Opinión
‘Mamatocos’
Las pugnas internas en el actual gobierno que ya dejan como consecuencia la muerte del coronel de la Policía Oscar Dávila, por causas que solo (y nadie más) podrán establecer las autoridades competentes
En medio de la sarta de mentiras en que se convirtió lo que debía ser un debate civilizado, no cabe duda de que en la refriega bajobajera que hoy vive Colombia, todos vamos a perder.
Incluido, el periodismo. Lo que no sería tan grave si no fuera porque este oficio es el llamado a procurar la verdad, más en una sociedad tan polarizada como la nuestra.
Verdad que surge del rigor y de la contrastación, entre otras muchas herramientas a la mano para no equivocarse. Lo que está en juego es nada menos que la credibilidad, el auténtico capital de este oficio.
Pero no es el periodismo la única especie en ceder ante la tentación de dar con desenlaces al antojo de quienes los cuentan. La verdad es que la historia de Colombia está edificada sobre mitos que terminan convertidos en cuasi realidades.
Por décadas, hemos vivido entre dimes y diretes que luego pasan de generación en generación convertidos en acontecimiento. Chismes que impiden cualquier posibilidad de dar con la claridad, que quizás termine parecida a las hipótesis. Lo malo es que los intereses políticos y la mala leche terminan disfrazados de jueces.
Las pugnas internas en el actual gobierno que ya dejan como consecuencia la muerte del coronel de la Policía Oscar Dávila, por causas que solo (y nadie más) podrán establecer las autoridades competentes, ya tomó ese rumbo: el de la interpretación.
Mala cosa, ese no es el camino. Por el contrario, nada tan deleznable como el sesgo. Y nada tan aconsejable como, juntas, responsabilidad, sensatez y templanza.
Lo del coronel fallecido y todo el oscuro entorno que lo rodea, recuerda casos en los que el escándalo y el morbo se encargaron de cerrarle el paso a la verdad.
Por ejemplo el de Francisco Anastasio Pérez, el célebre ‘Mamatoco’. Expolicía, boxeador y entrenador, Pérez fue férreo opositor al gobierno de Alfonso López Pumarejo. El 15 de julio de 1943, ‘Mamatoco’ apareció asesinado en un parque bogotano. La oposición de entonces quiso cargarle el muerto al Presidente, mientras tres miembros de la Policía aceptaban ser autores de las 19 puñaladas con las que le segaron la vida.
O el de Elizabeth Montoya de Sarria, la ‘monita retrechera’. Personaje a la que le queda corta cualquier narconovela, Elizabeth conoció, como pocos, todos los entresijos del negocio maldito. Pero lo que la catapultó al panorama nacional fue una conversación de evidente cercanía personal con el entonces presidente Ernesto Samper Pizano. Sicarios acabaron con la vida de la ‘monita’ el 31 de enero de 1996 en Bogotá.
O el de Pedro Juan Moreno. Hombre más que poderoso de las huestes uribistas, Moreno terminó sus días el 24 de febrero de 2006 en un accidente aéreo que, con el tiempo, se ganó el título de “extraño” y, después, de “provocado”.
Si se miran bien las suertes, y las muertes, de ‘Mamatoco’, Elizabeth y Pedro Juan, ellas terminaron siendo más anécdotas que situaciones plenamente establecidas. Con todos los efectos jurídicos sobre quienes resultasen comprometidos. Y, de paso, la absolución pública a los señalados injustamente por ese pecado capital que es el rumor.
Pero no, nos quedamos en el escándalo y en la manipulación. Tal cual como podría suceder ahora con el coronel Dávila y el inmenso entorno de su caso. Pero la justicia, señoras y señores, la justicia es otra cosa. Claro, cuando funciona.
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