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Lo que el fútbol une

En una región marcada por la violencia, los cultivos ilícitos y las tensiones, aquí el fútbol se ha convertido en una herramienta poderosa de encuentro.

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Claudia Calero, presidenta de Asocaña, entregó un balance positivo de 2024 y habló de los retos de la agroindustria para 2025.

Foto: Juan Carlos Sierra-Revista Semana.
Claudia Calero, presidenta de Asocaña | Foto: JUAN CARLOS SIERRA PARDO

11 de oct de 2025, 02:02 a. m.

Actualizado el 11 de oct de 2025, 02:02 a. m.

La historia nos ha mostrado muchos momentos en los que una pelota ha pesado más que las palabras. En 1996, Nelson Mandela demostró lo que significaba un balón para la reconciliación. Su reflexión fue simple, pero profunda: si el país podía celebrar un mismo gol, también podía construir un mismo futuro.

Mandela se apoyó en dos jugadores emblemáticos: Lucas Radebe, negro, y Mark Fish, blanco. Nacidos en ambientes diferentes y con ideas contrarias. El fútbol les abrió los ojos a ellos también. El jugar en equipos fuera de su país les hizo entender definitivamente que la convivencia entre negros y blancos era lo normal.

Eso fue lo que utilizó Nelson Mandela para hacer entender a su país la naturalidad del cambio. Resultaba evidente lo que el fútbol podía hacer y lo que la política no siempre logra: zanjar diferencias, sanar heridas y unir orillas. Ellos lograron que el país se emocionara conjuntamente.

En la historia no solo se registra esta evidencia. En Costa de Marfil, en plena guerra civil, Didier Drogba, uno de los futbolistas más influyentes y admirados en el mundo, consiguió algo que la política no había logrado: que el país dejara las armas al menos por un día y se concentrara en torno a un balón. El partido se jugó en Bouaké, una ciudad marcada por el conflicto, y esa noche el himno volvió a sonar completo.

En nuestro país esto lo vivimos cada vez que juega la selección. No hay izquierdas ni derechas, no hay campo ni ciudad… no hay diferencias. Hay una camiseta amarilla que nos iguala, así sea solo por noventa minutos.

Esto lo estamos sintiendo más cerca, en el norte del Cauca. En una región marcada por la violencia, los cultivos ilícitos y las tensiones, aquí el fútbol se ha convertido en una herramienta poderosa de encuentro. La Fundación de Dávinson Sánchez, Compromiso Territorio y Corazón de Caña (ingenios azucareros y cultivadores de caña) han impulsado una estrategia que ha devuelto esperanza y sentido de pertenencia a cientos de jóvenes.

Hace cuatro meses, a través del Torneo por la paz del norte del Cauca, más de 400 jóvenes de 10 municipios (incluidos comunidades indígenas y afrodescendientes), han jugado más de cien partidos, y a pocas fechas de terminar, lo que se respira en las canchas no es solo competencia: es unidad.

Estos muchachos, llenos de talento, ganas y pasión, que se miraban antes con desconfianza, hoy se abrazan; los líderes comunitarios que guardaban distancias hoy se sientan juntos. La tribuna también se llena de trabajadores del sector azucarero, que comparten el mismo espacio con las comunidades. Sencillamente en la cancha no hay jerarquías: hay equipo, hay respeto, disciplina y mérito. Ahí nadie pregunta de dónde vienes, sino a quién le pasas el balón.

Ahora que se acerca el Mundial de Fútbol de 2026, que cada cuatro años coincide con nuestras elecciones presidenciales, ojalá los colombianos nos dejemos inspirar por lo mismo: bajar el odio, dejar los discursos incendiarios (desde cualquier orilla) y volver a encontrarnos en lo que nos une.

La paz y el progreso no se firman, se entrenan… y se logra con pases cortos, esfuerzos colectivos y respeto por el rival. Lo decía Mandela: “El deporte tiene el poder de cambiar el mundo porque habla a la juventud en un idioma que ellos entienden”.

Y si hablamos de paz, de reconciliación y de respeto, no podemos pasar por alto la maravillosa noticia del Premio Nobel de la Paz. Este reconocimiento a María Corina Machado nos recordó que la resistencia cívica sigue siendo el camino que debemos elegir. Ese camino que resalta la valentía de quienes resisten pacíficamente, por encima de quienes imponen su voluntad por la fuerza.

Presidenta de Asocaña

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