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Opinión: Ecos y sombras del Palacio de Justicia
Cuatro décadas después de la toma del Palacio de Justicia, el docente Pedro Pablo Aguilera reflexiona desde Cali sobre el papel oculto de Cuba en la formación del M-19 y otras guerrillas latinoamericanas.
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6 de nov de 2025, 10:35 a. m.
Actualizado el 6 de nov de 2025, 10:35 a. m.
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Por Pedro Pablo Aguilera / especial para El País
En noviembre de 1985 yo tenía veintiocho años y vivía en La Habana. La noticia del asalto al Palacio de Justicia de Colombia nos golpeó a todos por la pantalla del Noticiero Nacional de Televisión a la hora del almuerzo. Estaba en el comedor del Instituto de Geografía en el Vedado.
El Noticiero Nacional de Televisión, nos dijo con breves imágenes aquella noticia que eran de una urgencia inédita. Horas después, había más detalles en las páginas de Juventud Rebelde y solo al día siguiente encontré la versión oficial del periódico Granma.
Recuerdo que nos sorprendimos todos, era otra acción guerrillera que nos recordó nuestra historia, el asalto al Palacio Presidencial en 1957 -en la Habana Cuba- que trajo muchas muertes y asesinatos. Era una versión similar a la colombiana.
Por aquel entonces creía en la Revolución y en la épica de la utopía latinoamericana. Mis padres eran del “aparato” (la inteligencia cubana) conocían a varios oficiales del Departamento América; incluso a su mítico Manuel Piñeiro, alias “Barbarroja” no pocas veces estuvo en el balcón de la playita de 16 hablando “mierda” como decimos los cubanos a las cosas más serias y secretas.

Ese Departamento fue y es, el taller secreto de la insurrección en este continente. No solo para Colombia, sino para Argentina, Nicaragua, Venezuela, Brasil, Uruguay.
Allí se fabrican estrategias, alianzas, rutas de apoyo a los grupos de izquierda. Allí se armó y se protegió a los elegidos para crear “uno, dos… muchos Vietnam “en palabras del Che.
En Colombia, los principales pupilos fueron el ELN y el M-19, a quienes la Isla proveyó de tácticas, recursos y sueños armados.
El modelo de asaltos a centros de poder tomado de la experiencia cubana como he dicho ya se había repetido en la toma del Palacio Nacional de Managua en 1978, la operación “Chanchera” sandinista y en la ocupación armada de la embajada de República Dominicana en Bogotá, en 1980.

Era el mismo guion, el mismo libreto de ganar un pulso táctico y político, redactado en La Habana.
Así se llegó hace 40 años por inercia trágica, al Palacio de Justicia el 5 de noviembre. Pero para ellos se combino todas las formas de lucha en donde los medios justificaban el fin.
El M-19 cruzó la línea y pactó con el narcotráfico para financiar el acto final.
La Comisión de la Verdad, dice sobre este tema "A mediados de 1985 vuelven a reunirse miembros del M-19 con Pablo Escobar, y al suceder Álvaro Fayad a Ospina en la dirección del M-19, continuaron las actuaciones conjuntas de ambas organizaciones delictivas" y agrega más adelante: “Todo indica que hubo conexión del M-19 con el Cartel de Medellín para el asalto al Palacio de Justicia.” Los sobrevivientes lo niegan.

Pero lo que muchos olvidan es la que todos los caminos llevan, de un modo u otro, a la huella cubana. Reconocerlo es, parte de la verdad y mucho todavía falta por saberse.
He leído con hambre de conocimiento cada texto que expone su verdad. He indagado fuentes independientes y he escuchado a los colombianos durante años. He visto las imágenes, las entrevistas y es terrible, dramático la intransigencia cuasi suicida de quienes ya perdidos no liberaron a los magistrados, empleados para continuar su batallar hasta la muerte. Esa era su decisión, pero no la de arrastrar a otros a ella. El Estado respondió con la misma saña: la ética se evaporó entre gases y ráfagas. El país quedó huérfano de justicia.
Hoy, viviendo en Cali, amando este país, como amo a Cuba, y sé que indirectamente, para ser cauto, el intervencionismo de mi país desde sus certezas, fue ciego ante el dolor real de pueblos ajenos. Sé que el fuego no solo consume archivos: arrasa futuro, arrasa patria.
Ojalá algún día, podamos mirarnos de frente, sin máscaras ni pretexto de lo políticamente correcto, sobre esta historia. Porque solo así, desde la memoria, no habrá olvido, habrá dignidad ante la verdad. Y las banderas clonadas del M-26-7, rojinegras de todas partes, rindan cuenta de sus errores.
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