos no terminan en la calle?

Porque son personalidades adictivas y no son resilientes, es decir, no han desarrollado esa capacidad de sobreponerse a la adversidad y se quedan en el problema: “nadie me quiere”, “ella me traicionó”, en fin, añade Beatriz.

Todo esto está atravesado por el consumo de sustancias psicoactivas, especialmente en Cali, donde “hay una sobreoferta abierta y descarada” de todo tipo de drogas, dice una de las fuentes. Por su cercanía al suroccidente del país, Cali está a 45 minutos de la región con mayores cultivos y producción de estupefacientes, es muy fácil y baratísimo conseguir marihuana, basuco, cocaína, heroína, éxtasis, ácidos, pepas... Y las hay de la mejor calidad y de la peor, que causan tanto o más daños neurológicos, físicos y de personalidad hasta degradar a la persona a su mínima dignidad.

La ciudad está inundada de microtráfico en los parques, en las esquinas y no solo en los alrededores de las instituciones educativas, sino dentro de ellas. Se han detectado jóvenes infiltrados y hasta niños que venden marihuana dentro de los colegios. Al llamar a un padre de familia para conminarlo a que si su hijo no dejaba esa actividad, lo expulsaban, el papá lo amenazó: “Profesor, expúlselo, bien pueda y yo lo mato a usted. Es que con eso es que el niño nos mantiene a nosotros”.

Esa realidad del microtráfico vendiendo droga como pan, hace que cada vez haya más habitantes de calle en Cali. Según el censo de 2005, eran 3620 seres humanos afectados, pero se estima que hoy son de 5000 o 6000.

La Secretaría de Bienestar Social, en lo que va de esta administración, ha venido diseñando e implementando una estrategia para brindarles atención integral, ha hecho la caracterización de 4400 de ellos, cifra que coincide con la del estudio de la Procuraduría en 2015, dice Esaúd Urrutia Noel, titular de esa dependencia. De estos, unos 4000 al año reciben los servicios que para ellos ofrece el Municipio de Cali.

De ellos, el 80 % llegan a la calle a causa del consumo de drogas. Se estima que el 90 % es víctima del basuco, una de las drogas más destructivas que los lleva a abandonar su hogar. “El ideal del adicto es pelear con cualquiera de la familia para irse de la casa”, dice el padre José González, fundador de Samaritanos de la Calle hace 19 años.

Sus grados de adicción los llevan a extremos como empeñar la cédula y a ser explotados por comerciantes inescrupulosos de reciclaje. “A muchos no les pagan el material que reciclan, sino que les dan droga a cambio y así los mantienen esclavizados del vicio”, afirma el secretario de Bienestar Social.

Entonces, ¿cómo disminuir o mitigar su impacto en la sociedad?
El padre José tiene claro que el habitante de la calle necesita intervención en su espacio natural. No tiene otro a dónde ir.

Samaritanos de la Calle, obra social que nació de un voluntariado muy pequeño que empezó paliando las necesidades más inmediatas de estos seres humanos caídos en desgracia, es el actual operador de parte de la estrategia diseñada por la Alcaldía para restituirles los derechos como ciudadanos colombianos que son.

De ahí que cuando Urrutia asumió en 2015 la Secretaría, eran él y tres funcionarios intentando hacer maromas con un presupuesto de $1500 millones. En 2016, el presupuesto creció a $3800 millones y este 2017 la Alcaldía va a invertir $4185 millones. “Eso muestra la importancia que tiene para esta Administración la lucha contra este fenómeno”, dice el funcionario.

Así pasaron de ese pequeño equipo a crear una mesa interinstitucional para atacar el fenómeno desde todos los frentes: ya no está solo la Secretaría de Bienestar Social, sino las de Seguridad y Justicia, la de Cultura Ciudadana y de Desarrollo Económico; la Unidad de Desarrollo Administrativo, el Dagma, la oficina de Coordinación Social y la Policía, junto con el operador principal, Samaritanos de la Calle, trabajando en forma mancomunada, no para desaparecerlos como quisieran muchos, pero sí para atenderlos.

