Columnistas
Eco del Nobel de María Corina
¿Qué tanto cuidamos nuestra propia democracia? ¿Qué tan fuerte late en nosotros el compromiso con la libertad?
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26 de oct de 2025, 12:12 a. m.
Actualizado el 26 de oct de 2025, 12:12 a. m.
La entrega del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado es un mensaje que debe trascender fronteras. La trinchera de María Corina ha sido la palabra, la resistencia civil y la convicción de que la democracia no se implora, se defiende. El Nobel que recibe es un premio a la esperanza, a la firmeza y al convencimiento de que la dignidad puede más que el miedo.
Como colombianos, nos alegra profundamente este reconocimiento, pero también debe llevarnos a mirarnos al espejo. ¿Qué tanto cuidamos nuestra propia democracia? ¿Qué tan fuerte late en nosotros el compromiso con la libertad?
Cuando el autoritarismo avanza en silencio, disfrazado de legalidad o de populismo, lo primero que se apaga es la voz ciudadana. Colombia vive su propio momento de tensión. Tenemos instituciones, sí. Pero también tenemos heridas, polarización extrema, alta desconfianza y líderes incendiarios tratando de generar caos.
Las reglas de juego de la democracia se vuelven frágiles cuando quienes están en el poder desprecian la crítica y buscan imponer su voluntad. Y es ahí donde la historia venezolana debe dejar de ser lejana para nosotros. Nos advierte, nos habla y nos alerta.
La democracia no es una garantía eterna, es una construcción diaria. Y se sostiene con algo más que elecciones. Se sostiene con respeto, con control ciudadano y con la protección del derecho a disentir.
La lucha de María Corina no ha sido por cargos, sino por principios. Por el derecho básico a elegir, a soñar y a vivir sin miedo. Su voz ha sido perseguida, pero no la han logrado callar.
Colombia necesita hoy más voces así. No en la clandestinidad, como desafortunadamente le tocó a María Corina, sino en las plazas, en los medios de comunicación, en las instituciones democráticas, en las universidades, en los gremios, en las empresas y en los barrios. Voces que no callen y que no se vendan. Voces que pongan por delante la libertad y la verdad, porque sin ellas, la democracia se convierte en fachada.
El mundo premia a una mujer que nunca se arrodilló. A una ciudadana que creyó, contra todo cálculo, que su país podía ser libre de nuevo. Esa fe no debería parecernos lejana. ¡Debería sacudirnos! ¡Empujarnos a actuar! ¡Llevarnos a exigir, a participar y a defender con fuerza y sin miedo, lo que tanto nos ha costado construir!
Que este Nobel nos empuje a cuidar lo que tenemos. A fortalecer nuestras instituciones. A educar en democracia y a levantar nuestra voz cuando lleguemos a sentir que el poder amenace con volverse absoluto. Porque si algo nos enseña el ejemplo de Venezuela es que, cuando se pierde la democracia, recuperarla exige sangre, coraje y años de oscuridad.
Que Colombia no espere a llegar a perder su libertad para entender su increíble valor. Que el eco de este Nobel retumbe aquí, no solo como simples aplausos, sino como una promesa: defender con coraje nuestra democracia y no ceder nunca ante un abuso del poder.
Hoy, más que nunca, nos toca elegir entre la indiferencia o el compromiso.
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