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Un asunto de confianza

No corren buenos tiempos para el liderazgo. La pérdida de confianza en los gobernantes parece ser una epidemia del mundo contemporáneo que se lleva por delante nada menos que la democracia.

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Óscar López Pulecio
Óscar López Pulecio | Foto: El País

11 de oct de 2025, 02:07 a. m.

Actualizado el 11 de oct de 2025, 02:07 a. m.

Franklin Delano Roosevelt, cuatro veces presidente de Estados Unidos, decía que la misión principal del presidente era inspirar confianza en la población. En tiempos de paz o guerra, que la ciudadanía pudiera dormir tranquila, sabiendo que había un guardián en la heredad.

No es poca cosa, porque los políticos están llenos de defectos, a diferencia del Sumo Pontífice Romano, no tienen el don de la infalibilidad, tienen que navegar en un mar de poderosos intereses encontrados y sin remedio, son seducidos por el ejercicio del poder.

Marguerite Yourcenar pone en boca de Adriano en las memorias que este le dictara, desde el fondo del tiempo, el asombro del César porque sus súbditos lo veían generoso, noble, ecuánime, cuando podría ser arbitrario y déspota, creían que el poder le daba el lujo de ser virtuoso cuando esas virtudes las había tenido desde siempre.

El poder no había cambiado la esencia de la personalidad de Adriano, ni la de Roosevelt, ambas voces de autoridad sin estridencias. Mirando el poder desde cierta distancia, para no terminar siendo una de sus víctimas. Roosevelt es elegido presidente por la primera vez en 1933 y ejerce el cargo hasta su muerte en 1945, Cuando llega al poder, Estados Unidos está al borde del colapso económico por cuenta de la Gran Depresión.

El New Deal es un conjunto de políticas encaminadas a generar empleo en obras públicas, basadas en el ensayo y el error. No es algo muy científico, pero los norteamericanos piensan que es el hombre providencial porque regularmente lo escuchan en la radio diciendo que entre todos van a salir adelante. Él, un millonario aristócrata, al pie del hombre común y corriente, que lo consideraba uno de los suyos.

Roosevelt se convierte en el hombre indispensable, el mismo que hace su campaña prometiéndole al pueblo norteamericano que no iría a la guerra, que su bandera era el aislacionismo en lo cual interpretaba un profundo sentimiento norteamericano que aún perdura (y del cual Donald Trump es otro de sus intérpretes), y luego lidera la derrota de Alemania y Japón para vengar el ataque del Eje a Pearl Harbor. Es por igual el líder en la paz y en la guerra. No necesitaba ser sabio ni coherente, solo inspirar confianza.

Lejanos esos tiempos. Hoy los ciudadanos de muchos países, incluyendo el nuestro, se van a la cama en medio de la incertidumbre, sin saber cuál será el próximo delirio del guardián insomne de la heredad. Sin poder dormir tranquilos, pensando que el guardián tampoco duerme. De la misma manera que el poder hacía brillar las virtudes de Adriano o de Roosevelt, en los nuevos líderes lo que magnifica son sus defectos.

Cosas que antes pasaban inadvertidas en sus conductas, son ahora el tema central de la conducción económica, de las relaciones internacionales, de la seguridad nacional, todas sometidas al capricho, a las ideas fijas, a los prejuicios y sobre todo a cierta inelasticidad mental que los condena a tener siempre la razón.

No corren buenos tiempos para el liderazgo. La pérdida de confianza en los gobernantes parece ser una epidemia del mundo contemporáneo que se lleva por delante nada menos que la democracia. La sensatez debería correr ahora por cuenta del electorado, escoger no al hombre sabio o infalible, o al más aguerrido y polémico, sino al que inspire confianza por su pasado, por sus acciones y por su palabra, para dormir tranquilos.

Abogado especializado en Ciencias Socioeconómicas. Ha sido embajador de Colombia ante la Asamblea General de la ONU, Cónsul General de Colombia en el Reino Unido, Gerente Regional de la Caja Agraria y Secretario General de Anif y de la Universidad del Valle.

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