Valle
Este es el drama de las familias de desaparecidos en el Valle del Cauca; 5015 personas salieron de sus casas y nunca volvieron
Cali, Buenaventura, Tuluá, Jamundí, Buga, Cartago y Palmira son los municipios con las cifras más altas de desapariciones. El departamento es, después de Antioquia, el que registra la mayor cantidad de casos.
Es quizá el más inhumano de los dramas que puede experimentar una familia. Un dolor incesante carcomiendo el pecho y una angustia que seca el llanto. Porque el único sufrimiento peor al de una madre que le asesinan un hijo, es que se lo desaparezcan.
Como lo relatan las mismas familias, cuando un hijo muere de forma violenta lo matan una sola vez, en una fecha determinada y hay una tumba donde llorarlo. Un hijo desaparecido es como si lo mataran todos los días; la noticia de su muerte se repite cada mañana al abrir los ojos y el luto interno se extiende por años. Hasta la muerte.
Con ese dolor sobreviven en el Valle del Cauca 5015 familias cuyos seres queridos salieron un día de sus hogares y no regresaron, según datos obtenidos de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas.
“Ayúdenme a que mi alma tenga consuelo; ayúdenme a encontrar a mi hija, a que la alegría vuelva a mi, a que mi mirada sea la de antes”, escribió en medio de su desespero en redes sociales Janit Carmen Flórez, madre de Yanis Sierra, desaparecida el 18 de diciembre del 2022, a sus 21 años, en el municipio de Cartago.
Tampoco existe rastro de Gustavo Eduardo Veloza, pensionado de Emcali y quien salió en la Semana Santa pasada, el Domingo de Ramos, a practicar ciclismo, pero solo apareció su bicicleta en un cañaduzal en la variante que de Cali conduce a Palmira.
Su hija María del Carmen Veloza cuenta el drama y la zozobra con la que se debe vivir cada día. “Cómo va uno a trabajar sabiendo que tiene a su papá desaparecido, pero aún así, la vida tiene que seguir y el dolor es cada vez más intenso porque con cada minuto es más evidente que jamás regresará”.
Según datos del Instituto de Medicina Legal, solo en Cali fueron reportadas, entre el 1 de enero de 2020 y el 30 de abril de 2024, 2028 desapariciones, de las cuales 1301 personas aparecieron vivas, 109 se hallaron sus cadáveres y siguen como desaparecidas las otras 618 personas. De ellos, 24 eran niños entre cero y 9 años de edad.
El fenómeno de la desaparición, señala Gerardo Mendoza, personero de Santiago de Cali, “es altamente preocupante y sobre todo, raya en la crueldad; porque tan alarmante es el secuestro como la desaparición. Con mayor impacto la desaparición porque al menos con el secuestro hay esperanza de vida, con la desaparición no”.
Debo destacar, agrega, “la iniciativa que cursa en el Concejo en procura de constituir esa mesa interinstitucional porque esto no se trata de la iniciativa de la Alcaldía o del Concejo, sino que todos armemos un bloque conjunto para combatir la desaparición que tanto afecta nuestra ciudad y sobre todo el espectro histórico ya que hay casos muy lamentables conocidos frente a la situación de los desaparecidos”.
“La misma Policía dañó la cadena de custodia”
“Si yo traje a mi hijo a la vida con 206 huesos; esos 206 huesos me los tenía que entregar a mí la Fiscalía”, clama en medio de su dolor Lina María Gómez Castrillón, madre de Nicolás Aristizábal, un joven de 17 años de edad desaparecido en Cartago el 3 de junio del 2023.
“Para mí, mi hijo sigue desaparecido hasta el día que me lo entreguen completo; porque supuestamente me hicieron una prueba de ADN para reconocer unos huesos y me dijeron que eran de mi niño, pero yo qué voy a saber con tanta corrupción que hay en Cartago que hayan pasado un dinero para callarnos la boca”, señala Lina tras más de un año esperando verdad y justicia.
Y las razones de su desconfianza no son infundadas. Tres días después de que Nicolás desapareciera junto a Nasly Daniela Santiago, recibió una llamada del policía William Timote para avisarle que la motocicleta en la que andaba Nicolás y Daniela fue encontrada en una laguna a las afueras del pueblo.
