Columnistas
Los sentidos amorosos
Si la sabes llevar bailando puedes llevarla a donde quieras. Y hasta lograr besarla. Sentirás la delicia del sabor de sus labios y de su lengua en las papilas gustativas y en el cielo del paladar.
Para contrarrestar a la muerte que nos acosa, la mejor inversión que se puede hacer con los cinco sentidos es la inversión amorosa, salir de conquista. La vista, el oído, el tacto, el gusto, el olfato, son los cinco pilares de un buen levante.
La ves venir a los 20 metros en un centro comercial, el pelo negro al viento, su cara orlada por dos cejas triunfales y una sonrisa cantarina, cadenciosa con la cadera, orgullosa con su atavío, que es más sugestivo a los ojos, pues oculta lo que se aguarda. Sientes que el amor entra por los ojos y das gracias a Dios por el don de la vista, que te permite contemplar la belleza de su criatura. En ese momento ser ciego sería una desgracia.
Ya más cerca tienes acceso al olor de avena machacada de sus axilas, al aroma del champú electrizante, al eco del perfume de su entrepierna, al hálito de su voz cuando te saluda. Ya para entonces sientes que el amor penetra por la nariz y das gracias a Dios por el don del olfato, que te permite asimilarla por los pulmones. En ese momento, ser anósmico sería una desgracia.
Si tienes suerte y puedes iniciar una conversación, oirás la cadencia de su palabra, el gorjeo de su risa pequeña, el ritmo de su acompasada respiración rozando tus tímpanos, su taconeo sobre las suaves baldosas, su susurrar al son de la música, el suspiro de alivio cuando la aprietas en la pista de baile. Sientes que el amor te entra por las orejas y das gracias a Dios por el don del oído. En ese momento ser sordo sería una desgracia.
Si la sabes llevar bailando puedes llevarla a donde quieras. Y hasta lograr besarla. Sentirás la delicia del sabor de sus labios y de su lengua en las papilas gustativas y en el cielo del paladar. Y tu lengua, que participa de la percepción del sabor y del tacto, será el punto de convergencia de sus filamentos magnéticos, en los labios donde la pongas. Sientes que el amor te entra por la boca y das gracias a Dios por el don del gusto. En ese momento ser ageusico sería una desgracia.
Digamos que te fue bien en el club privado, donde empezaste a darle manivela al sentido del tacto. Con las manos y con el cuerpo. Te irá mejor en la recámara. Donde entrará a funcionar la mejor parte del cuerpo. Aquella que es a la vez receptáculo y emisor del placer del ser. Se aclaran las yemas de los dedos. La lengua muda de sentido, y en vez de representar el gusto se pasa al tacto. Sientes que el amor entra por la piel y das gracias a Dios por el don del tacto. En ese momento sería una desgracia ser apselafésico.
Has tenido noticia de gentes que han perdido uno o varios sentidos, y complementan con los que les quedan, los que les faltan. Digamos que hacen de tripas corazón, y tal corazón les queda bien hecho. A veces su pareja también es lisiada de algún sentido. Y la solidaridad amorosa se crece con ese despojamiento. Se juntan así las dos más nobles pasiones, el amor y la enfermería.
Mientras quienes gozan a tutiplén del piano de los sentidos, en vez de disfrutarlo terminan ofendiéndose porque el otro lo miró mal, le pegó un grito, le olió raro, le supo agrio, lo fastidió con sus bruscas caricias. Perversión de los sensuales sentidos, que solo se presenta en las parejas a las que nada les falta.
Ay de que no pudiera ver las maravillas del cielo, entre las cuales destella con luz propia mi ángel ofreciéndome una rosa entreabierta.
Ay de que no pudiera oír la música de su voz y su voz cantante en las fiestas y sus gemidos complacientes a la luz de los candelabros.
Ay de que no pudiera oler su pelo y perfumes, y el almizcle de sus cucos y su alegre transpiración en las sábanas.
Ay de que no pudiera gustar del sabor de sus besos, puesto que mejores son sus besos que el vino, como cantó el escriba de los cantares.
Ay de que no pudiera tantear con las cinco puntas de mi mano la estrella de su amor que ilumina todas mis noches.