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¿Carrera de egos?

Estamos mamados en este país de que siempre los que ejecutan la acción, disparando, apuñalando, son ‘jóvenes’. No más impunidad. Un asesino es un asesino punto.

Aura Lucía Mera
Aura Lucía Mera. | Foto: El País.

17 de jun de 2025, 03:36 a. m.

Actualizado el 17 de jun de 2025, 03:36 a. m.

Al escribir estas líneas, no conozco el último boletín de la Fundación Santa Fe sobre la salud del senador Miguel Uribe, baleado por un sicario que merece le caiga todo el peso de la ley encima a él y a sus cómplices. El hecho de que tenga 15 años no es ningún atenuante. Estamos mamados en este país de que siempre los que ejecutan la acción, disparando, apuñalando, son ‘jóvenes’. No más impunidad. Un asesino es un asesino punto.

En una época alquilaban a estos muchachos para los ‘trabajos sucios’ a sabiendas de que no les caería encima ni una condena. Los entrenaban como se entrena a un animal. Primero disparando contra las señales de tráfico en las carreteras y después probando puntería con ciclistas. Remember el cartel del Eje Cafetero, ruta preferida Pereira-Cartago. Y cuando llegaba el día señalado, antes del ‘trabajo final’, al motociclista y al sicario les hacían tomar una mezcla de Rohypnol y cocaína para anestesiar emociones y estrés y tener intacta la energía.

Esto lo sé porque trabajé con varios de primera mano. Buscaban recuperación y cambiar totalmente de vida. Conocí a un joven recién salido de la cárcel, mueco, o sea, sin dientes. Había cumplido su condena, pero no le perdonaba ‘al de la moto’ que se había chocado contra un poste y lo hizo salir pitado contra el pavimento. “No pude hacer mi trabajo y además me quedé sin dientes”. Lo acompañé a un lugar donde ponen cajas de dientes. Volvió a sonreír. Supe que jamás volvió a delinquir y se integró a la vida normal.

Asesinos. Sí. Sicarios. Sí. Pero, ¿los verdaderos y malditos autores intelectuales dónde están? ¿Quién dio la orden? Es una pregunta que siempre se ha quedado sin respuesta en Colombia. Aunque sea blanco es, gallina lo pone y frito se come, nadie da razón de quién mato a Mamatoco, Gaitán, Álvaro Gómez, los miles de desaparecidos en los falsos positivos del gobierno de turno amancebado con los paramilitares, Luis Carlos Galán, Pizarro, Héctor Abad... Esos muchachos no estaban ‘recogiendo café’. Silencio sepulcral, nadie vio, nadie oyó, nadie sabe, aunque todo el mundo en el fondo sí sabe.

La Marcha del Silencio tiene que ser un ‘turning point’ para Colombia. Si después de esta manifestación de cientos de miles de ciudadanos vestidos de blanco, todo sigue en las mismas y con los mismos, pues nos merecemos este destino oscuro, podrido, trágico, al que estamos abocados.

Tengo la esperanza de que el país entero se una en torno a un candidato único. Que lo respalden, que lo elijan. Por favor, esta carrera de precandidatos parece una desbandada de caballos desmadrados. Tenemos la obligación como país de no repetir la historia actual: que en la recta final queden dos competidores; un guerrillero de alma mesiánica y mente torcida, y un viejo gritón que ya ‘descansa en paz’.

Una vez más, Colombia toca fondo, pero no se sacia. Somos vampiros dementes, sedientos de sangre y locura, incrustados como una maldición en un país bello. ¿Algún día recuperaremos la cordura? ¿Nos miraremos de frente y nos daremos la mano? El verdadero cambio no se hace a gritos ni insultos ni amenazas de espadas y banderas manchadas de sangre. El verdadero cambio estará en cada uno de nosotros cuando nos reconozcamos y respetemos.

Abajo los egos. Llegó el momento de la unión. Y si no, que venga el diablo de nuevo y escoja. Estamos maldecidos con la señal de Caín.

Periodista. Directora de Colcultura y autora de dos libros. Escribe para El País desde 1964 no sólo como columnista, también es colaboradora esporádica con reportajes, crónicas.

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