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Opinión

El uso de las redes

Si ingresamos a una red social, debemos asumirlo en el entendido básico de toda convivencia: con seriedad, responsabilidad, ética, apego a la legalidad...

17 de julio de 2023 Por: José Gregorio Hernández Galindo
José Gregorio Hernández, columnista de El País
José Gregorio Hernández, columnista de El País | Foto: Colprensa

Debemos enfrentar la realidad y entender que los hechos, como decían los abuelos, son tozudos. Es decir, tercos, obstinados, insistentes. En nuestros días, para bien y para mal, una realidad incontrastable y actuante está constituida por las redes sociales, que son posibles gracias a los avances de la tecnología y que han modificado irreversiblemente las comunicaciones. Si bien no son medios de comunicación en sentido estricto, indudablemente son instrumentos a los que pueden acceder muchas personas, en ejercicio de su libertad, para expresarse, comunicarse entre ellas, informarse e informar.

En las redes sociales se encuentra de todo. Lo que se nos ofrece en ellas es de una enorme diversidad. Hay cosas buenas, muy buenas, regulares, malas y muy malas. Si entramos en ellas, como lo está haciendo la mayoría, debemos aprender a distinguir, recibir lo bueno, rechazar lo malo y contribuir a erradicar las malas prácticas y su uso indebido.

Para tales efectos, lo primero es el autocontrol. Si ingresamos a una red social, debemos asumirlo en el entendido básico de toda convivencia: con seriedad, responsabilidad, ética, apego a la legalidad y respeto a los demás. Si no quiero que me ofendan, engañen, desinformen o calumnien en las redes sociales, no debo hacer uso de ellas para ofender, engañar, desinformar, ni calumniar.

Lo segundo es, en cuanto a los contenidos de lo que aparece en las redes, consiste en la cuidadosa desconfianza, sin perjuicio de la buena fe. No se puede creer en todo, ni conviene estar compartiendo cuanto llega, sin verificarlo. Tampoco suponer que todo es falso. Verificar, confirmar, confrontar, comparar.

Debemos seleccionar. Partir de la desconfianza cuando se trata de personas que no se identifican. Quien se oculta tras un apodo, y no da su nombre -como ocurre con muchos de las llamadas ‘bodegas’-, lo hace para no responder. No da la cara, y eso nos llama a desconfiar.

Quien escribe estas líneas tiene fe, pero en Dios, no en todo lo que aparece en redes sociales. Una vez en ellas, el mejor consejero es Santo Tomás. Hasta no verificar y confrontar, no creer. Y no reproducir ni compartir aquello de lo cual no se está seguro.

De la mayor trascendencia: el respeto a los derechos, tanto los fundamentales como los colectivos. Entre los primeros, a título de ejemplo: la presunción de inocencia y el debido proceso. Las redes sociales no pueden sustituir a los jueces ni desconocer -tan descaradamente como está ocurriendo- la honra, el buen nombre, el prestigio y el reconocimiento social de una persona, presentándola como delincuente, sin haber sido condenada. La calumnia y la injuria siguen siendo delitos. Tampoco son aceptables el racismo, la discriminación, el clasismo, la ofensa. Y mucho cuidado con los derechos de los niños, con su imagen, con su inocencia, con su sensibilidad. En cuanto a derechos colectivos, la información veraz y objetiva. A título de ejemplo: el pánico económico sigue siendo delito.

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