Columnistas
La sucursal del ruido
La escena se repite a diario, a veces un restaurante tiene a las cinco personas de una misma mesa, cada una con su video a máximo volumen.

29 de sept de 2025, 01:08 a. m.
Actualizado el 29 de sept de 2025, 01:08 a. m.
5:00 a.m. y el hombre tomó una mesa en el aeropuerto Alfonso Bonilla. Puso un video de salsa a todo volumen, en su celular. Generoso, quiso que todos oyeran su música, todos, en un estruendo metálico rutilante.
Sentía, sonriente y aparentemente feliz, que le estaba haciendo un favor al universo al convertirse en su Disc Jockey omnipresente. Le faltó salir a echar paso. Varios tosimos, lo miramos con el ceño fruncido, yo me tapé los oídos a ver si captaba la indirecta, pero poco le importaba el contacto con la realidad.
Igual en los centros comerciales, fuimos a una isla por un capuchino y llegó un hombre grande que se sentó como Pedro en su casa y puso un video musical de YouTube a todo taco. Le pedimos a la vendedora que le dijera algo, pues no dejaba hablar con semejante ruidajo metálico. Igual de molesto habría sido cualquier género a esos decibeles.
La empleada dijo que él tenía derecho a poner la música que quisiera, pues estaba pagando y era cliente habitual. Lo que no dijo es que espantó a todos los demás clientes potenciales. Por tanto, sería siempre el ‘único cliente’, lo cual reforzaría el círculo ruidoso.
La escena se repite a diario, a veces un restaurante tiene a las cinco personas de una misma mesa, cada una con su video a máximo volumen. Esto, multiplicado en otras mesas con el ruido pululante individual. Cada uno en su mundo virtual. Nadie habla con nadie.
Me pregunto qué significa semejante necesidad de aturdimiento. Es como si, para no escuchar sus propios pensamientos, tuvieran que competir contra ellos a fuerza de saturación sonora severa.
O como si el ruido nos protegiera de algo, una especie de capa invisible contra la soledad, contra la sensación de vacío y muerte, contra el aburrimiento, contra los problemas que, seguramente, serían peores si pensáramos en ellos.
Los niños, pobrecitos, son educados o mal educados en este aturdimiento de los sentidos que, sospecho, no los debe dejar ni pensar, ni prestar atención, ni concentrarse en una tarea que requiera foco.
Los meseros no levantan el rostro del celular ni para llevar la cuenta, absortos en sus ruidajos particulares. Las parejas están frente a frente, pero con reproductor de videos y, si acaso, se mandan memes.
Lo peor de todo es que el ruido, el ruidajo, va sumergiendo la mente en una suerte de limbo. Ve uno esos ojos perdidos, que asienten como perrito de taxímetro.
Miran el vacío esos rostros, incluso alegres, pero sospecho que esa aparente alegría es un sucedáneo de algo más: de una suspensión sináptica, de un cierre por inventario mental permanente.
Y aparte suenan mil alarmas de ambulancias, pitos, rugido de motos, frenos, voces de videos, suprimidores de conciencia. Somos una sociedad ruidosa por defecto.
En un estudio publicado por Preply en 2024, para el que fueron encuestadas 26.179 personas de 21 países, reveló que los colombianos se sienten incómodos tras 6, 2 segundos de silencio (top 3 mundial) y el 49 % de personas se irritan cuando hay silencio entre desconocidos.
Habría que recordar que el silencio permite desarrollar bosques interiores, plantearse las preguntas filosóficas por antonomasia, identificar la geografía de las emociones interiores y elevar la conciencia intrapersonal. Qué falta nos hace valorar el silencio. O la presencia de la naturaleza.
Pero sospecho que nos necesitan aturdidos y adictos, saturados y desconectados, cebados y alienados. Para no pensar.
Paola Guevara (Cali, Colombia). Escritora, periodista, editora y columnista de Opinión. Sus novelas 'Mi Padre y Otros Accidentes' (autobiográfica) y 'Horóscopo' (ficción), publicadas en español por Editorial Planeta y traducidas al italiano por Cento Autori, están en proceso de llegar al cine. Tras 21 años de destacada trayectoria en importantes medios de comunicación escritos nacionales y regionales, como Revista Cambio, Cromos, Casa Editorial El Tiempo o El País Cali, entre otros, desde el año 2022 es Directora de la Feria Internacional del Libro de Cali. Asesora en Protocolos de Familia, conferencista, gestora de proyectos editoriales y coach de escritura creativa, en la actualidad vive en Cali y escribe su tercera novela.