Columnistas
Daniel Camacho
Gilberto Alzate Avendaño, a mi juicio el más inteligente y culto dirigente conservador de la pasada centuria, decía que “en política no hay amigos sino cómplices”.
He dedicado buena parte de mi larga vida a la política, a la que ingresé muy joven y de la que aún no he podido salir, porque me apasiona ser actor y observador de lo que en ella sucede, y de sus implicaciones en la marcha del país.
Debo reconocer que a mí me fue bien en ese campo, pues logré alcanzar lo que me propuse. Quedé con el deseo de ser gobernador del Valle del Cauca en el gobierno de Carlos Lleras Restrepo, pero el presidente me comentó que por ser yo representante a la Cámara por el movimiento de Carlos Holmes Trujillo Miranda, se enfadarían con mi nombramiento los otros senadores liberales vallecaucanos –Balcázar, Renjifo y Pachoeladio-, que eran tres y que Trujillo era solo uno, necesarios para el trámite de la reforma constitucional que presentó al Congreso. Entendí que la explicación era válida, y continué siendo ‘llerista’ hasta el día que falleció quien, después de Rafael Uribe, fue el más destacado líder de mi partido en el Siglo XX.
Gilberto Alzate Avendaño, a mi juicio el más inteligente y culto dirigente conservador de la pasada centuria, decía que “en política no hay amigos sino cómplices”. Eso lo tuve por cierto en más de una ocasión, porque en ella los amigos lo son mientras los intereses no coincidan, pues si coinciden, surgen la felonía y la traición.
En la campaña a la alcaldía de Diana Rojas, se formó un grupo que se convirtió en ‘tanque de pensamiento’ para que la aspirante pudiera llegar al primer empleo de la administración municipal. En ese grupo estábamos Arturo Mantilla, Álvaro Martínez, Alberto Sinisterra, Fernando Otoya, Ximena Zamorano, Silvio Velásquez, Luis Fernando Ordóñez, Paquico Castro, Daniel Camacho, y este servidor.
Nos dedicamos ‘con alma, vida y sombrero’ a apoyar la aspiración de Diana. La acompañábamos en sus correrías por los barrios, y veíamos cómo crecía su aceptación en los diversos sectores. La presión para que renunciara a su candidatura y se sumara a la de Alejando Eder, fue tremenda. Terminó apoyando a quien a la postre resultó elegido. Creo que sin el concurso de Diana, hoy tendríamos de alcalde al Chontico.
Ahí encontré a Daniel Camacho, y pocas veces he conocido en la política a un ser humano de tan altas condiciones personales e intelectuales. La propia presencia física de gran señor. Sus atinados comentarios, sus respetuosos consejos a la candidata, fueron notables, y por eso su muerte me produce tanta pesadumbre, pues si bien los designios de Dios son impredecibles, el fallecimiento de una persona tan vital como Daniel es algo difícil de aceptar.
Todos en el grupo lo apreciábamos, y ahora que ha terminado su periplo terrenal, supe que nació en Sevilla, Valle, el 20 de febrero de 1947, hijo del académico Miguel Camacho Perea y Evelia Botero Hoyos. Cursó Economía Agrícola en la Universidad del Valle. Casó con Anne Roger, con quien tuvo dos hijas, que le dieron la dicha de tres nietos.
Con maestría de la Universidad de Florida, regresó al país y se vinculó a Cartón de Colombia, y después se unió al Colegio y Corporación Universitaria “Miguel Camacho Perea”, fundados por su padre.
Practicó la natación y el tenis y fue hincha del Deportivo Cali. Radioaficionado y miembro del Club ‘Kiwanis’, que auxilia a gente con necesidades.
Por todo eso he sentido profundamente la partida de este entrañable amigo, que me dejó como enseñanza que la política también tiene un rostro amable, como el que mostró siempre Daniel Camacho Botero.