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Estrés postraumático: la herida invisible que dejó el atentado terrorista en Cali
El ataque no solo dejó 6 muertos y más de 70 heridos, también abrió un reto: enfrentar las consecuencias emocionales de las víctimas.

31 de ago de 2025, 02:47 p. m.
Actualizado el 31 de ago de 2025, 02:47 p. m.
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El pasado jueves 21 de agosto, Cali vivió uno de los episodios más dolorosos de los últimos años. El ataque terrorista con cilindros bomba contra la Base Aérea Marco Fidel Suárez, que dejó 6 personas muertas y más de 70 heridas.
Las fachadas destruidas, los techos caídos y los vidrios rotos en decenas de viviendas y locales comerciales son la huella física del atentado. Pero el golpe más profundo permanece en el interior de quienes lo vivieron: el miedo, la angustia, la sensación de inseguridad que no desaparecen con el paso de los días.
“El sonido fue ensordecedor, la cabeza quedó embobada y un silbido en los oídos no me dejaba. Psicológicamente, ha sido muy duro, son cosas que lo cogen a uno fuera de base”, relata Miguel Rodríguez, dueño de un hotel cercano a la zona de la explosión.

A su testimonio se suman la voz de Valentina Ramírez, administradora de un almacén de muebles, quien recuerda las pérdidas materiales, estimadas en $ 25 millones, pero también el desvelo y la constante zozobra: “Es imposible conciliar el sueño después de lo que pasó. Hemos recibido visitas de funcionarios, pero no un apoyo real”.
De acuerdo con la neuropsicóloga Lorena Monsalve, entrenada en psicología de emergencias, traumas psíquicos y estrés postraumático, lo vivido por los caleños ese día corresponde a un cuadro de estrés agudo: recuerdos intrusivos, pesadillas, irritabilidad, flashbacks, hipervigilancia, trastornos del sueño y reacciones físicas como sudoración, palpitaciones o temblores.
“Si no se interviene a tiempo, este cuadro puede evolucionar hacia un trastorno de estrés postraumático, depresión o ansiedad”, advierte. Por eso, la atención psicológica temprana es fundamental.
No obstante, muchos caleños aseguran que se sienten bien y que no necesitan atención. Pero para el psicólogo y delegado de la Personería de Cali, Edward Hernández, esa reacción hace parte de un proceso de negación que puede convertirse en estrés postraumático si no se atiende.
“Lo primero que ocurre es que la persona dice: ‘yo estoy bien, no pasa nada’. Pero, con los días, empiezan a aparecer fatiga, insomnio, taquicardias o pensamientos de culpa. Eso es estrés postraumático”, explica.

Hernández advierte, además, que persiste un mal concepto de la psicología: “Muchos creen que solo sirve cuando hay un problema evidente, y no es así. Es importante que las familias identifiquen cambios emocionales, físicos o conductuales en quienes vivieron la explosión, porque esas son señales tempranas de que necesitan apoyo”.
En niños y adolescentes los síntomas se manifiestan de forma distinta: terrores nocturnos, juegos o dibujos repetitivos sobre lo ocurrido, miedo a separarse de sus padres o irritabilidad constante.
El acompañamiento de adultos y profesionales resulta clave para que el trauma no se intensifique.
Hernández insiste en que es clave que las autoridades y la comunidad sean sensibilizadas sobre el tema: “Si nadie explica cómo se manifiesta el estrés postraumático, difícilmente las personas entenderán lo que les está pasando. El primer paso es lograr que se sientan a salvo”.
El acompañamiento psicológico
“Hemos visto casos de personas que, al escuchar un ruido fuerte o ver pasar un camión, sienten que algo malo va a ocurrir. El cuerpo reacciona como si el atentado fuera a repetirse. Eso necesita acompañamiento profesional”, sostiene el personero delegado de Cali.

