Cali
El sirio que huyó de dos dictaduras y hoy es furor en Cali con su comida árabe
Ibrahim Sawas huyó de la guerra en Siria y de la crisis en Venezuela. Hoy, en una esquina de la Avenida Roosevelt, sirve kibbeh y shawarmas a decenas de personas que hacen fila desde temprano.

23 de jun de 2025, 11:16 a. m.
Actualizado el 23 de jun de 2025, 11:16 a. m.
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En Siria, los hombres cocinan más rico que las mujeres. Por lo menos, eso es lo que se dice en Alepo, la ciudad más poblada del país. En la esquina de la Avenida Roosevelt 26/91, en Cali, aquello parece comprobarse.
Es viernes y hay una fila tan larga como la cuadra. Esperan a que Ibrahim Sawas abra su puesto ambulante de comida árabe en el que ofrece kibbeh, shawarmas, arroz y asado árabe. Pese a que está retrasado, nadie en la fila se retira. Los primeros en la cola llegaron dos horas antes.
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Ibrahim se disculpa. No me invita a subir al segundo piso de su casa porque todo huele a maíz, harina de trigo y perejil. Desde las 5:00 de la mañana se prepara para salir en la tarde en su carro ambulante.

En el antejardín, mientras termina de alistarse, narra su historia. Nació en Siria hace 53 años y es, de profesión, ingeniero electrónico. En su país trabajaba en un canal de televisión hasta que un amigo suyo le ofreció el triple de su salario para que lo ayudara a dirigir sus restaurantes. Ibrahim se extrañó. Le dijo que la electrónica y la televisión estaban muy lejos de la comida, pero su amigo insistió.
- Confío en ti – le dijo.
Ibrahim aceptó, con una condición: entrar a la cocina. “No se puede dirigir lo que no se conoce”, pensó. Aprendió desde cero a preparar Kibbeh con carne de cordero y trigo burgol; shawarma envuelto en pan caliente con salsa de ajo; Kebab de pollo especiado. Le iba bien. Sin embargo, se sentía incómodo con el régimen.
Pese a que es una república, Siria era manejada como una monarquía. El país fue gobernado desde los años 70 por Hafez al-Ásad, hasta que falleció en el año 2000. Entonces, su hijo, Bashar Háfez al-Ásad, lo reemplazó. Aquella dictadura desató una guerra civil en 2011. Dos años antes, Ibrahim ya iba rumbo a Venezuela junto a su esposa, que tenía nacionalidad tanto siria como venezolana.
– En Siria no había vida. No me gusta el socialismo, y el presidente seguía a los rusos y a Irán. No me sentía cómodo con la influencia de estos dos países. Entonces me fui. Cuando comenzó la guerra civil no podía comunicarme con mi familia. Tampoco podía entrar a Siria. El régimen, a cualquier persona que dijera que no lo apoyaba, la asesinaba. A miles de personas las mataron en la cárcel de Sednaya, cerca de Damasco. Era un centro de torturas.
Noto que Ibrahim cojea levemente. Alguna vez, explica, le dispararon. La bala le entró en su pierna izquierda. Sucedió en un operativo en 1991, cuando prestaba el servicio militar obligatorio. Tiene una placa de titanio. A veces le duele un poco, pero nada grave.

En Venezuela, Ibrahim se radicó en las Islas Margarita. Allí aprendió a hablar español y se convirtió, literalmente, en un hombre rico. Tenía varias empresas, como una compañía dedicada a la línea blanca de electrodomésticos, restaurantes, varios carros. No le importaba el valor de ninguna cuenta porque tenía de sobra para cubrirlo. Si sus hijas le pedían algo, él les facilitaba la tarjeta de crédito. Hasta que murió el presidente Hugo Chávez y asumió el poder Nicolás Maduro. Todo empezó a derrumbarse.
– Es muy duro pasar de tenerlo todo a llegar a cero. Llegamos a un punto en que no teníamos para comprar comida. O comíamos una sola vez en el día. En Islas Margarita no había gasolina. Cuando nació mi hija, tampoco había pañales; me tocaba traficarlos. No había ajo, o si lo conseguía, costaba 16 dólares el kilo. Aceite tampoco había, ni efectivo. Si necesitabas 5 millones, había quien te los entregaba en billetes si a cambio le consignabas 8 millones y medio. Yo aguantaba, tenía paciencia, porque quiero mucho a Venezuela, pero cada año que pasaba iba para abajo. Yo decía: este año sale Maduro. Pero mientras esperaba, todo se hacía más difícil.
En 2022, Ibrahim tomó la decisión de salir de Venezuela rumbo a Colombia. En Islas Margarita le decían que era una mala decisión, que este país es muy peligroso, pero él respondía que sus amigos colombianos, que conoció mientras dirigía empresas en Venezuela, eran buena gente, trabajadores. El 24 de diciembre de 2022 pasó la frontera en un bus, con destino a Cali.
– Llegamos sin nada, solo con la ropa. La casa que teníamos en el mejor barrio de Islas Margarita se quedó con todo adentro. Y el caleño de verdad es gente muy amable. Cuando llega una persona de otra ciudad que necesita ayuda, son solidarios. Gracias a Dios, aquí donde vivo, en la Avenida Roosevelt, todos los vecinos me quieren. Todos son amigos. Son como mi familia. Cuando abrí la venta de comida árabe y vieron que no tenía sillas para los clientes, los vecinos salieron con asientos y me los facilitaron. No entiendo por qué afuera algunos hablan mal de los colombianos – dice Ibrahim, quien jamás se ha sentido discriminado en el país.
Justo un vecino toca su reja. Viene por una comida que le había encargado. Otro vecino pasa por el andén del frente y le pregunta a qué horas saldrá a la esquina con su carrito para llegar con anticipación. Los platos de Ibrahim se venden rápido, pese a que cada vez más aumenta la producción.
Comenzó con su puesto ambulante hace 14 meses. Primero ofreció pan árabe, después arroz árabe, asado árabe, pero había noches en las que apenas vendía 20 mil pesos. Hasta que un video de la cuenta de TikTok Mercadeo Viral lo cambió todo.
— Vino un señor, Mateo, con su novia Valeria, y me dijo que quería hacer una publicación de mi puesto de comida en TikTok. Yo le dije que no tenía problema, aunque ese día no había filas, no tenía clientes. Pero desde entonces, el video se hizo viral y fue como si las puertas de Dios se hubieran abierto. Empezaron las filas.
Ibrahim es musulmán. Cree en una fe que respeta a todas las religiones, que promueve el amor al prójimo. Es lo que hace a través de la comida: compartir un trozo de sí, de su cultura, con Colombia.
En su cocina huele a carne asada, a hierbabuena, a ajo recién machacado. Su shawarma se arma con pan árabe hecho en casa, carne adobada, vegetales frescos, salsa de ajo cremosa. El kibbeh, frito al instante, cruje por fuera y se deshace por dentro.
Ahora, cuando Ibrahim llega a la esquina de la Avenida Roosvelt y ve la fila que ya lo espera, dice que no piensa en lo que perdió. En cambio sonríe por lo que está construyendo. Su sueño, además de acceder a una cédula de extranjería que le permita abrir una cuenta bancaria, tener un plan de celular, rehacer la vida en Cali, es abrir un restaurante con mesas y horno propio al que llamará como su carrito: Mr. Kibbeh.