POTRERO GRANDE
Tolerancia: así se siembra el respeto a la diversidad de género en Potrero Grande
Antes, en su barrio, eran discriminadas por su orientación sexual, hoy son líderes sociales.

Muchos ni siquiera los identificaban por sus nombres de pila. Para referirse a ellos o a ellas las llamaban el maricón, la mariquita, la lesbiana, de manera despectiva o burlona. Eran frecuentes los casos de homofobia y de discriminación en Potrero Grande, ese barrio vulnerable del oriente caleño que nació como alternativa para reubicar a más de 5000 familias que provenían del Jarillón del río Cauca, las lagunas de Charco Azul y el Pondaje y la Colonia Nariñense.
María Alejandra Castillo, integrante de la Fundación Coretta King, entidad que desde el 2009 desarrolla trabajos comunitarios con diferentes poblaciones del barrio, conocía a muchos de esos chicos y chicas, sabía en qué sectores vivían, sus historias de vida y los veía sufrir en silencio por no asumirse homosexuales o por ser víctimas de bullying por su orientación sexual.
Entonces, se dio a la tarea de brindarles ayuda. Junto a sus compañeras de la Fundación Coretta King logró reunirlos. La primera vez asistieron 30 personas. Y cada ocho días se daban cita en cualquier recinto del barrio.
Martha Cuesta, otra integrante de Coretta King, asegura que en la zona hay una población bastante grande de homosexuales, quienes eran estigmatizados y discriminados. No había procesos de inclusión con ellos. Eso, comenta, nos motivó a abrirles un espacio, para que se sintieran seres sujetos de derechos y que merecen ser respetados y ser incluidos en los diferentes programas y acciones que se desarrollan en la comunidad.
En esa labor tuvieron al comienzo como aliada a la Cruz Roja. La entidad, a través de diferentes talleres, hizo en esta población LGBTI un proceso de autoreconocimiento y de inclusión y “también concientizó a la comunidad del barrio de que hay que tolerar, respetar, porque todos tenemos derechos como seres humanos”, evoca Cuesta.
120 niños y niñas integran el grupo de danzas folclóricas que dirige Diana Fernanda Moreno.
Autoreconocimiento e inclusión
Con el transcurrir del tiempo otras entidades se vincularon. Como la Secretaría de Paz y Convivencia Ciudadana que los respaldó, entre otros, con expertos como el psicólogo Juan David Gutiérrez, quien presidió talleres para personas de la población LGBTI y para la comunidad en general.
Recuerda que de unas 20 personas que empezaron se graduaron 15 como gestores de paz, entre ellas, 10 de la comunidad LGBTI.
El psicólogo manifiesta que muchas tenían temor de hablar sobre su orientación sexual a su propia familia; que una, con pareja heterosexual violenta, e hijos, se separó porque se ennovió con una persona de su mismo género. Pudo establecer que algunas de ellas vienen de hogares disfuncionales, en donde fueron maltratadas y violadas por padres, tíos o vecinos y por eso empezaron a generar un tipo de fobia hacia los hombres y fijar sus ojos en mujeres.
Halló el profesional que tenían problemáticas de tipo laboral por su orientación sexual, ya que, por ejemplo, llegaban a insultar a compañeros en las empresas por llamarlas marimachas. Gutiérrez se ganó su confianza para que ellas hablaran sobre lo que sentían y las experiencias vividas. Les enseñaba a aceptarse como son, les hablaba del valor y el respeto hacia su cuerpo; sobre la resolución pacífica de los conflictos, a que fueran tolerantes a pesar de los insultos; a que conocieran los distintos tipos de violencia; en fin, los talleres se convirtieron “en un espacio liberador para ellas de sus cargas”.
Diana Fernanda Moreno, una mujer homosexual de 36 años, quien participó de este proceso, recuerda que los profesionales, efectivamente, las motivaban a no aparentar, les decían que la sociedad tenía que respetarlas tal y como eran, que tenían que afrontar las cosas y además las exhortaban a crear lazos de confianza con la comunidad “para que nos diéramos a conocer e ir empezando a romper esas fronteras invisibles que había entre la comunidad y nosotros por ser de esta población (LGBTI)”.
Al principio fue muy duro. Para la comunidad, dice, no era fácil aceptar que sus hijas vinieran a jugar con nosotras en nuestro equipo de fútbol “porque después las volvíamos lesbianas y siempre había como esa discriminación y distancia. Por medio de la Cruz Roja fuimos haciendo el acercamiento y rompiendo esquemas”.
Una comunidad más tolerante
Con los meses, los integrantes de esta población se independizaron de la Fundación Coretta King y se organizaron como un colectivo LGBTI al que denominaron Equipo Arcoiris.
