Columnistas
Olympia en Nueva York
Una suma de todos los erotismos que revela sin lugar a dudas la profesión del personaje: una ‘cocotte’ o como decía tan agudamente el ingenio francés: “une grande horizontale”.
Aún hoy se entiende que su aparición haya sido tan escandalosa. Desnuda, sin otro adorno que una cinta en el cuello y una orquídea en el cabello, su mano sobre su sexo en un gesto de falsa modestia, puesto que de él vivía, que contrasta con su mirada desafiante, de mujer en completo control de sí misma, mirando de frente al espectador, bella, blanca, el cuerpo perfecto, reclinada sobre almohadas sin otra compañía en el lecho que la de un gato negro con la cola erecta.
A su lado, una criada negra le ofrece un ramo de flores enviadas por algún cliente agradecido. Una suma de todos los erotismos que revela sin lugar a dudas la profesión del personaje: una ‘cocotte’ o como decía tan agudamente el ingenio francés: “une grande horizontale”.
Es la Olympia pintada por Edouard Manet, exhibida en el salón de París en 1865. Posó para el pintor Victorine Meurent, quien era pintora, modelo y amante del fotógrafo Nadar. Nadie quiso comprarlo hasta que por iniciativa de Monet se hizo una colecta pública y fue adquirido por el Estado Francés.
No era ciertamente el primer desnudo femenino frontal, pues las referencias en la historia del arte son obvias por la similitud de la pose: La Venus Dormida de Giorgione de 1510, que es una diosa mitológica sorprendida en su inocente sueño; o La Venus de Urbino de Tiziano, de 1538, la misma diosa muy despierta, pero con una mirada plácida de mujer a la espera; o la Maja Desnuda de Goya, de 1800, que es la que más se le parece, igual de desafiante, una mujer que posa desnuda solo para su amante, la Duquesa de Alba, quizás. Olympia no es nada de eso. Olympia es una prostituta de lujo, orgullosa de su oficio.
El cuadro es una de las piezas maestras del museo Quai D’Orsay de París, que reúne obras de arte desde mediados del Siglo XIX hasta el XX, incluyendo los impresionistas, de los cuales Manet es un precursor, pues nunca se consideró uno de ellos. Excepcionalmente, ha cruzado el Atlántico como la estrella de la exhibición Manet-Degas en el Museo Metropolitano de Nueva York, que ha tomado años de preparación y reúne las grandes colecciones que de ambos pintores tienen los dos museos para proponer un diálogo entre ellos que fueron contemporáneos, amigos y rivales al mismo tiempo. Es el gran acontecimiento cultural de otoño en Nueva York.
Sobre una pared mora en leche, que es el color de fondo de toda la exposición, sola, sin los vecinos que tiene en París, Olympia resplandece. Quizás en esta época donde todo se compra y se vende, y todo tiene un precio, siempre que tenga el empaque apropiado, Olympia puede ser un símbolo de nuestro tiempo y algo que la sociedad norteamericana puede recibir con adoración, lejos del escándalo que produjo en el pacato Siglo XIX en París, donde todo estaba permitido siempre que no se supiera.
Dice el curador de la exposición que Manet, quien muere a los 51 años, es un compositor de sinfonías, mientras Degas, que lo sobrevive 20 años, lo es de música de cámara. Manet con sus grandes formatos desafiantes, Degas íntimo. Degas y sus bailarinas del cuerpo de ballet, que también ejercían el oficio de Olympia para llegar al fin de mes, los caballos en el hipódromo, las mujeres en el baño, sobre estas últimas, pintó algunos de los mejores cuadros de su edad madura. Muere solitario y casi ciego, con más de 70 años. Sobre ambos se construye la pintura francesa moderna y sobre ambos, reina Olympia.
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