“Esta problemática obedece a causas estructurales de nuestra sociedad, como la desarticulación de la familia, el consumo de drogas, pero también de tecnologías, porque por tener un celular o unas zapatillas, un joven o un adolescente, termina en la ilegalidad y luego en la calle”, explica Urrutia.

El padre José González lo confirma. “Los padres de familia, dice él, trabajan consiguiendo dinero para darles cosas a sus hijos, pero cuando consiguen ese dinero, ya no tienen hijos: uno está en la cárcel, otro consume drogas y el otro, quién sabe”, dice para ilustrar la paradoja de la sociedad de consumo.

Así que la problemática es tan fuerte que esta administración diversificó su estrategia a brindar atención en el territorio, es decir, visitar a los habitantes de calle debajo de puentes, en canales de aguas lluvias, en los cambuches, en los alrededores de las galerías, en los andenes, en los otros ‘calvaritos’ como La Isla, Santa Elena, San Judas, El Vergel, El Retiro, luego de que se atomizaron por la ciudad al ser intervenido el barrio El Calvario.

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Si la persona está perdida en su laberinto de soledad y droga, de exclusión social y autodestrucción, la Secretaría realiza una intervención psicosocial ‘in situ’ en busca de un acercamiento para crear confianza con el habitante de calle. Allí le comparte toda la oferta institucional de servicios, intentando persuadirlo para que asista a los sitios de atención integral y aproveche esos beneficios a los que tiene derecho, explica Diana María Pereira, coordinadora del programa Habitante de Calle, de Bienestar Social.

Cuando se deciden, al cruzar la puerta deben dejar su mochila con sus únicas pertenencias, incluido un cuchillo, hasta un machete, y las dosis de droga. El hogar no permite el uso de armas ni el consumo y solo pueden ingresar tres horas después de este.

También son incluidos en un listado censal para ser atendidos en centros de salud públicos y a que se les tramite de nuevo esa cédula que le dice quién es él. El punto de partida para reconocerse, tomar la decisión de abandonar la calle y empezar a reconstruir el proyecto de vida que alguna vez tuvo.

A la vez, “los profesionales que ya no están en el escritorio, sino en la calle trabajando”, enfatiza Esaúd, tratan de ubicar su red familiar y le hacen una intervención psicosocial. Estudios dicen que cuando la familia se vincula al proceso, el 40 y hasta el 50 % logra resocializarse, superar su adicción a las drogas, volver a tener inclusión laboral y reintegrarse a su núcleo familiar, dice el secretario de Bienestar Social.

Ese es un paso difícil del proceso, porque la primera institución expulsora del consumidor de droga a la calle, es la familia, la primera instancia de la exclusión, sin darle una sola opción de recuperación, dice Beatriz Consuegra.

Andrés García, coordinador de los hogares de paso de Samaritanos, lo confirma: “La exclusión es más fuerte en las familias de estrato alto, en los estratos 1, 2 y 3, te aguantan al marihuanero, pero en los estratos 5 y 6, a la primera vez que robe en casa, lo echan afuera”. O como dice el padre José, “en una familia de origen humilde, cada que va, lo acogen, lo alimentan, se puede bañar y vestir y hay menor riesgo de que acabe de habitante de calle”.

Muchas familias, cuando ya los ven aseados y con mejor imagen, los acogen de nuevo. De ahí que los psicólogos y trabajadores sociales hacen énfasis en la importancia de que la red familiar sea sensible a darle la nueva oportunidad.

Decisión difícil en familias de estratos altos, en las que es la vergüenza social, la oveja negra, no es el de mostrar, es la antítesis del éxito. Lo que explica una fuerte paradoja: el 40 % de esas personas estrato cero que deambulan en Cali, excluidos por sucios, malolientes y con un costal al hombro, alguna vez fueron estrato 5 o 6.

Casos exitosos de resocialización

A quienes nos reclaman, “desaparézcanlos”, “ustedes son alcahuetas”, les decimos que tenemos casos exitosos de resocialización, señala el secretario de Bienestar Social, Esaúd Urrutia.

