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Estrenando pista

Cali es el único aeropuerto del país cuya visibilidad es perfecta y el Valle verde ofrece todas las garantías para que los itinerarios se cumplan a cabalidad.

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Aura Lucía Mera
Aura Lucía Mera | Foto: El País.

2 de sept de 2025, 02:47 a. m.

Actualizado el 2 de sept de 2025, 02:47 a. m.

La inauguración de los VI Juegos Panamericanos estaba encima. Cuatro años de un trabajo intenso, de correterías. Que si la educación cívica había dado resultados; que si los guías habían aprendido algo de inglés, literatura e historia de la ciudad; que si vendedores ambulantes, meseros, taxistas, lustrabotas tenían sus diplomas que dignificaban sus oficios; que si Víctor Panamericano, el personaje ideado por Pedro Chang como símbolo de civismo funcionaba.

Por otra parte, Eduardo Lozano Henao tenía la responsabilidad de la nutrición y dietas especiales de cada deportista, para que no fueran a sufrir estragos de tamales o chontaduros. El Hotel Intercontinental, adecuado e imponente frente al río; el velódromo, el estadio, alojamientos para los visitantes, las piscinas olímpicas.

Fuentes para engalanarla, donadas por las colonias extranjeras radicadas en Cali. La de la Avenida Estación, el Parque de las Banderas frente al Estadio, la cercana al Club Colombia, la de la Calle Quinta...

Las firmas arquitectónicas de Camacho y Guerrero / Lago y Sáenz terminaban las obras de Palmaseca. Cuando la pista de aterrizaje estuvo lista, nos fuimos a estrenarla en mi carro amarillo con Gloria Delgado, Alfonso Bonilla, Nicolás Ramos y yo al volante y el acelerador hasta el fondo, aplaudiendo, riéndonos a carcajadas, cantando, nos recorrimos de arriba abajo, los tres mil metros de pista, ida y vuelta, el carrito parecía volar. Llorábamos de la emoción, brindis y abrazos posteriores.

Pocos días después aterrizó el primer avión, fuimos a la terraza a mirar. Ya en julio de 1971 el presidente Misael Pastrana lo inauguraba con solemnidad, pero ya nosotros “le habíamos quitado la virginidad...”.

Cali había ‘coronado’. No a la manera mafiosa de los 80, sino como la Capital Deportiva, Cívica y Cultural de Colombia. El Museo la Tertulia iniciaba los festivales de Artes Gráficas, los happenings, los nadaístas predicaban con su profeta Gonzalo Arango. Ya Jota Mario cometía poemas eternos. Omar Rayo y Águeda Pizarro hipnotizaban con su arte y su belleza, parecían dos ángeles caídos del cielo a su sucursal.

Saco estos recuerdos a raíz de que el Estado toma las riendas del Bonilla Aragón, después de años de ser manejado impecablemente por Areocali. Felicitaciones a estos quijotes cívicos y apasionados.

Ojalá no se lo tiren y entiendan de una vez por todas que este aeropuerto merece más atención descentralizada, lo que no han querido ver jamás los mandamases centralistas. Es absurdo, por ejemplo, que para viajar hacia Quito, menos de una hora de vuelo, se tenga que subir hasta Bogotá, cambiar de avión y esperar horas porque no les da la gana de autorizar la ruta o viajar a Popayán o permitir a cuentagotas los viajes directos internacionales.

Cali es el único aeropuerto del país cuya visibilidad es perfecta y el Valle verde ofrece todas las garantías para que los itinerarios se cumplan a cabalidad.

Autoridades, civiles y medios de comunicación estaremos alertas. No nos vamos a dejar meter gato por liebre, queremos transparencia, honestidad y progreso.

Mis felicitaciones de nuevo a todos los funcionarios y directivos de Aerocali, años y años de buen manejo y dedicación. Invito a seguir con lupa lo que viene. Personalmente, tengo mis dudas, como decía el bobo de Buga cuando le regalaron un mate de manjar blanco con una mosca adentro: “Con razón de esto tan bueno no dan tanto”.

Periodista. Directora de Colcultura y autora de dos libros. Escribe para El País desde 1964 no sólo como columnista, también es colaboradora esporádica con reportajes, crónicas.

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