“Yo me fui hasta allá y había dos muchachos trabajando en el predio y uno de ellos me dice que se acercó a orinar y vio la moto y que el dueño de la finca llamó a la Policía. Entonces este policía llega, saca la moto y daña la cadena de custodia porque la manda a lavar; tengo la evidencia y por eso denuncié a la Policía. El comandante era el coronel Henry Moncada, que mientras estuvo hubo más de 300 muertes en Cartago, y la única respuesta de la Policía fue que lavaron la moto porque la placa se estaba llenado de lama”, lamenta Lina María.
Ese día, y ante la actitud de los uniformados, perdió la esperanza de encontrar a su hijo con vida. “Nicolás era un niño demasiado alegre. A él le encantaba el Stunt (picar motos) y decía que su sueño era correr en motos. Era un niño demasiado alegre, noble, hiperactivo y de carácter fuerte. Yo traje a esta sociedad a un buen muchacho, con principios, y la misma sociedad me lo arrebató; como nos arrebató a Daniela Santiago que era una niña deportista, que jugaba voleibol, una niña de principios y valores”.
Recuerdo que el día de su desaparición, relata Lina María, “lo vi arreglándose y le pregunté para dónde iba; me dijo que para una chiva rumbera, me miró y me dijo: ‘no me demoro porque voy a salir con una amiga’. Me pidió para la gasolina y saqué $4.500 y se los di. Lo que más recuerdo es esa última mirada y ya nunca regresó”.
Lina llegó cerca de la 1:00 de la mañana a su casa y notó que la moto no estaba. Se estaba reponiendo de una cirugía y se tomó un medicamento para el dolor y fue solo hasta las 3:00 de la mañana que la despertó la llamada de doña Milena, la madre de Daniela. “Llamé a los amigos de él y me dijeron que se quedaron esperándolo y nunca llegó; le escribían, pero de un momento a otro ya no le llegaban mensajes”.
“Nadie nos apoyó; ni Policía, ni Fiscalía ni Alcaldía. Los familiares asumimos la búsqueda de nuestros hijos. Un policía, Andrés Luna, nos recibió el denuncio y la pregunta que me hizo fue que si mi hijo fumaba marihuana. Luego aparecieron unos huesos y el alcalde de Cartago nos revictimizó diciendo que esos huesos eran de animal”.
“Llevamos más de un año sin respuestas y no me importa que me maten, porque ya me mataron cuando desaparecieron a mi hijo. El único problema que Nicolás tuvo fue en abril con el policía Yohan Astaíza y su compañera Sofía Olarte que lo amenazaron de muerte y lo golpearon por un problema con una basura que sacaron; y lo único que pido es justicia”.
“Voy a luchar hasta hallar el cuerpo de mi hijo”
Celebrar que el mayor de sus hijos naciera en la misma fecha de su cumpleaños fue para Paloma Chávez López durante 23 años la mas hermosa de las coincidencias. Pero esas celebraciones llegaron a su final en el año 2020 y tanta alegría se convirtió desde entonces en tristeza.
El 21 de agosto del 2020 su hijo Alejandro Ramírez Chávez salio del barrio la Nueva Base, donde vivían, hacia el barrio Las Ceibas para visitar a unos amigos y hasta ese día supo de él.
“Él ya venía con el tema de separarse de la compañera sentimental que tenía y ya estaba viviendo hacía una semana en mi casa. Él estaba muy aburrido y no quería tener ya tener contacto con esa señora, incluso había pensado en salir del país irse para Chile o España y buscar otros rumbos para que esa señora lo dejara de asediar”, cuenta.
Agrega Paloma que ese viernes llegó Alejandro de la peluquería, se organizó y le mostró el corte. “Yo lo mire y le dije: hijo, te felicito, quedaste muy hermoso, y me dijo ‘ya vengo mamá, voy a salir’. Yo le lancé un beso desde la puerta y él salió con lo que tenía puesto y con su celular; hasta ese momento supe de mi hijo”, explica Paloma.
“Al día siguiente cuando me levanté me di cuenta que no había llegado a dormir, pero no me alarme tanto porque era normal que a su edad se quedara a veces en casa algún amigo... el sábado 22 de agosto durante todo el día estuve muy inquieta tratando de ubicarlo por el celular y no me contestaba el teléfono, pero hacia las cinco de la tarde notamos que en Facebook aparecía como si hubiera hecho una publicación y aparecía conectado en messenger y sentí mucha tranquilidad”.
