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La delicia de hacer proyectos

En universidades y comunidades, ajustando marcos lógicos, midiendo indicadores y diseñando procesos, entendí que detrás de cada iniciativa hay personas y territorios que deben ser comprendidos antes que medidos.

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Álvaro Benedetti
Álvaro Benedetti | Foto: El País

27 de oct de 2025, 01:11 a. m.

Actualizado el 27 de oct de 2025, 01:11 a. m.

Pocas cosas me resultan tan gratificantes como construir, o acompañar a otros en ese proceso. Ver cómo una idea bien pensada, trabajada con método y con alma, se vuelve realidad y mejora vidas. Los proyectos tienen esa mezcla única de razón y esperanza, de técnica y sensibilidad, que los convierte, en esencia, en una forma de arte.

Durante años recorrí el país hablando de desarrollo, pero sobre todo escuchando. En universidades y comunidades, ajustando marcos lógicos, midiendo indicadores y diseñando procesos, entendí que detrás de cada iniciativa hay personas y territorios que deben ser comprendidos antes que medidos. Realidades vivas que, por su complejidad, nunca caben del todo en un informe.

En ese trabajo compartido, donde la confianza se construye con hechos, entendimos que el cambio real surge del empoderamiento comunitario y del desarrollo local, que reivindicar esos pequeños destellos, que crecen y transforman realidades, es una proeza silenciosa. Que es allí donde la cultura deja de ser adorno y se vuelve fuerza para vencer pobreza y exclusión.

La gente percibe con impotencia cómo persisten brechas profundas en educación, infraestructura y capacidades institucionales, y cómo las grandes inversiones, cuando llegan, se ejecutan mal o simplemente no se hacen. Cada vez comprende, a su manera, que entre los vaivenes de siempre se repite el patrón de una dirigencia reacia a planear con la base, a hacer seguimiento y pensar en clave regional, atrapada en la ineficiencia del gasto y la falta de transparencia pública.

El país, como buena parte de América Latina, se juega su futuro en la capacidad de hacer las cosas bien, no en el discurso fácil ni en la promesa pasajera. Cuando un proyecto, modesto o ambicioso, nace bien estructurado y con equilibrio económico, social y ambiental, se vuelve una verdadera herramienta de cambio. Aun con dificultades, más personas lo comprenden y actúan en esa dirección.

Vale insistir: el verdadero logro no depende de los recursos, sino de la claridad y el rigor con que se convierten en resultados sostenibles. En cada territorio es tiempo de sumar esfuerzos, impulsar proyectos que integren lo social con lo productivo, protejan los ecosistemas y fortalezcan la gobernanza desde la acción compartida.

Por fortuna, cada vez más colectividades asumen que el futuro no se construye con discursos, sino con metodologías que respetan el territorio, miden impactos reales y nacen de los sueños colectivos. En esa conciencia florece un cambio duradero, no la vacía promesa de cambio, sino la práctica inmutable de coherencia, trabajo y compromiso.

Impulsar iniciativas con rigor y sentido es una delicia porque invita a pensar el país en serio. Obliga a pasar de la queja a la propuesta y a comprender que el cambio no viene de arriba, sino del esfuerzo bien hecho. El país se construye con técnica y empatía. Al final, este oficio enseña que cada iniciativa bien concebida es una forma de amor por lo colectivo y una fe silenciosa en el poder de las buenas ideas.

Claridades: No dejo de lamentar el bochorno nacional —y ahora internacional— que provocan la improvisación, la desidia y la irresponsabilidad del presidente Gustavo Petro. Ya no se trata de diferencias políticas, sino de la degradación del poder mismo. Aun así, resuena en el himno: “en surcos de dolores, el bien germina ya”. Que ese verso nos recuerde que Colombia puede y debe rehacerse.

Consultor internacional, estructurador de proyectos y líder de la firma BAC Consulting. Analista político, profesor universitario.

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