Columnistas
Los iluminados
Pasado un año en la Casa Nariño, Gustavo Petro repite el libreto de la Alcaldía. Parecería que ya gobernar a Colombia le quedó pequeño.
Después de seis meses como alcalde de Bogotá, Gustavo Petro ya estaba aburrido en el cargo, con el día a día de gobernar. Era un triunfo que lo sorprendió, posible en buena medida, su triunfo con el 32% de los votos fue un golpe de suerte y él, fue el primer sorprendido, posible por la división de la votación entre el exalcalde Enrique Peñalosa (24,9 %) y la independiente Gina Parody (16,74 %). El arranque de Petro fue eufórico, con aires de una renovación fundamental de la política, y del gobierno de la ciudad, entendido como un gran reto y responsabilidad.
Pero pronto se desentendió de su compromiso con sus electores y la ciudad; la pelea con el Procurador Ordóñez lo creció y le permitió hacer lo que más le gusta, hablarle a una multitud desde un balcón y con ello empezó a revivir su viejo sueño, la presidencia de Colombia, pues se veía predestinado para más altos destinos.
Parece que como Presidente, se está repitiendo lo que vivió como Alcalde; se ha desinflado y empezado a desatender el manejo cotidiano del poder, el día a día de la administración del Estado que, sea local o nacional, exige disciplina y método; interlocutar y concertar, escuchar para luego decidir.
Retoma sus desapariciones, sus ‘salidas de escena’, para luego reaparecer con declaraciones y mensajes de Twitter, hiperbólicas en su tono y contenido, con ofrecimientos que no son concretos, muchos interesantes, pero que al día siguiente ya están olvidados. Es un cambio continuo de prioridades y de funcionarios en un mar de incumplimientos.
Pasado un año en la Casa Nariño, Gustavo Petro repite el libreto de la Alcaldía. Parecería que ya gobernar a Colombia le quedó pequeño. Se ve a sí mismo ni siquiera como líder latinoamericano, sino global. En su discurso el año pasado en la Asamblea General de Naciones Unidas, levitó mientras convocaba al mundo a la lucha contra el cambio climático, en medio de anuncios apocalípticos del cercano fin de la humanidad y de la vida. Su paraíso terrenal son los escenarios internacionales para hablarle a la humanidad, embelesado con su don de la palabra y con su papel de nuevo Mesías.
Mientras esto se da, en lo doméstico incumple compromisos, se hace esperar, no llega y cuando lo hace se echa otro gran discurso, pero… nada más. En los hechos, mientras de palabra, reclama la unidad nacional.
Ahora se encontró con un tema a la altura de sus pretensiones de salvador, la guerra de israelís y palestinos; con inexactitudes y errores históricos, que le sirven a sus propósitos, lleva más de una semana haciendo pública sus posiciones, en su ambición de asumir de nuevo el oficio que más ama, ser el mesías, el salvador portador de la verdad y de la vida. Mira al horizonte de la Historia, convencido de que sus trinos moverán el mundo. Aunque valga la verdad frente al horror que estamos viendo, comparto su indignación sin indolencia contraria al silencio de tantos gobernantes en el planeta.
Pasa con Petro como con cualquier iluminado para quienes el común de los mortales, les resulta de poca monta e interesan en cuanto sean funcionales en los propósitos. Se escucha a sí mismo con deleite, se soslaya escuchándose, mientras es sordo a la voz de los demás.
Este sábado inicia un nuevo viaje intercontinental, nada menos que a la China. Hasta allá llevará una de sus obsesiones caprichosas, parar la construcción del metro elevado en Bogotá.