Columnista

La fuerza de las palabras

Charles Moeller nos dice lo que significan en los seres humanos las palabras, de tal modo que, por el uso determinado de ellas, se descubre la personalidad de quien las pronuncia

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Jorge Humberto Cadavid
Jorge Humberto Cadavid | Foto: El País.

20 de dic de 2025, 02:18 a. m.

Actualizado el 20 de dic de 2025, 02:18 a. m.

En anteriores columnas traje a cuento las investigaciones sociales y antropológicas de filósofos e historiadores muy conocidos sobre la importancia de la cultura, la identidad de los pueblos, y al mismo tiempo de cómo el hombre se comunica y se expresa para darse a entender, o por lo menos dar a conocer su opinión, sus deseos, y entendíamos que la cultura tenía que ver mucho tanto con la persona como con las sociedades, los países, y yo quiero traer una palabra que lo puede abarcar todo y definir nuestra realidad, cuando tomamos conciencia de lo que realmente significa: patria.

Palabra que, en sentido soneto del filósofo, filólogo e historiador hijo del gran escritor José Eusebio Caro, don Miguel Antonio Caro, dice de la grandeza de su contenido que podríamos resumirla en su primera y última estrofa: “Patria, te adoro en mi silencio mudo, y temo profanar tu nombre santo. Por ti he gozado y padecido tanto, cuanto lengua mortal decir no pudo – amo yo por instinto tu regazo; madre eres tú de la familia mía, ¡Patria, de tus entrañas soy pedazo!”.

El gran escritor y teólogo cristiano Charles Moeller nos dice lo que significan en los seres humanos las palabras, de tal modo que, por el uso determinado de ellas, se descubre la personalidad de quien las pronuncia y, por su uso bello y trascendental en su expresión artística, literaria y poética, ayudan a construir no solo pensamiento, sino cultura; ellas le dan luz y magnifican los valores y hacen visibles y queridas o rechazadas a quienes las usan para embellecer, adjetivar, motivar, al impulsar a las acciones, o visibilizar haciendo resaltar el yo, la personalidad, al hombre sujeto de la cultura.

La palabra es crucial para la comunicación humana, pues permite expresar ideas y sentimientos, construir relaciones interpersonales y transmitir conocimiento. Su importancia radica en que es el vehículo principal para la conexión social, el aprendizaje y el desarrollo de la cultura, permitiendo a las personas entenderse, cooperar y fortalecer vínculos a través de la interacción.

Ahora, quiero tomar las letras, las palabras de dos composiciones musicales, de nuestra cultura vallecaucana; una dice así: “De la noche a la mañana nos cambiaron de libreto y entre sombras se tejieron hilos de sangre y veneno, y la tierra, nuestra herencia de sus hijos, tiene miedo de que la vendan un día un aprendiz de caudillo con disfraz de culebrero”, y si no es suficiente para que nos motivemos a actuar, traigo otra letra en la misma línea: “Qué le estará pasando a nuestro país; ahora las cosas andan de mal en peor, no puede uno callarse teniendo voz; si la moral del mundo va para atrás, qué se hicieron los hombres que hacen el bien. Siempre la misma cosa; no habrá poder para que la justicia traiga la paz. Hay que sacar al diablo, no hay más que hacer”, Nuestra Herencia, de María Isabel Saavedra; Hay que sacar al diablo, de Eugenio Arellano.

El arte y la cultura están íntimamente relacionados, ya que el arte es una expresión de la cultura y la cultura a su vez se manifiesta a través de diversas expresiones artísticas. El arte es la expresión sensible, visible de la interioridad del ser humano y en él refleja las creencias, valores y tradiciones de una sociedad, y por supuesto ayuda a preservar el patrimonio cultural, a formar identidad colectiva y genera un diálogo nacional. Para terminar por hoy, quiero llamar a quienes sienten a Colombia como a su madre, y hoy la aman sufriendo al verla tan dividida y desanimada con tanta desconfianza de su futuro, que por la patria, seamos capaces de morir a nuestros egoísmos y dar lo mejor de cada uno por hacer a nuestra madre Colombia, la más bella, la más grande, la más justa.

Sacerdote, párroco en María Madre de la Iglesia en Vipasa y Prados del norte, fue director del Centro de Investigaciones de la Arquidiócesis de Cali, profesor de Teología en el Seminario Mayor San José de Panamá, y párroco en Buga y en Cúcuta. Escribe para El País desde 1999

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