Columnistas
La vida es sueño
¡No!, Cali es otra, me dije, ¡esta es mucha maravilla de ciudad!

Como quería don Pedro Calderón de la Barca, a veces la vida es sueño, según lo expresó en su obra teatral estrenada en 1635 en pleno auge del barroco. Ayer todas las estaciones de transporte público de Cali, recuperadas, lucían como nuevas, lavadas por la lluvia. Me sorprendió ver el carril del MÍO utilizado únicamente por estos buses, y los semáforos funcionando al 100 %.
Salí a caminar por las calles de Cali y me sorprendió ver las aceras limpias. Me hizo gracia ver cómo la gente usa los depósitos de basura instalados en calles y avenidas.Entonces me senté en un cafecito de la Sexta donde sus dueños han sembrados lilas y sanjoaquines. Tomé un taxi, y el conductor -cómo han cambiado los taxistas de Cali- me saludó cortésmente para preguntarme hacia dónde me dirigía. “Ahora para ser taxista en Cali hay que tomar un cursillo”, me dijo orgulloso. Agregó que además de buenas maneras, les enseñan a apreciar la música clásica, algo de inglés y francés, conocimiento de lugares tradicionales e históricos de la ciudad. Todo esto debe estar ocurriendo por alguna razón que no preciso, pensé.
Y el Centro, qué maravilla el Centro. Hacía como 30 años no veía viejos conversando plácidamente en las bancas de la Plaza de Cayzedo. De un momento a otro desaparecieron los tramitadores, las pájaras de vida alegre, los falsificadores de documentos, la mugre acumulada. Una luz dionisíaca bajaba de las palmeras hacia las calles otro día inundadas por vendedores. “El gobierno local reubicó a estas personas”, me dijo el conductor. “Ahora hacen parte del programa de capacitación que permite a la ciudad y al Valle tener un banco de empleo disponible para los ingenios, la siembra de fruta, la construcción…”. Me quedé sin saber qué decir. Desde ahí, pasando por la Catedral, noté cómo han surgido una serie de cafecitos donde la gente lee los diarios, toma capuchinos, lejos de aquel olor a aceite quemado que caracterizó estas calles en el pasado.
¡Ah!, y la presencia permanente de la Policía. Esto me alentó a lanzarme a caminar por estas calles de Dios. Los gendarmes, bien nutridos y bien uniformados, ayudando a los ancianos a cruzar las aceras, dando información a los niños, dirigiendo el tránsito. ¡No!, Cali es otra, me dije, ¡esta es mucha maravilla de ciudad!
Supe también por el titular de una revista en uno de los quioscos dispuestos en las esquinas de la plaza, que la ciudad, por primera vez en 30 años, registra el menor índice de criminalidad. Un programa de vigilancia y control a delitos como atracos, secuestros, paseos millonarios, permitió que la ciudad fuera saneada de elementos indeseables, con el apoyo de cámaras de alta resolución. Los atracadores están validos también de una inusitada cortesía: “¿Me permite lo atraco?”, dicen, y uno tiene la posibilidad de responder, “bien pueda, pero me deja la cédula y el rosario de mi madre…”.
Hoy, una zona como Aguablanca, tiene cinco escuelas, por cada 500 habitantes, un récord, hay que decirlo, dentro de los niveles educativos de América Latina y el Caribe.
Yo sabía que algún día nuestros gobernantes iban a entender que las bolsas efectivas de empleo y la educación, son uno de los mejores caminos para resolver diferencias sociales, para crear oportunidades. Cali cuenta hoy con 30 centros de educación superior dedicados a la investigación para la cura del cáncer de seno, el sida, el vitiligo, el multicovid y la imbecilidad senil, propia de escritores provincianos en trance de fama. Algunos de los más destacados científicos caleños, dos de ellos candidatizados ya al Premio Nobel, son consultados diariamente por el Medical Center de Houston, por la Nasa. La ciudad es hoy Capital de la Ciencia, un título que le permitirá en 2026 ser declarada Patrimonio de la Humanidad, por la Unesco.
Con mi taza de café en la mano, miré por el balcón hacia la bruma del Valle en la distancia, para darme cuenta, mientras llovía, que todo había sido un sueño.
Regístrate gratis al boletín de noticias El País
Te puede gustar