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La banalidad del mal

No era un monstruo, sino un burócrata eficiente que simplemente cumplía órdenes sin cuestionar su moralidad...

Óscar López Pulecio
Óscar López Pulecio | Foto: El País

19 de jul de 2025, 03:21 a. m.

Actualizado el 19 de jul de 2025, 03:21 a. m.

En 1960, el Mossad, servicio secreto israelí, secuestró a Adolf Eichmann, responsable del traslado de millares de judíos a los campos de concentración del régimen nazi, quien se había refugiado en Argentina, y lo llevó a Jerusalén para ser juzgado. Hannah Arendt, reconocida intelectual alemana y judía, que había escapado al holocausto y tenía ciudadanía norteamericana, fue comisionada por la revista The New Yorker para cubrir el juicio.

De allí nació un libro, ‘Eichmann en Jerusalén’, que se hizo famoso por su subtítulo ‘Un informe sobre la banalidad del mal’. Lo que concluyó Arendt después de ver la impasibilidad de Eichmann, su carácter de pequeño funcionario, fue que no era un monstruo, sino un burócrata eficiente que simplemente cumplía órdenes sin cuestionar su moralidad; que personas comunes pueden participar sin malicia en actos terribles dentro de un sistema burocrático y totalitario. No es que sus acciones no hayan sido espantosas, sino que las consideraron un simple cumplimiento de las reglas donde el mal ocasionado era irrelevante para ellos, banal. Eichmann fue condenado a muerte y ejecutado, murió con el convencimiento de su inocencia.

El concepto de la banalidad del mal puede aplicarse a muchas situaciones similares desde entonces. Pero hay dos eventos que son imposibles de ignorar porque han sucedido en la misma tierra antigua donde Eichmann fue juzgado. El primero, el ataque de Hamás, que es la autoridad en la franja de Gaza, una extensión de 365 kilómetros cuadrados con dos millones de habitantes, que conforma con Cisjordania el Estado de Palestina, contra civiles inermes del Estado de Israel. Ocurrido el 7 de octubre de 2023, fue una carnicería infame donde murieron 1219 personas y fueron secuestradas 251, realizada con sevicia y frialdad solo para crear un hecho político.

El segundo, la represalia del gobierno israelí con un ataque militar de alta tecnología que ha arrasado el territorio de Gaza, desplazado a todos sus habitantes y ocasionado cerca de 60.000 muertos. Un genocidio condenado universalmente que ha llevado a la Corte Penal Internacional a dictar orden de captura al primer ministro Benjamin Netanyahu, quien lleva 16 años no consecutivos en el cargo, acusándolo de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad.

Los comandos de Hamás y el ejército israelí no han hecho otra cosa que obedecer órdenes superiores, con una eficiencia administrativa impecable. La responsabilidad política recae en sus superiores, la moral en ninguno, y la maquinaria infernal con la cual se han ocasionado todas esas muertes solo cumple con su deber. De nuevo, la descripción perfecta de lo que Hannah Arendt llamó la banalidad del mal, producto de la falta de pensamiento crítico, la obediencia ciega a la autoridad y la indiferencia internacional.

Es ese ejercicio banal del mal lo que justifica las atrocidades de los políticos. Convertir el mal en un procedimiento administrativo amoral, donde todo el dolor y la muerte, las mujeres y los niños aniquilados, son simples daños colaterales, y la capacidad de pensar y juzgar por sí mismo no existe. El pueblo israelí y el pueblo palestino son víctimas de gobiernos adversarios elegidos por ellos mismos.

Abogado especializado en Ciencias Socioeconómicas. Ha sido embajador de Colombia ante la Asamblea General de la ONU, Cónsul General de Colombia en el Reino Unido, Gerente Regional de la Caja Agraria y Secretario General de Anif y de la Universidad del Valle.

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