Columnista
Casa sabrosa
Las ciudades sabrosas precisan de una arquitectura ídem, y en el caso de las localizadas en el valle alto del río Cauca esta tiene mucho que aprender de la arquitectura...
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30 de oct de 2025, 01:38 a. m.
Actualizado el 30 de oct de 2025, 01:38 a. m.
Cómo no recordar las casas de hacienda en el valle alto del río Cauca, en especial las emplazadas en la fresca loma con el amplio valle a los pies de su largo y ancho corredor frontal y mirada al atardecer al fondo; atrás la alta cordillera a la vista de su corredor posterior en ‘L’ conformando un patio abierto con coloridas flores, árboles y pájaros, cerrado en sus otros dos costados por vallados de canto rodado que se tocan con la mirada; afuera una piscina de agua corriente y una letrina edénica con vista al valle; acequias a los lados y otra cruzando el patio y por un extremo la casa; y muy cerca un sonoro río de frescas y limpias aguas y pozo para bañarse.
En ellas lo funcional se tornaba muy sabroso por lo sencillo y práctico; lo cerrado y lo abierto para el día o la noche, lo social o lo individual. Espacios cerrados y silenciosos como una sala de discreto postín y poco uso, varios dormitorios, pequeños y grandes, una amplia cocina de gratos olores con comedor para empleados y niños, un depósito y un sillero para las monturas y aperos; espacios abiertos a las vistas y sonidos de la naturaleza, como esos corredores con sitios para estar en sillas, leer en hamacas o comer en familia; y espacios descubiertos adyacentes a la casa como los corrales y sus labores cotidianas, y potreros con bellos novillos, vacas y caballos.
Construir estas casas era un trabajo sabroso por lo sencillo, pero variado de las diferentes labores a realizar, desde la elaboración de algunos componentes, como tejas, adobes y ladrillos de varios tipos, o el aserrado de las pocas piezas a usar en la estructura de la cubierta y en puertas y ventanas. Luego bastaba con un maestro albañil, que sin planos trazaba directamente la casa en el terreno, y algunos peones para transportar materiales y componentes; se comenzaba por su ala principal, la del frente claro, y luego con la otra, casi siempre, siguiendo un patrón arquitectónico y constructivo que conduce directamente a su bella y austera pero contundente estética resultante.
La belleza era, pues, un resultado y no un propósito deliberado, pero sí implícito desde el mismo emplazamiento de estas casas, cerca de una quebrada o un río, su muy clara función de ser una vivienda sabrosa, y su construcción elemental pero muy eficiente y económica en el buen sentido de la palabra. Su evidente hermosura estaba en su época al alcance de todos, y aún lo es, y más, de algunas gentes sensibles, ya que era parte de su cultura, como todavía lo es la lengua; una y otra distorsionadas por influencias y modas norteamericanas, al punto de que la más adecuada arquitectura para el trópico ya no está ‘in’ en él sino la de moda de los países con estaciones.
En conclusión, las ciudades sabrosas precisan de una arquitectura ídem, y en el caso de las localizadas en el valle alto del río Cauca esta tiene mucho que aprender de la arquitectura de las casas de hacienda de la región, en lo que concierne a asuntos de emplazamiento, función, construcción y forma; y, por lo tanto, al método de proyectación a seguir. Como igualmente hay que pensar en la pertinente enseñanza de la arquitectura en las universidades locales ahora que ya no es un oficio, sino que pretende ser otra profesión más, casi siempre ocupada del aburridor diseño de viviendas a repetir idénticas en fila o en edificios ídem, lamentablemente poco o nada sabrosas.
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Ha sido docente en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, y en el Taller Internacional de Cartagena, de los Andes, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998.
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