Frente a la magnitud de la tragedia, la Alcaldía dispuso más de 30 profesionales psicosociales que visitaron casa por casa a los habitantes del barrio La Base para brindar apoyo emocional y evaluar las afectaciones.
Además, se habilitó la línea 106, disponible las 24 horas, para ofrecer orientación psicológica gratuita.
“Más que presionar a ‘superar’ lo vivido, es necesario dar espacio a las emociones y retomar poco a poco la rutina diaria. Estos hechos alteran nuestro sentido de seguridad y pueden generar ansiedad o depresión. Hablar de lo que sentimos es parte de la sanación”, explicó Tatiana Valencia, psicóloga de la Secretaría de Bienestar Social.
A esta mirada se suma la de Edward Hernández, quien subraya que los efectos emocionales no se resuelven en pocos días.“El estrés postraumático puede prolongarse y derivar en cuadros más complejos, si no hay un acompañamiento institucional constante a largo plazo. Las familias no pueden quedar solas en este proceso”, comenta.
Para él, la atención en salud mental debe ser articulada entre el Estado, los centros de salud y las universidades, pues solo así se podrá garantizar continuidad en los tratamientos.
También resalta la importancia de recuperar la confianza en la ciudad y sus instituciones: “La gente necesita sentir que Cali es un lugar seguro para habitar”.
La psicóloga Gloria Hurtado, de su lado, resalta que una de las principales barreras en la recuperación es el silencio.
“Creer que no pasó nada es engañarse. Los traumas congelados producen, con el tiempo, reacciones inexplicables de ira, aislamiento o tristeza profunda. La única manera de procesarlo es expresándolo: con la palabra, con el arte, con el juego en el caso de los niños”, asegura.
Su recomendación es que la ciudad genere espacios comunitarios de escucha y acompañamiento y no solo consultas individuales.

Además, resalta que el ejercicio físico se ha convertido en la nueva pastilla para la salud mental: reduce la ansiedad y mejora el sueño.
El psicólogo clínico Carlos Londoño complementa esta visión al señalar que cada persona reacciona de manera distinta frente al trauma.“Algunos pueden superarlo en semanas, otros necesitan meses o incluso años. En promedio, hablamos de tres meses de recuperación para una persona con apoyo adecuado. Si después de ese tiempo los síntomas persisten, es necesario un proceso terapéutico más pronfundo”, dice.
Y enfatiza en la prevención: “No podemos limitarnos a atender el trauma únicamente los primeros días después de que ocurre. La educación en salud mental debe ser parte de la vida cotidiana de los caleños”.
Entre la angustia y la esperanza
Aunque las heridas físicas empiezan a sanar, la comunidad afectada asegura que el proceso emocional apenas comienza.
Amanda Getial, dueña de una tienda en el sector, reconoce que todavía no logra dimensionar lo ocurrido: “Estamos como en shock, como si no creyéramos lo que pasó. Nunca había vivido algo así”.
Y Arturo Emilio Benavides, exmilitar y propietario del restaurante donde estalló el artefacto, asegura que es un evento difícil de olvidar, pero que está asimilando lo ocurrido. Sin embargo, reconoce que en su círculo cercano persiste el miedo ante cada salida a la calle y la sensación de que el atentado podría repetirse, como una sombra difícil de disipar.

Lo cierto es que el atentado del 21 de agosto dejó una profunda herida colectiva. Por ello, los expertos consultados coinciden en que la recuperación no puede ser solo reconstruir fachadas y techos, sino fortalecer la confianza, tejer comunidad y garantizar que el acompañamiento en salud mental sea constante y accesible.
Agregan que la comunidad caleña se ha caracterizado por la resiliencia, la capacidad de convertir un dolor en oportunidad de crecimiento, así que, tras el atentado, la ciudad debe transformar la rabia y el miedo en solidaridad y reconstrucción.
“El ciudadano común no puede evitar que estas tragedias ocurran, pero sí puede decidir cómo enfrentarlas: desde la amargura o desde el crecimiento”, concluye Hurtado.
Para Hernández, este proceso debe ir acompañado de memoria histórica: “En Colombia solemos pasar la página muy rápido, y eso impide sanar. Recordar no es revivir el dolor, es aprender de él para no repetirlo”.
Y agrega que este ejercicio de memoria no debe quedarse en lo individual, sino convertirse en una oportunidad de reconciliación con el territorio.“Mi barrio es mi historia, es mi vida. Hay que recuperar la confianza en el lugar para que no se convierta en una herida sin cerrar”, afirma.
Asimismo, señala la importancia de resignificar la Carrera Octava con Calle 52 y todo el sector de La Base, que “se convirtieron en símbolos de peligro” para muchos ciudadanos.
Los escombros en esa zona son el reflejo material de un trauma que aún retumba en la mente de cientos de caleños. Sanar será un proceso largo, pero posible, si se hace con acompañamiento profesional, comunitario, familiar e institucional.