Columnistas
Personas ordinarias
Quizá la salida, una vez más, quede en manos de las personas ordinarias, unidas a otras personas ordinarias; capaces, eso sí, de cosas tan extraordinarias como cuidar del otro...
La presentadora de televisión pregunta: “¿Alguien en esta sala fue salvado por Nicholas Winton?”.
Fue transmitido en vivo el momento en que Winton se pone de pie y gira sobre los talones, hasta encontrar el rostro de centenares de desconocidos, ya adultos, a quienes rescató -cuando niños- de las garras del nazismo.
Fueron en total 669 menores de edad los que salvó Winton, corredor de bolsa, una suerte de Óscar Schindler solo que británico, antinazi, descendiente de judíos, agnóstico y socialista.
Más allá de las etiquetas, Winton se definió a sí mismo como “una persona ordinaria”, alguien común a quien conmovió la situación de cientos de menores de edad refugiados en Praga, antes del inicio oficial de la Segunda Guerra Mundial. Y sintió la obligación humana, moral, empática, de hacer algo al respecto.
Consiguió hogares de paso adoptivos para todos los menores, en el Reino Unido, y gestionó (a través de donaciones privadas e incontables permisos burocráticos) la salida de los niños por tren y avión, desde Praga hasta Londres. El noveno y último viaje, tren que llevaba a 250 niños, no corrió con la misma suerte y fue detenido por los nazis; los pequeños y sus padres, enviados a campos de concentración y exterminados.
Lo más sorprendente de esta “persona ordinaria” es que se unió a otras personas del común, que se sintieron igualmente conmovidas, para llevar a cabo esta gesta que permaneció en silencio durante 50 años. Ninguno lo hizo por fama o reconocimiento, votos o aplausos. Fue mera casualidad que se divulgara.
No se trató del poder de los partidos políticos, ni de la influencia de grandes cargos o líderes de opinión, ni del llamado de los jerarcas religiosos.
Solo gente común, dotada con un corazón funcional, sin visibilidad ni aspavientos, unida para salvar niños de otro país, de otra religión, de otros padres. Seres humanos desconocidos ayudando a seres humanos desconocidos, simplemente porque algo había que hacer. Y era urgente.
La vida de Winton ha quedado inmortalizada en una película que se encuentra ahora mismo en cartelera, protagonizada por Anthony Hopkins y que se llama ‘Una Vida’.
Hace pocos días, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, Filbo 2024, fue la charla presencial con el escritor que cuenta esta historia en clave de novela. Dejo el dato: el libro se titula Los Niños de Winton y su autor es el italiano Fabiano Massimi.
Cine o libro, recomiendo acercarse a esta historia. Decía Einstein que, tras la devastación de una Tercera Guerra Mundial, la cuarta sería con piedras y palos. Y quizá estamos ad portas de una Tercera Guerra Mundial, solo que distinta: escalonada, por fases, disgregada geográficamente, no declarada, pero con la peor amenaza nuclear de la historia pesando sobre nuestros días. Hacen falta nuevos Winton.
Corren tiempos de liderazgos políticos altamente complejos, narcisos, extremistas, radicales, polarizantes, en diversas regiones del planeta. El ciudadano común se siente inerme y constantemente aterrorizado por los agitadores del caos, a quienes conviene crear situaciones de zozobra reales e imaginarias, de tal suerte que cada quién se disperse hacia la protección de sus pequeños y particulares intereses, mientras las grandes instituciones y presupuestos son coptados ante la mirada atomizada de noticias que permiten ver el árbol pero no el bosque.
Quizá la salida, una vez más, quede en manos de las personas ordinarias, unidas a otras personas ordinarias; capaces, eso sí, de cosas tan extraordinarias como cuidar del otro, dar sin agenda, apostar por causas elevadas; negarse a ser comprado, radicalizado o insensibilizado; conservar limpia la conciencia y creer, como Winton, que “si no es imposible, es posible”.
Habría que recordar que hacer lo bueno no es de gente buena o excepcional, sino el deber de las personas ordinarias en tiempos extraordinarios.