La oscuridad

Atravesamos momentos de profunda oscuridad. En el país. En el mundo. Y cuando parece que el horizonte es más sombrío, y cuando se cumple a diario la temible frase bíblica: “Si la luz resulta ser oscuridad, qué oscura será la oscuridad misma”, la tendencia natural es esconder la cabeza bajo tierra, como el avestruz, y pretender que nada ocurre, que nada nos toca, que no es con nosotros.

Es, en parte, lo que nos ha ocurrido como colombianos a lo largo de la historia. Y en parte, ese sentido de supervivencia psicológica, nos ha permitido seguir adelante en medio de tantas tragedias.

Es una suerte de competencia social desarrollada a lo largo de las décadas. Resiliencia, puede ser uno de sus nombres. Pero el otro es el efecto ‘negación’, que nos permite suprimir los eventos alteradores y seguir adelante.

Pablo Escobar. Guerra de Carteles. Secuestros y campos de concentración guerrilleros. Masacres de poblaciones enteras. Paramilitarismo. Bombas. Atentados. Magnicidios. Nada nos ha detenido.

Lo que nos hace colombianos es que, a la mañana siguiente, nos levantamos y seguimos trabajando, estudiando, apostando por construir un país.

Pero llegado un punto en que los ruidos atronadores de la realidad exterior se vuelven cada vez más difíciles de soportar, descubrimos que siempre seguimos adelante no solo por una suerte de actitud individual y nacional, sino por fe en unas instituciones comunes. Nos recuerdan los Premios Nobel de Economía 2024 que los países que fracasan y los que triunfan se diferencian por este factor: instituciones perdurables en el tiempo, operantes y sanas.

Quizá la antigua usanza colombiana de meter la cabeza en la arena, y seguir adelante con una fe ciega en que todo estará bien, ha llegado -a fuerza de evidencia- a un punto crítico en el que ya no es útil, ni posible, ni inteligente, ni fuente de supervivencia.

Es hora de sacar la luz de debajo de la cama y dejarla brillar en lo alto. Porque aunque no lo parezca, o no se noten a veces, las personas que construyen no solo siguen existiendo y haciendo su trabajo, sino que son millones. Recordar que la fuerza del bien también opera, y tiene poder, tal vez no el de las armas y la toma de decisiones nacionales, pero sí el de ser luz, cada uno desde su lugar en el mundo.

Así no será necesario cerrar los ojos para no tener miedo a la oscuridad, sino abrirlos porque, justamente, estar bien informados, tener elementos no emocionales sino objetivos y racionales para el buen juicio, hará la diferencia. Seamos conscientes de nuestra luz.