Columnista
¿Aló, ladrón?
En el reciente año, se denunciaron pérdidas superiores a los $ 148.000 millones a personas naturales en Colombia, a través de fraudes telefónicos.

22 de jun de 2025, 01:26 a. m.
Actualizado el 22 de jun de 2025, 01:26 a. m.
No es exageración: es una realidad que crece a pasos agigantados. Las llamadas telefónicas, que antes informaban o conectaban, se convirtieron en pesadillas. Bajo la apariencia de ofrecerte un servicio, una mejora o un beneficio adicional, te recitan tus datos como si te conocieran de toda la vida, esperan el más mínimo descuido, una distracción, tu lado flaco y ¡tenga!
Aunque no es una novedad y ya hay aventajados sabuesos auditivos que detectan el delito, una gran mayoría sigue cayendo. La Policía Nacional registró 27.000 casos de estafa virtual en Colombia en 2024, muchos de ellos iniciados con una simple llamada. Y según reportes de la aplicación Truecaller, a diario recibimos entre 4 y 8 llamadas no deseadas, lo que sitúa a Colombia entre los países con más llamadas spam en América Latina.
En el mundo de los delitos cibernéticos, a esta estafa se le conoce como vishing, proveniente de nuestro rosario de anglicismos, y por medio de ella, los ladrones se hacen pasar por organizaciones legítimas para obtener información personal o financiera de las víctimas, como contraseñas, datos bancarios o información de tarjetas de crédito. El término vishing (incluye voz) se desprende del phishing, que es el delito cibernético ‘madre’, del cual al año se reportan un promedio de 60.000 casos.
Ya son más que llamaditas desde celulares hechizos de la cárcel, para decirte que consignes sumas moderadas de dinero, o la conocida ‘llamada del sobrino’ que pide plata porque está en una urgencia. Pasamos, también, por una temporada de secuestros inventados para obligar a familiares a consignar millonarias sumas, cuando la supuesta víctima estaba en su poder. Los robos, que se extienden al WhatsApp, al correo electrónico e incluso con mensajeros falsos que llegan a tu casa con productos inexistentes, son cada vez más sofisticados.
En el reciente año, se denunciaron pérdidas superiores a los $ 148.000 millones a personas naturales en Colombia, a través de fraudes telefónicos. Son muchas las campañas de las entidades financieras y de servicios para evitar que sus clientes caigan en la trampa, pero el delito no duerme y se reinventa.
Todo este clima de zozobra telefónica nos ha llevado a dejar de contestar, incluso, llamadas que sí requerimos se quedan en el aire, porque provienen de números desconocidos. O contestamos sumidos en la prevención. Y quienes se ganan la vida haciendo llamadas reales para ofertar servicios reales pasan las duras y las maduras porque no queremos oírlos, o porque nos llaman a horas impensables, a pesar de las leyes que lo prohíben.
Los expertos en delitos que empiezan con un aló recomiendan aplicaciones avanzadas para detectar posibles estafas; tener claro que uno no se gana un carro, a cambio de una consignación; desconfiar de llamadas inesperadas; nunca entregar tus contraseñas; no responder a números desconocidos de otros países; tener cautela frente al ‘haz esto ya’ o te bloquearemos la cuenta, y ante cualquier duda, llamar a los números oficiales de las entidades para corroborar la veracidad.
Debemos exigirle al Estado más regulaciones, pero también cuestionar a las empresas que han cedido nuestros datos sin escrúpulo, vendiendo información personal como si fuera pan caliente; alimentando la industria del spam que aprovechan los delincuentes. No se trata solo de tecnología ni de leyes, sino de dignidad, de confianza social, de proteger lo más básico: nuestra identidad y tranquilidad. Que una llamada deje de ser una amenaza, disfrazada de cortesía. Si cada vez que suena el celular tenemos que preguntarnos si es una estafa, el problema no es solo de seguridad, es también de salud pública emocional. ¿Y a usted, cuántas veces le han tratado de estafar con una llamada al celular? @pagope