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Descartes políticos

Ha intentado por tres veces llegar a la gobernación y en todas ha sentido el dolor de la derrota...

9 de enero de 2025 Por: Jorge Restrepo Potes
Jorge Restrepo Potes
Jorge Restrepo Potes | Foto: El País

Por lo general, los colombianos actuamos en política más movidos por el odio que por ideologías, y ese odio es heredado de los líderes que transmiten los desencuentros con sus rivales a la hueste que los sigue.

Es por eso que en Colombia, pudiendo haber tenido excelentes mandatarios, preferimos permitir el triunfo de mediocres para complacer a los jefes.

Citaré algunos casos de descartes perversos. En 1975, Carlos Lleras Restrepo, uno de los mejores jefes de Estado que hemos tenido, presentó su nombre como aspirante para ocupar de nuevo la presidencia, con la bandera del liberalismo. Por su buen desempeño en su administración anterior, todos los sensatos consideramos que él era la mejor opción.

Pero Alfonso López Michelsen, a la sazón presidente, quien detestaba a Lleras con reciprocidad total, se había comprometido a apoyar a Julio César Turbay, que le había facilitado la victoria en la Convención Liberal de 1973, en la que Lleras fue derrotado.

Descartar a un estadista de la talla de Lleras para llevar al solio de Bolívar a un personaje astuto, pero inepto como Turbay, fue uno de los peores errores que ha cometido mi viejo partido, porque el ungido fue la versión opuesta a la ideología roja, con su Estatuto de Seguridad, de corte fascista, que condujo al exilio a Gabriel García Márquez para evitar que lo encarcelaran.

En los comicios de 1982, en los que López Michelsen enfrentó a Belisario Betancur, Lleras le pasó factura de cobro a López e inventó a Luis Carlos Galán, con el único propósito de que el hijo de Alfonso López Pumarejo no ganara.

Yo, como fiel llerista, voté por Galán, de lo que me he arrepentido siempre porque los 600 mil votos del pupilo de Lleras fueron los que le hicieron falta al candidato liberal para derrotar a Belisario, quien sabía más de poesía que del manejo del Estado.

Y ni hablar de las tres derrotas consecutivas de Horacio Serpa, que hicieron que a la presidencia accediera un incapaz como Andrés Pastrana, y luego la doble administración de Álvaro Uribe, que todos sabemos de su conducta en el poder.

Pero el caso que más llama mi atención en el tema de los descartes perversos en política, es el de los vallecaucanos que no han tenido la sensatez de ver en Óscar Gamboa Zúñiga al más ilustre de nuestros paisanos vivos. Ha intentado por tres veces llegar a la gobernación y en todas ha sentido el dolor de la derrota. Yo lo he acompañado en todos esos descalabros.

Hoy, Gamboa se desempeña como ministro consejero de la embajada de Colombia en Washington, y puedo dar fe de que a él se debe, en gran parte, la recomposición de las relaciones con la Casa Blanca, tan debilitadas porque los demócratas se resintieron por la intromisión de varias figuras del Centro Democrático en favor de Donad Trump, cuando fue derrotado por Biden.

Con la nueva llegada de Trump, y más con Marco Rubio en la secretaría de Estado, hay que contar con la sabiduría diplomática de Gamboa para capotear el vendaval.

En días pasados, gracias a la gestión de Gamboa, llegó a Cali una importante delegación del Congreso de Estados Unidos, liderada por Gregory Meeks, vicepresidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes, con otros cuatro parlamentarios de California, Florida, Pensilvania y Minnesota.

Pienso que ha llegado la hora de que el Valle del Cauca acoja al ilustre hijo de Buenaventura, reconociéndole sus valores políticos, diplomáticos e intelectuales.

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