Columnistas
El encanto de las torres
No hay torres tradicionales feas, o por lo menos son atractivas, e inevitablemente se imponen en el paisaje urbano debido a su mayor altura.
Desde los antiguos zigurats mesopotámicos, como el Templo Blanco en Uruk, las torres se levantaron para buscar a los dioses en la profundidad del cielo, lo que continuaron las torres tradicionales en Europa y el Magreb, ya fueran alminares (minarete es en francés) de las mezquitas musulmanas o campanarios de iglesias cristianas, a los que hay que agregar los torreones, atalayas o miradores para vigilar la tierra desde el cielo o dar órdenes desde lo alto. Son construcciones esbeltas, mucho más altas que anchas, cuyo largo es similar a su ancho, y que ocupan muy poca superficie en el suelo.
No hay torres tradicionales feas, o por lo menos son atractivas, e inevitablemente se imponen en el paisaje urbano debido a su mayor altura. Muchas son bonitas, no pocas son bellas y las hay muy hermosas; pero especialmente son atractivas y emocionantes las de planta rectangular o, aún mejor, cuadrada, como los alminares del islam occidental, que son las torres desde cuyo alto el almuédano convoca a los creyentes cinco veces al día a la oración, que antecedieron o inspiraron o fueron contemporáneos de los campanarios de las iglesias, sustituyendo en estos a los almuédanos por campanas para llamar a la misa.
Basta con recordar entre muchas torres el imponente campanile de la plaza de San Marcos en Venecia; el campanile de Giotto en Florencia; la Torre de Mangia en Siena; el alminar de la mezquita de Ibn Tulun en El Cairo; el alminar de la mezquita Kutubía en Marrakech; las cuatro torres mudéjares de Teruel; La Giralda de Sevilla; el alminar de San Juan de los Reyes y el de San José, en Granada; la Torre Campanario en la mezquita de Córdoba; la Torre de la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción en Panamá; y en Cali la Torre Mudéjar y la torre campanario de la iglesia de la Merced.
No es casualidad que todas esas torres, y muchas más, sean de planta cuadrada, y de ahí bellas, pues todas se deben al cubo que les da origen, el que es un espacio y un volumen mucho más rico en superficies, aristas y ejes de composición que un cilindro, y que además facilita realizar vanos en el, los que son base de la arquitectura; ya sean varios cubos uno sobre otro, o uno que se alarga hacia arriba. Además, un cubo sobre el suelo conforma el fundamento de una vivienda, exenta o entre medianeras, lo que también podría contribuir a que se lo perciba como algo agradable, protector y bello.
Por otro lado, las torres no afectan mal el paisaje, e incluso lo pueden resaltar, y desde luego en los paisajes urbanos las torres tradicionales pasan a ser lo determinante en los centros históricos, mientras que los edificios laminares, altos pero largos, y peor uno al lado del otro, sí lo hacen. Y nuevas torres “tradicionales” se pueden usar para tanques de agua, o proteger claraboyas en las azoteas, o ser el remate de patios de ventilación; o las dos cosas como una pequeña y discreta en una casa en San Antonio en Cali, la que solo se puede apreciar ya entrando en ella desde su primer pequeño patio.