Columnista
Los gurús y su felicidad de cartón
Gran parte de su trabajo consiste en alardear en redes y exponerle al mundo, con un esfuerzo sincero y vulgar, ufanarse de lo que tienen.
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5 de oct de 2025, 12:49 a. m.
Actualizado el 5 de oct de 2025, 12:49 a. m.
El aura de misterio con el que ciertos gurús financieros ocultan sus secretos contrasta notablemente con la vulgar forma en la que muestran su riqueza. O su aparente riqueza. Por un lado, dicen ser poseedores de un enigmático saber, rodeando de una brisa divina la relevación de la que son poseedores. Por otro, exponen burdamente su riqueza.
Estos gurús financieros han bañado las redes con sus contenidos, diseñados bajo el mismo molde, para mostrar siempre lo mismo: mansiones, autos y relojes.
El guion lo copian unos de otros y repiten la receta sagrada que tan buenos resultados arroja y tan buenas ganancias genera: dicen ser poseedores de un secreto, que les ha catapultado desde hogares humildes y pobres hasta el olimpo de los privilegios, de los placeres y de la felicidad. Y ante la pregunta de cómo se llega hasta allí, cómo se sube hasta tan arriba, cómo se alcanzan tales alturas, la respuesta siempre será una: ellos. El secreto son ellos y sus vídeos. El secreto son ellos y sus cursos.
Por el esmero en su puesta en escena, se deduce que su oficio no consiste exclusivamente en hacer dinero. Si no en mostrarlo. Obstinados en darse a conocer y empeñados en demostrar lo que tienen, parte de su tiempo, parte de su empresa, es alardear lo suficiente como para dejar claro lo mucho todo cuanto poseen. Tal como se deduce de su parafernalia, tener dinero no les basta. Gran parte de su trabajo consiste en alardear en redes y exponerle al mundo, con un esfuerzo sincero y vulgar, ufanarse de lo que tienen. De ahí que demostrar sus privilegios sea un componente de su trabajo y sea intrínseco a su labor. Como muchos se han decantado por el mismo fin, su estrategia publicitaria es ordinaria y sus recursos propagandísticos son repetidos. Sin embargo, a todo este despliegue del lujo y a todo este espectáculo del despilfarro y de ostentación, le es transversal un par de falacias.
Todo su contenido parte de un axioma equívoco: todos queremos una vida como la que ellos ostentan. Sin duda, esto es falso. Además, sus propósitos son idénticos y el contenido de su felicidad acartonada y poco auténtica es exactamente igual. Tal como la representan, la felicidad de una vida es el resultado de una fórmula o una receta en la que se mezclan ingredientes que solo pueden ser adquiridos con los privilegios de la opulencia. También esto es falso. Este es un lugar común, ordinario y repetido, en el que se encuentra toda su escenografía.
El empeño de quienes demuestran la opulencia de los que son poseedores parece siempre dirigirlos a los mismos elementos: como si para tener un hogar se necesitara de una piscina; como si la compañía precisase de muchas mujeres; como si el tiempo fuese más alegre al medirse con relojes de lujo. Nada de esto: para tener un hogar no se requieren mansiones, la compañía no precisa de modelos, ni la felicidad de relojes.