Asegura la líder social María Alejandra Castillo que las actitudes de intolerancia hacia estas personas comenzaron a cambiar cuando se conformaron como grupo LGBTI y emprendieron obras sociales en el barrio y la comunidad empezó a vincularse a sus actividades. En diciembre, recuerda, pintaron las cuadras, hicieron pesebres y celebraciones para los niños.
Agrega Martha Cuesta que desde el 2015 el Equipo Arcoiris empezó a participar de programas incluyentes, abrieron un comedor comunitario, organizaron grupos de danzas, deportivos, empezaron diferentes acciones dentro del territorio en las que podían participar todas las personas que quisieran, sin discriminación alguna.
Pusieron al servicio de la comunidad sus habilidades y talentos. Diana Fernanda, de 36 años, así lo corrobora.
Comenta que ella, como es profesora de danza, organizó un grupo de danza y una compañera suya, uno de fútbol con los niños. Aprovechaban cualquier tiempo o espacio para trabajar con la comunidad: celebraban fechas como el Día de la Madre, entonces, ese día, las que tenían habilidad para peinar, peinaban a muchas mamás; otras las maquillaba; unas más les conseguían ropa donada; con los jóvenes que hacían parte del conflicto jugaban partidos de fútbol; “todo eso fue forjando lazos de confianza y se fueron rompiendo las barreras invisibles entre nosotros y la comunidad”.
Resalta que los talleres que realizaron con la Cruz Roja y otras entidades les sirvieron mucho para salir al terreno fortalecidos, sabiendo, como les advirtieron los expertos, que tuvieran tolerancia, porque todo el mundo no las iba a aceptar de una vez, pero que por medio del trabajo social que fueran realizando iban a tejer lazos de confianza. Y así fue, comenta risueña. Al principio, hubo muchos que no querían participar en nuestras actividades, pero, poco a poco, fueron arrimando y después no teníamos dónde meter tanta gente. “En estos momentos el nivel de tolerancia hacia nosotros es muy bueno. Ya nos han aceptado tal y como somos. Por ejemplo, yo en este momento tengo 120 niños en el grupo de danzas folclóricas y empecé con 4. Y donde me ven, ahora me saludan con un ‘hola profe’ y los que me tienen confianza se dirigen a mí con mi nombre”.
La tolerancia es tanta, agrega esta trigueña de 1,65 metros de estatura, que si ella consigue unas boletas para llevar a los niños a pasear al Parque de la Caña, las madres de familia se ofrecen a preparar los refrigerios.
Manifiesta esta gestora social y cultural que trabaja con la Gobernación del Valle, que Potrero Grande hoy es un territorio de paz para ella. Antes era muy pesado, difícil para la convivencia, comenta, donde realmente no éramos aceptados para nada por el conflicto. Eso hacía que los jóvenes nos miraran a nosotros como escorias, como si fuéramos sus enemigos, siempre era el rechazo. Destaca el apoyo que la Cruz Roja y entidades como la Secretaría de Paz y Cultura Ciudadana les brindaron con talleres en los que les enseñaron a “afrontar nuestra identidad y a que las comunidades tuvieran tolerancia con nosotros; a comprender que el hecho de que fuéramos de la comunidad LGBTI no nos hacía escorias, sino que éramos jóvenes con capacidades e iguales condiciones que cada una de las otras personas que habitan el barrio”.
Muchos salimos del clóset y hoy somos aceptados, asegura, “nadie nos discrimina, los jóvenes mantienen con los que antes eran tildados de maricas, con ellos salen a jugar, a bailar; nos invitan a salir, nos mantenemos juntos y mis vecinas se dirigen a mí siempre con mucho cariño, sin importar mi identidad sexual”, recalca esta apasionada del fútbol, el baile y los tatuajes.
Actualmente Diana Fernanda y sus compañeros están a la espera de continuar los trámites para convertir el colectivo en una fundación y así gestionar recursos gubernamentales para capacitar a jóvenes de la comunidad LGBTI de Potrero Grande, ya que, según asegura, es difícil que consigan empleo no solo por ser de un barrio vulnerable sino por su identidad sexual.
Por situaciones de intolerancia que se vive aún en ciertos sectores de la ciudad, Martha Cuesta manifiesta que hay que seguir concientizando a la sociedad a tener aceptación frente a los grupos diferentes, ya sea por su etnia o por su condición sexual; hacer procesos de respeto hacia los otros, sin tener que estar estigmatizando a ninguna comunidad. “Es simplemente reconocer al otro como ser humano sujeto de los mismos derechos que tengo yo. Y poner en práctica la tolerancia, la cual yo veo en dos dimensiones: en respetar y en ser merecedor de ese respeto”.
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