Recordar
Admiro a las personas que se atreven a transgredir normas, para poder encontrarse a sí mismos
“Recordar, en especial en los momentos más sombríos, que la niebla de la incertidumbre es pasajera y si la persona la tolera siempre termina encontrando el camino que lleva a la luz” (Carlos Climent).
Este párrafo fue el final del artículo de Carlos Climent en El País del Domingo. Me fascinó no solo por su lenguaje casi poético, sino porque así remata su mensaje sobre el miedo al cambio. No se refiere a “recordar recuerdos “valga la redundancia, sino de recordar que todos podemos vencer, si nos lo proponemos, ese temor irracional a cambiar que muchísimas veces nos deja paralizados.
El miedo, el temor, es paralizante. Le robo otro párrafo: “Las personas dependientes, sumisas, indecisas, con una pobre autoestima o con dificultad para expresar desacuerdos son las que más dificultades tienen para hacer cambios en sus vidas. Le temen al abandono, a la soledad y a las situaciones de separación, y con frecuencia optan por el silencio y la conciliación sistemáticas con tal de evitar confrontaciones. Siempre hacen los mismos programas e incluso son capaces de comer lo mismo todos los días”.
Este temor a cambiar de ritmo, a confrontar, a poner límites, a aprender a decir NO, a sacrificar la vida por complacer a los demás, aguantarse relaciones tenaces, agresividades de pareja, maltrato en el trabajo, es mucho más frecuente de lo que creemos, en pleno Siglo XXI globalizado e ‘independiente’.
Terror al rechazo, al “qué dirán“, a la crítica, Para muchos, mejor aguantar y sonreír como el famoso payaso Garrick, así se esté muriendo de dolor por dentro.
“El Carnaval del mundo engaña tanto
Que la vida son breves mascaradas
Aquí aprendemos a reír con llanto
Y también a llorar con carcajadas”
Creo que quienes tienen temor a romper relaciones, a cambiar el estilo de vida, a renunciar a un trabajo “bien pagado pero que se odia”, a cancelar alguna invitación, a mandar al carajo la rutina claustrofóbica y esos círculos viciosos que atrapan como remolinos mientras la vida pasa, lo que tienen en el fondo es miedo al rechazo. De la sociedad, de los amigos, de los hijos. Terror de enfrentarse con uno mismo y luchar por su propia individualidad. Dejar salir el monstruo, para ser libres a pesar de incomodar. Porque nos educaron para guardar apariencias, para no incomodar, para complacer a los demás, para casarnos para toda la vida, para vivir con el alma muerta como en Las Acacias.
Creo que es mejor dejar salir ese monstrico de la rebeldía y volverlo amigo para poder vivir plenamente. Recuerdo esa famosa frase: “Por delicadeza, perdí mi vida”.
Admiro a las personas que se atreven a transgredir normas, para poder encontrarse a sí mismos. A los que se atreven a quitarse las jáquimas que les impone la sociedad. A los que se quitan la burka del alma que es la que más pesa. A los que se atrevieron a vivir felices solos sin jamás sentir la soledad petrificante en compañía.
Para las mujeres ha sido mucho más difícil romper amarras. Por eso, cuando me reúno con mis viejas amigas, las veo como heroínas de esa generación que rompió tabúes y se saltaron las barreras. Y una gran tristeza al recordar aquellas que no fueron capaces, porque el miedo fue más fuerte y prefirieron consumirse sin vivir.
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PD. Perder el miedo de cantar “a la mierda los pastores, se acabó la Navidad”. Suena vulgar, pero encierra gran sabiduría para el que lo quiera entender.