Beatriz Consuegra, coordinadora técnica de la Fundación Samaritanos de la Calle, ha visto personas que llegaron como habitantes de calle y egresaron como taxistas, repartidores de periódicos, mensajeros, zapateros, manipuladores de alimentos, oficios varios, vendedores de libros, de productos de aseo y hasta de electrodomésticos.

La parte más difícil es que tomen la decisión de iniciar el proceso de las cuatro etapas. A la gran mayoría le toca empezar por recuperar competencias motoras como la motricidad fina, la memoria y la concentración, que las pierden por daño neurológico a raíz consumo.
O cuando están en las fases iniciales, les da ansiedad y “piden puerta”, es decir, salir del hogar, lo que les acarrea una sanción.

Libardo está en la etapa 2 de resocialización. Cada tarde ingresa al Hogar de paso Sembrando Esperanza, después de trabajar todo el día vendiendo bolsas para la basura, útiles de aseo y sopas de letras. Está recién bañado, con ropa limpia e ilusionado de que ya cada fin de semana puede visitar a su hijo, de 11 años, después de 9 meses de no verlo.

“Ya me estoy ganando su confianza de nuevo, y quiero estar allí, pendiente de él, como todo un padre”, dice este hombre de 40 años, que hace 14 meses superó cuatro años de consumo de cocaína y alcohol.

Manuel trabaja hace ocho meses como ayudante de cocina en una empresa de preparación de alimentos. Es decir, superó las etapas y está recuperando la relación con sus dos hijas que ya están adolescentes, las lleva al colegio, a la biblioteca, al zoológico, lo llaman todos los días y están contentas porque le ven mejor presencia y “más sociabilidad”.

“Tengo 43 años, pasé 25 en la calle consumiendo todo tipo de drogas”, dice este hombre que consumió marihuana, cocaína, basuco, perico, licor y mezclaba pepas y chirrincho (alcohol puro) y hasta hongos. Lo único que no probó fue la heroína.

¿Qué lo llevó a ese estado? “Tuve una vida muy traumática, me mataron mi mamá y mis hermanos, me tiré a la calle y me perdí en las drogas”, confiesa. Como el proceso de resocialización incluye recuperar los talentos y saberes de cada persona, cuando se le pregunta a Manuel qué hacía antes, dice a rajatabla: “Era sicario”.

¿Cómo decidió cambiar de vida? “Porque me pasó un accidente, tuve un accidente”, repite hasta que decide confesar: “un día maté un man, me cogieron, casi me matan, eso me hizo recapacitar y me quedé porque yo venía aquí hace siete años, pero me desaparecía”, dice.

Ahora ya paga su propio arriendo, compra sus propias cosas y lo más importante, “vivo en paz”, dice, pero pide que omita su nombre porque “tengo muchos enemigos, me andan buscando, tengo que aceptarlo, no fui buena gente antes”.

Hay casos tristemente positivos: un hombre se resocializó al punto que consiguió trabajo, formó hogar, tuvo dos hijos y cumplió su proceso a la perfección, pero un domingo se fue con la familia para un paseo, le pidieron documentos en un retén, pero infortunadamente le apareció un requerimiento judicial por un pendiente que tenía de su vida pasada en la calle. Está pagando ocho años de cárcel.

“Llevamos la oferta de servicio
al sitio de los habitantes de calle”

Cuando el habitante de calle no va a los hogares de paso ni accede a los servicios básicos como bañarse, comer o dormir en una cama como en Sembrando Esperanza, son los funcionarios los que, cual samaritanos, se lanzan a la calle en busca del ciudadano perdido.

Psicólogos, trabajadores sociales, médicos y Policía van a los territorios donde ellos sobreviven. Esta estrategia de calle busca mitigar el impacto y mostrarles todo lo que el Estado está en capacidad de ofrecerles, para que hagan uso de esos beneficios a los que tienen derecho, dice Diana María Pereira, encargada del eje Habitante de Calle de Bienestar Social.

