Columnista

Gobernar no es incendiar

El verdadero liderazgo es responsable, no amenaza y promete, se sostiene con su ejemplo.

Hermann Stangl
Hermann Stangl | Foto: El País

22 de jun de 2025, 01:27 a. m.

Actualizado el 22 de jun de 2025, 01:27 a. m.

Gobernar es un acto de responsabilidad, no es un ejercicio de provocación. Un país no se sostiene ni progresa sustentado en discursos incendiarios ni en oligarquías imaginarias. En Colombia, el 99 % del tejido empresarial está conformado por micro, pequeñas y medianas empresas. Emprendedores, trabajadores, familias que madrugan, que se arriesgan, que generan empleo y que sostienen una economía. Señalar como culpables a los empresarios, es atacar los pilares que sostienen realmente una economía y, por ende, una sociedad.

Un líder de Estado no puede llamar al pueblo a enfrentarse contra el mismo pueblo. Desde el poder no debe promoverse ‘tomarse las calles’ como herramienta para presionar a quienes piensan distinto. Las movilizaciones nunca han sido organizadas desde el Ejecutivo como una demostración de fuerza. Esto distorsiona la institucionalidad y convierte la política en espectáculo y la diferencia en amenaza.

Cada discurso incendiario tiene un precio. El lenguaje de la rabia divide, contamina, reemplaza la razón por el fanatismo, polariza aún más y alimenta la violencia en todas sus expresiones. Las arengas, los bloqueos y los paros incrementan la incertidumbre, causando pérdidas millonarias, aumento del desempleo, fuga de inversión y deterioro del valor de mercado de todas las empresas colombianas, como consecuencia del aumento del riesgo país, que eleva el costo de capital.

No se puede gobernar desde el atril como si fuera una eterna tarima de campaña. No puede haber un nuevo enemigo cada semana, ayer fueron los medios, hoy los empresarios, mañana los jueces, luego el Congreso, y así perennemente.

El verdadero liderazgo es responsable, no amenaza y promete, se sostiene con su ejemplo. La autoridad moral se construye con la coherencia entre las palabras y los actos, con respeto institucional y con una visión de país que supere los egos y los rencores personales.

El silencio hoy no puede ser opción. La ciudadanía debe despertar de la apatía antes de que la normalización del conflicto interno haga irreversible el daño. No se trata de ideología, se trata de cordura, de lógica, de país y de futuro. La defensa de la democracia no es tarea de unos pocos, es un deber colectivo.

Es momento de que la sociedad civil levante la voz con fuerza, pero con altura. Que los gremios, las universidades, los medios, las organizaciones sociales y los ciudadanos de a pie reclamen responsabilidad en el uso del poder. Que no se le permita a la polarización ocupar cada conversación nacional. Solo recuperando la excelencia ética en lo público y en lo ciudadano, se podrá lograr un equilibrio que evite el avance de los extremos.

Hay que defender la libertad de empresa, de prensa y de pensamiento. El país no necesita más agitadores. Requiere referentes, personas que inspiren desde la serenidad, que piensen más allá de una próxima elección, que se atrevan a frenar el incendio en lugar de avivarlo.

Gobernar es servir, proteger y unir. Se necesita valor para levantar la voz sin gritar, para construir sin odio y para liderar con ejemplo. No es momento de tibiezas ni de silencios cómplices.

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