Por una nueva hegemonía

Hay que insistir en el planteamiento teórico sobre la compatibilidad de la vida urbana moderna con la democracia, el desarrollo de la personalidad y la disminución progresiva de la violencia. Esta es una tendencia universal de largo plazo que, por supuesto, no es lineal, tiene momentos de auge y de decadencia, tiene excepciones y depende estrechamente de lo que sucede en el campo de la economía, la política y la cultura.

Traigo a cuento esta tendencia ya que, últimamente, aparecen versiones, ante todo entre la élite, que sustentan que “no hay nada que hacer” y que estamos en medio de una creciente e inmanejable criminalidad urbana, que tiene origen en la vida citadina misma. Esto puede ser cierto, recientemente, en el caso de la ciudad colombiana y especialmente de Cali, pero vale la pena entonces hacer algunas aclaraciones, teniendo como referencia esta ciudad.

Es clave que se pueda entender cómo el conjunto de intereses diversos y antagónicos que se mueven en la ciudad logran conformar, en períodos históricos, formas de ‘hegemonía’ que hacen posible el funcionamiento ordenado del conjunto, haciendo participar del proyecto hegemónico una parte considerable de la población que lo comparte y apoya. En Cali, esto pudo suceder, en un período de ‘hegemonía filantrópica’, en los años 60, en el que, en medio de un Estado precario, grupos empresariales se propusieron utilizar el aparato estatal para llevar al conjunto de la ciudad, especialmente a los sectores desfavorecidos, importantes proyectos de desarrollo social y lo hicieron con éxito.

Sin embargo, los grupos dirigentes no tuvieron continuidad y, desde los años 80, dejaron que los carteles del narcotráfico primero y luego la criminalidad difusa y organizada penetraran la economía, la política, la cultura y se apoderaran del Estado mismo. Se dio paso a una ‘hegemonía para-mafiosa’, fundada en el uso particular y amañado de la ley, que ha sido difícil de desmontar y de reemplazar por una nueva hegemonía de carácter civilizatorio que ponga sobre el tapete los temas de la ética y del manejo de lo público. Pero hay indicios de que estamos iniciando un nuevo ciclo. Creo que en las elecciones regionales se observan cambios sobre los que se puede tener algún optimismo.

Me parece notable que Diana Rojas haya renunciado a su candidatura a favor de Alejandro Eder. Habrá que reconocerle este gesto, así como su insistencia en que se requiere una actitud vertical en defensa del presupuesto público. Nadie más había encarado la lucha contra la corrupción con tal vehemencia. Esto se combina con las ideas de planificación urbana, de movilidad, de espacio público y de inclusión, defendidas por Alejandro Eder. Ambos están dispuestos a confrontar el tema de la seguridad en el que se requiere fortalecer la legitimidad de la autoridad y para ello es fundamental el accionar de la Policía, bajo las órdenes del Alcalde.

No todo está dicho sobre los resultados electorales, pero en esta oportunidad hay una diferencia notable, con personas jóvenes, una mujer destacada y propósitos que benefician al conjunto de ciudadanos. En la campaña, todos los candidatos hablaron de todos los problemas. En el Gobierno, solo se pueden resolver algunos y hay que priorizarlos. Por el momento, se trata de que la mejor opción para la ciudad salga adelante. Mi voto para el Concejo será por Mapi, quien también ha demostrado compromiso con temas centrales de la ciudad. Es garantía de control diáfano al Ejecutivo desde el Concejo. Paradójicamente, no tengo un nombre para la JAL, pero lo buscaré. En efecto, cada vez será más importante el tema específicamente local de la ciudad.