Cifras entregadas por el secretario de Bienestar Social, Esaúd Urrutia, dicen que este año esa dependencia ha realizado 119 recorridos a nichos. Allí el equipo de Bienestar Social instala su carpa de servicios y hace jornadas de atención en salud, odontología, psicología, trabajo social y registraduría para quienes no tienen la cédula.

Cali será pionera en Colombia del registro biométrico de esta población, para que pueda acceder más fácil a los servicios en salud, ya que ellos botan o negocian la cédula. “Esa es una de las grandes barreras para poder atenderlos en las IPS”, recalca Urrutia, que hizo la solicitud del convenio a la Registraduría Nacional y espera cristalizar este año.

Por ahora, se les atiende mediante un listado censal, que Bienestar Social remite a la Secretaría de Salud y esta gestiona la atención en salud para ellos.

En diciembre pasado, se inició un programa piloto para brindar atención integral en salud, bienestar y alimentación a los habitantes de calle de Centenario, ya que una de las zonas más afectadas es la Avenida del río Cali. Encontraron 14 “residentes fijos” del sector y 44 en tránsito. A la fecha, quedan 9 fijos y 37 en tránsito, para una reducción de 12, que han iniciado procesos de resocialización.

El proceso va acompañado de campañas de la secretaría de Paz y Cultura Ciudadana, que sensibilizan a la comunidad, comerciantes y consejos de unidades residenciales, a no sacar los residuos sólidos cuando no pasa el carro de la basura, porque eso los atrae.

Y no darles limosna, que significa alimentar más el consumo de droga. Ni comida empacada, porque la venden o cambian por droga. Un par de zapatos nuevos equivalen a diez cigarrillos de basuco. La idea es que la comunidad los remita a los hogares de paso, donde pueden acceder a los servicios y beneficios a los cuales tienen derecho.

“Esto es muy importante porque habla de la corresponsabilidad que también tenemos todos los ciudadanos en que no crezca el fenómeno y no limitarse a pedir: ‘quíteme a esa persona de aquí’”, señala Diana María Pereira, coordinadora del programa Habitante de Calle de Bienestar Social de la Alcaldía de Cali. Los sitios son:

Sembrando Esperanza (Barrio San Bosco). Capacidad instalada: 180 cupos, atiende 156 personas, 120 por convenio con Bienestar Social, los otros aporta

4 etapas

Acogida: El habitante de calle ingresa al hogar de paso, se le entrevista para el registro. Se le orienta para acceder a la atención en salud con su EPS, si la tiene, o del Estado si es población vulnerable. Se le invita al programa de resocialización. Reaprende hábitos de aseo e higiene que perdió (ducha, lavarse los dientes, cambiarse la ropa, peinarse), alimentarse y dormir en una cama. Se le cedula. Debe asistir a diario al menos a 20 talleres. En dos semanas debe decidir si sigue el proceso.

Autoconocimiento:  si cumple seis indicadores de etapa 1, asiste a talleres de aseo personal e higiene, empieza a usar zapatos y lavar su ropa. Se mira a sí mismo y se pregunta quién soy, cómo estoy, reconoce su problema y redescubre esa persona que estaba perdida. Debe asistir a 60 talleres.

Inclusión sociolaboral:   Pasa casi todo el día en el hogar de paso, reconoce sus saberes y talentos de antes y busca una vinculación laboral. Debe cumplir 13 indicadores.

Egreso educativo: Inicia un emprendimiento productivo acorde con sus talentos.

Cifras de atención

Bienestar Social ha instalado 47 carpas de atención, en las que se han realizado 166 intervenciones en 15 comunas de Cali, beneficiando a 1763 personas. Por ejemplo, se les hace la ruta de atención en salud según si tienen VIH, tuberculosis, etc.

Unidad Móvil: Bienestar Social adquirió una unidad móvil (bus) que les lleva al territorio alimentación y está dotada con ducha para bañarse y realizar sus rutinas de aseo e higiene personal; consultorios para atención médica, odontológica y psicosocial.

Este año, 15 profesionales a bordo de esa unidad móvil, han realizado 40 jornadas en territorios de habitantes de calle, en las que se han brindado 2124 atenciones a 540 personas.

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