Columnista
Con Harvard topamos
Las protestas por el genocidio que el gobierno de Israel está cometiendo en Gaza, que bien merece la condena universal, ha llevado al gobierno Trump a pensar que la defensa de la causa palestina es un acto de antisemitismo...

7 de jun de 2025, 03:50 a. m.
Actualizado el 7 de jun de 2025, 03:50 a. m.
La Universidad de Harvard es quizás la universidad más importante de Estados Unidos. Pertenece a la llamada Ivy League (el Grupo de la Hiedra, que es una alusión a la hiedra que cubre sus antiguos edificios) del cual forman parte ocho universidades, Brown, Columbia, Cornell, Dartmouth, Harvard, Pensilvania, Princeton y Yale, todas privadas y costosísimas. Todas, menos Cornell, fundadas en la época colonial, todas reconocidas como las mejores del mundo, y todas durante la mayor parte de su historia dedicadas a educar estudiantes blancos, ricos y protestantes.
Harvard sobresale entre la Ivy League, por su antigüedad, su riqueza y su nivel académico. Fundada en 1636, con un patrimonio de 53 billones de dólares, provenientes de donaciones muy bien administradas de sus riquísimos exalumnos, es una universidad de investigación con una nómina de premios Nobel entre sus profesores, investigaciones en buena parte financiadas con fondos federales. A partir de la segunda mitad del Siglo XX se abrió a alumnos de otras razas, otros países y otras religiones sin perder su carácter elitista. Hoy más del 50 % de los estudiantes son becados y el 25 % de ellos provienen del extranjero.
Aunque en alguna época tuvo unos aires antisemitas, como correspondía a tan distinguido origen, los grandes donantes judíos cambiaron esa percepción, lo cual llevó a que la defensa del Estado de Israel y la condena al antisemitismo fueran incorporados a los valores de la universidad. Naturalmente, la pérdida de esa uniformidad de género, de raza, de nacionalidad, de religión y de dinero, condujo a que, como sucede en todas las universidades del mundo, en ella se reflejen los conflictos de la sociedad. Especialmente las protestas por las guerras en las cuales siempre está involucrado Estados Unidos en su papel, que está recogiendo, de policía del mundo.
Las protestas por el genocidio que el gobierno de Israel está cometiendo en Gaza, que bien merece la condena universal, ha llevado al gobierno Trump a pensar que la defensa de la causa palestina es un acto de antisemitismo, una expresión de la extrema izquierda, lo cual ha llevado a una cacería de brujas en las universidades norteamericanas, con la más drástica de las sanciones: condicionar los fondos oficiales a una especie de purga ideológica de profesores y estudiantes, especialmente de origen extranjero. Ello incluye la revocación de visas de los actuales estudiantes, la no concesión de nuevas visas, el sometimiento al gobierno de los programas académicos para su aprobación, el veto a profesores, la cancelación de contratos, en fin, para decirlo en términos colombianos la más absoluta violación de la autonomía universitaria, inimaginable entre nosotros.
Harvard ha tenido la entereza moral y política de enfrentar al gobierno Trump y demandar esas decisiones presidenciales ante los jueces federales como una violación de la Constitución, cuya primera enmienda garantiza la libertad de expresión y prohíbe al Congreso (y con mayor razón al Presidente) restringir la prensa o el derecho de las personas a expresarse libremente. Lo que está sucediendo es una rampante violación de la esencia misma de la sociedad norteamericana.
Desnuda Trump la naturaleza ultraconservadora y represiva de su administración, que es lo que hace tan valiosa la posición de Harvard: la academia como una fortaleza independiente, contra el autoritarismo, como debe ser.
Abogado especializado en Ciencias Socioeconómicas. Ha sido embajador de Colombia ante la Asamblea General de la ONU, Cónsul General de Colombia en el Reino Unido, Gerente Regional de la Caja Agraria y Secretario General de Anif y de la Universidad del Valle.