Alejandro seguía sin contestar mensajes a su mamá, quien ese sábado en la noche ya no pudo dormir. El domingo en la mañana contestó la que fue su pareja y le aseguró que ella tenía las claves de sus redes, pero que no sabía donde estaba. Consiguió la dirección de ella, pero no le quería dar cara. “Algo me decía que estaba allá; además, porque un par de años atrás también se me perdió y esta señora lo tenía retenido e incomunicado en la casa donde ella vivía. Pero antes me dijo que se lo había llevado la Policía para la estación de López porque habían tenido una pelea”, pero Alejandro no figuraba retenido en ninguna estación de Policía en Cali.
Lamenta también en medio de su angustia experimentar la falta de sensibilidad y empatía de parte de las autoridades que tres meses después de la denuncia la llamaron para empezar a investigar. Pero nunca encontraron algo ni estuvo su expareja en el centro de la investigación; tampoco lograron ver nada en las cámaras porque de las trece existentes ya había desaparecido el material. Solo se supo por parte de un investigador privado contratado por la familia que las últimas llamadas que hizo Alejandro fueron a su expareja.
“Siento que está muerto, pero necesito recuperar el cuerpo”
Es literalmente lo que significa estar muerto en vida. Aunque se levanta cada día, sale a trabajar, siente y respira, la vida de Jackeline Gazo Isaza se apagó ese 25 de septiembre del 2021, cuando su hijo Andrés Contreras, de 23 años, desapareció sin razón alguna luego de salir de su casa en Dosquebradas, Risaralda, rumbo al Valle.
“Yo necesito el cuerpo de mi hijo. Porque no hay un duelo; donde yo pueda hacerlo como realmente es, porque siento que mi vida se quedó ahí, en esa en esa primera línea y no he podido avanzar; el otro mes cumplo tres años y yo necesito pasar esa línea. Sea para mi duelo, o sea para mi vida, o la de mi hija, que somos las personas que nos ha tocado sufrir mucho más esta situación”, relata la madre.
Fueron muchos meses de silencio absoluto, de tragarse su dolor por temor a que las personas que desaparecieron a su hijo pudieran hacerle daño a ella o a su niña menor. Sin embargo, conocer casos similares al suyo a través de la Asociación Madres de Cartago la llenó de valentía para salir a reclamar en voz alta una respuesta a la desaparición de su hijo.
“Lo que me motivó reabrir el caso de mi hijo fue poder encontrar el cuerpo de él. Porque pues yo sé mi corazón de madre sabe que mi hijo está muerto, pero no hay un cuerpo. No hay un cuerpo donde yo ir a llevarle flores a mi hijo un domingo no tengo dónde ir a llorar. Me toca sentarme en un parque. Y hablar con él”, reitera Jackeline Gazo Isaza con el dolor tatuado en su rostro.
“Cuando Daniel Esteban desapareció tenía 20 años recién cumplidos; se había salido del colegio y trabajaba solamente por días con un familiar como ayudante de construcción. Él era demasiado alegre, demasiado amiguero, le encantaba siempre estar rodeado de los amigos, digamos que para mí ese fue uno de sus errores; estar con tantas amistades que a la final le enterraron el cuchillo”.
Recuerda que el dolor más intenso lo empezó a experimentar el día que sentada en la sala de su casa, luego de dos meses de búsqueda, se percató de que ya había agotado todos los recursos y no tenía dónde más buscar. “Pero ya cuando ya se agotaron todos los recursos, pues ya llega como la aceptación de la situación.
Pero para hacer más grave su padecimiento, cuando decidió reabrir el caso de Daniel Esteban recibió amenazas de muerte y le tocó salir como desplazada con su hija menor.
“Tuve que salir dejando la familia, dejando hasta mis cosas salí con dos bolsas de basura. a la madrugada como si yo fuera la si yo fuera la ampolla por decirlo así. Pero entonces cambia totalmente nos cambiaron totalmente la vida toda”, cuenta la mujer, quien a la fecha no ha recibido apoyo de ninguna entidad estatal.