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Desprestigio

Hoy, Colombia enfrenta un reto mayor: la pérdida de agencia internacional, entendida como la capacidad de influir en el entorno en lugar de limitarse a reaccionar a él.

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David Rosenthal
David Rosenthal. Columnista | Foto: El País

13 de nov de 2025, 02:19 a. m.

Actualizado el 13 de nov de 2025, 02:19 a. m.

La cumbre de la Celac UE en Santa Marta dejó una imagen elocuente: un país que alguna vez tuvo capacidad de convocatoria regional hoy enfrenta un vacío que no puede atribuirse a la casualidad. La baja asistencia no fue un problema logístico ni una descortesía diplomática; fue la manifestación tangible de un fenómeno que la ciencia política describe con claridad: la erosión del poder blando y la pérdida progresiva de centralidad en el sistema internacional.

Durante décadas, Colombia fue un actor moderado y predecible, un punto de equilibrio en un continente marcado por oscilaciones ideológicas. Esa reputación, construida sobre la continuidad institucional y el multilateralismo pragmático, está siendo reemplazada por una política exterior que privilegia la confrontación discursiva sobre la estrategia. El resultado es visible: el país ha transitado de ser un articulador confiable a un actor cuya conducta genera incertidumbre entre sus socios.

El deterioro de la relación con Estados Unidos —pilar histórico en materia de seguridad, cooperación y desarrollo— constituye un indicador crítico. Más allá de las diferencias ideológicas, lo que preocupa en Washington es la creciente percepción de que Colombia ya no cumple los estándares de fiabilidad estratégica que sustentaron setenta años de asociación. En diplomacia, la confianza es un recurso escaso: cuando se debilita, las consecuencias son inmediatas.

A esto se suma una cadena de tensiones simultáneas con Israel, Argentina, Perú, Chile y Ecuador. El patrón no es anecdótico: apunta a un proceso de desinstitucionalización de la política exterior, donde las decisiones no responden a una arquitectura estratégica sino a impulsos coyunturales. En este contexto, el país pierde capacidad de fijar agenda y reduce su margen de maniobra en los organismos multilaterales.

La Celac semivacía es, en este sentido, un síntoma y no una causa. Revela que Colombia ha dejado de ser un nodo de articulación regional. En relaciones internacionales, la capacidad de convocatoria es un termómetro del prestigio: cuando los socios se distancian, lo hacen porque perciben inconsistencia, volatilidad o falta de dirección. Ningún país puede sostener influencia si proyecta señales contradictorias.

Hoy, Colombia enfrenta un reto mayor: la pérdida de agencia internacional, entendida como la capacidad de influir en el entorno en lugar de limitarse a reaccionar a él. Recuperar ese espacio exige reconstruir credibilidad, coherencia y sobriedad diplomática. La retórica puede conmover audiencias internas, pero en el sistema internacional el prestigio se mide por consistencia, no por estridencia.

La Celac vacía no fue un episodio aislado, sino una advertencia. Las naciones no se quedan solas de repente: se quedan solas cuando confunden los discursos con las estrategias y los gestos con el poder. Colombia aún puede corregir el rumbo, pero el tiempo diplomático —siempre más rápido y silencioso que el político— ya empezó a correr.

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