Columnista
La democracia entre ‘likes’
Los candidatos pierden autenticidad, pues prefieren un video editado que una conversación franca...
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2 de nov de 2025, 12:30 a. m.
Actualizado el 2 de nov de 2025, 12:30 a. m.
Las redes sociales han cambiado la manera de hacer política, pero también la han despojado de contenido. Nos enfrentamos a una democracia que ya no se debate ni entre las ideas y los argumentos, sino entre los algoritmos, los likes y el engagement creado con mensajes de alta carga emocional. El ruido de las redes no deja espacio para la profundidad.
Esto ocurre con gobernantes y legisladores que multiplican su actuación como influencers, con pronunciamientos en los que a veces no importa el contenido, sino las frases y ataques que generen el impacto emocional o polarización suficiente para mantenerse en el top of mind de la agenda digital.
Se vive también en una contienda electoral en la que personas ajenas a los partidos, sin vocación conocida, de servicio público ni ideología clara, todos con alto impacto como influencers, se han convertido en candidatos a la Presidencia o al Congreso, o en sus promotores. Es una campaña cada vez más marcada por estrategias digitales que buscan captar atención y no construir reflexión.
La política, convertida en espectáculo, se mide hoy por los likes y el impacto efímero de un anuncio cualquiera, así sea inviable o falso. Los candidatos pierden autenticidad, pues prefieren un video editado que una conversación franca, y se esconden detrás de campañas diseñadas para entretener, o hasta desviar la atención, no para informar. Lo que importa es la eficacia de los políticos influencers, que con su lenguaje ágil y visual logran conectar con varias audiencias, pero muestran un contenido cada vez más superficial y carente de rigor: hablan desde la moda del momento, no desde la responsabilidad que implica orientar la opinión pública. Y, en muchos casos, ni siquiera parecen entender los temas que tratan, pero logran instalar narrativas que influirán en el voto de miles de personas que ya no reparan en la solidez de las propuestas, la hoja de vida del aspirante, ni la coherencia de los discursos.
Hoy, en lugar de escuchar a candidatos exponer sus programas de gobierno, terminamos viendo videos en TikTok donde se pretende resumir en 15 segundos la complejidad de la economía, la paz o la democracia. Mientras tanto, los grandes problemas del país -la salud, la desigualdad, la pobreza, la inseguridad, la corrupción, el desempleo- quedan fuera del radar.
La consecuencia es que la democracia se banaliza y se reduce a un relato instantáneo, construido para permanecer solo unas horas en la temática del día. Se sustituye el debate por la tendencia, y la deliberación por la emoción. Así, los ciudadanos terminarán votando más por afinidades mediáticas que por convicciones o programas; porque no se puede pretender explicar y comprender las soluciones nacionales en pocos segundos.
Las democracias no se sostienen con likes, sino con instituciones, argumentos y plataformas serias. Si dejamos que los influencers sean quienes marquen la pauta del debate, corremos el riesgo de reducir la política a una pasarela de vanidades. Para elegir bien, no basta con seguir cuentas o reaccionar a publicaciones. Como votantes debemos exigir propuestas, conocer equipos de trabajo, comparar visiones.
Los partidos tienen el deber de educar e informar políticamente al ciudadano en lugar de delegar su responsabilidad en figuras virales. Por su lado, los medios de comunicación y las universidades tienen un papel que cumplir: promover conversaciones serias sobre el país que queremos. Urge reivindicar los debates entre candidatos, las entrevistas en profundidad, los foros y los encuentros cara a cara de los aspirantes con la gente.
La democracia no puede depender de los algoritmos ni de las tendencias pasajeras. Necesitamos volver a escuchar las propuestas y programas de los partidos y de los candidatos a todos los ciudadanos que esperan que la política sea un acto de servicio, una decisión permanente sobre nuestro futuro, y NO una actividad de entretenimiento. Las plataformas digitales, con sus comunidades y redes, pueden ser herramientas potentes de participación y transparencia. Pero hay una diferencia enorme entre usarlas para informar y usarlas para manipular emociones. La política necesita comunicación moderna, sí, pero no vacía de sentido y contenido.

Psicóloga de la Universidad del Valle con Maestría en Ciencia Política de la Universidad Javeriana, Estudios en Negociación de Conflictos, Mediación y Asuntos Internacionales. Columnista, concejal de Cali durante 2 períodos y senadora de la República durante 16 años. Presidenta del Congreso de la República, Ex embajadora de Colombia ante las Naciones Unidas, Ex ministra de Relaciones Exteriores.
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